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Reportaje:CHILE, 30 AÑOS DESPUÉS DEL GOLPE / 3

"Tenemos una democracia coja"

Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende, e Isabel Allende, su hija, analizan la historia de Chile

Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende, ha hecho ya 89 años. Esta mujer, a la que todos siguen llamando Tencha, por la cual, según se cuenta, suspiraban los intelectuales a finales de los años treinta, conserva una enorme cabeza cuyo tamaño el pelo blanco teñido incrementa todavía más. Sus ojos, sus grandes ojos claros, siguen deslumbrando. Un retrato suyo de Guayasamín, el pintor ecuatoriano, preside el salón de su casa en la avenida El Bosque, en Providencia. Esta mujer que está encogida físicamente, con problemas de escoliosis en la columna y quizá más afectada ahora por haber sufrido una doble fractura de cadera que la obliga a caminar con bastón, mantiene esa lucidez que antaño todos le reconocían. En algunas de las fotografías repartidas por mesas y muebles de época se puede reconstruir el itinerario familiar. Se les ve, a Salvador Allende y a ella, cuando acuden a votar el 4 de septiembre de 1970, a esa, la tercera elección, que fue la vencida, que llevó a Allende a la presidencia de Chile y a la tragedia posterior. Tras explicar cada una de las fotografías con pasión, advierte: "No suelo dar entrevistas, pero de cabeza ando muy bien". En otra parte de Santiago, no lejos de allí, algo más tarde, Isabel Allende, presidenta de la Cámara de Diputados de Chile, acaba de regresar de la sede de Valparaíso y accede a hablar con EL PAÍS. He aquí los tramos esenciales de ambas conversaciones, mantenidas con madre e hija, en vísperas de los actos del 30º aniversario del 11 de septiembre de 1973.

"Se ha superado un silencio vergonzante. Allende estaba en la memoria colectiva"
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Pregunta. Los ciruelos en flor anticipan que la primavera está al caer. ¿Acaso no vive también Salvador Allende una especie de destape, su primera primavera después de 30 años?

Hortensia Bussi. Hay grandes avances en Chile. Cuando yo volví en marzo de 1990, tras 17 años de exilio, la gente solía pararme en el supermercado. Y, fíjese usted, cómo se enfrentaban a mi presencia. Me preguntaban: "¿Es usted quien yo creo que es?". Hoy, en cambio, es otra cosa. Me paran en la calle y me dicen: "¿Usted es la viuda de Salvador Allende, no?". Los jóvenes, según veo, comienzan a interesarse más por las cosas que han ocurrido en este país. Ya no tienen miedo, como ocurría hace algunos años, de preguntar por Allende. Se me quedan mirando y me preguntan por Salvador.

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Isabel Allende. Estoy contenta con este destape o primavera. Yo creo que ha sido bastante espontáneo. Uno de los canales, el 13, se lanzó al ruedo con un programa. Tuvo tal audiencia que empezó una carrera. La imagen de Salvador se ha engrandecido. Y, al contrario, esa grabación que se ha difundido de la comunicación entre el general Pinochet, el almirante Carvajal y el general Leigh la mañana del 11 de septiembre de 1973 les retrata de cuerpo entero. La derecha está bastante enloquecida. Como me señalaba un diputado de la Unión Demócrata Independiente (UDI), heredera del régimen de Pinochet, ¡es un abuso! Les molesta ver la imagen del bombardeo, les desagrada ver la dignidad de Salvador Allende. Para los jóvenes, pues, excelente; para los mayores, se ha superado un silencio vergonzante. Allende estaba en la memoria colectiva. Y hoy tenemos la prueba de ello.

P. Algunos dirigentes de la DC, como el ex presidente Patricio Aylwin y el presidente del Senado, Andrés Zaldívar, se han puesto nerviosos. Sin embargo, hace 13 años rindieron homenaje al celebrar el funeral de Allende. ¿Por qué están tan tensos ahora?

H. B. La DC ha criticado con dureza al Gobierno por el homenaje a Salvador Allende en los actos del próximo miércoles 10 y 11 de septiembre. Lucía Hiriart, la esposa de Pinochet, ha declarado que, como las cosas sigan así, pronto le van a canonizar. Esta señora siempre ha expresado las ideas de manera más directa que su marido. Por ello, cuando estabas con ellos en alguna recepción, siempre que ella hablaba, él abandonaba su estilo campechano y callaba.... Bien, la DC no deja de decir que ellos no apoyaron el golpe militar. Todos sabemos que es falso. El propio comandante en jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre, se ha referido explícitamente a los políticos que pidieron a los militares que intervinieran. Y no podía referirse más que a la DC, porque era la fuerza política importante de aquella época. No entendí a la DC entonces y no la entiendo ahora.

IA. Les ha faltado generosidad. Yo esperaba de Andrés Zaldívar mayor altura política. Su rechazo a participar en un homenaje a Allende estuvo fuera de lugar. En 1990, Aylwin no dudó en encabezar como jefe de Estado el funeral. Y no era fácil. Hemos estado juntos 12 años en la Concertación [coalición gobernante] caracterizados por nuestra lealtad. Pero me quedo con lo que ocurrió el 3 de septiembre. Presidí la sesión de la Cámara en la que se hizo un homenaje a Allende solicitado por los socialistas, el Partido por la Democracia y el partido Radical. Los dos partidos de la derecha -UDI y Renovación Nacional- huyeron y dejaron vacías las gradas. Pero yo creo que nosotros hicimos lo que teníamos que hacer. Hubo cuatro oradores. Y el diputado democratacristiano Rodolfo Seguel arrancó una gran ovación de los partidos de la Concertación.

H. B. Recuerdo que teníamos, Salvador y yo, una muy buena relación con Eduardo Frei Montalva, líder de la DC y presidente de Chile entre 1964 y 1970. Solíamos pasar largas temporadas en la playa de Algarrobo, un balneario próximo a Viña del Mar, donde veraneaban las dos familias. Siempre tuve, lo confieso, envidia de Frei. Por lo rápido que leía. Las relaciones entre Salvador y Frei se tensaron por un incidente en 1964, pero tengo para mí que en 1970 ya fue definitivo. Una vez electo presidente, Salvador fue a la Moneda a verle. Frei, según la narración de Salvador, caminaba de un lado a otro de su despacho profiriendo maldiciones contra el peligro del comunismo y la amenaza que suponía la próxima presidencia de Salvador. De pronto, el Chicho aprovechó y se sentó en el sillón presidencial, una forma de restar dramatismo a la situación, y le preguntó a Frei qué tal se le veía sentado allí. Frei no pudo soportarlo. Le dijo que su derrota de 1970 había sido la peor de toda su carrera política.

P. ¿Qué cosas han cambiado en Chile y cuáles siguen pendientes?

H. B. Nadie puede negar que las cosas han cambiado, sí. El general Cheyre, por ejemplo, ha dicho cosas importantes, como que nunca más se debe provocar una intervención militar alentada por los políticos. También ha dicho que las graves violaciones de los derechos humanos son algo injustificable. Esto es un avance. Pero esta democracia está coja. Es incompleta. ¿Cómo es posible que tantos años después, todavía el presidente de Chile no pueda destituir a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas?

I. A. El general Cheyre me ha dado una buena impresión. Parece que es sincero en su objetivo de modernizar el Ejército. Nos hemos visto dos o tres veces... Me parece bien lo que intenta hacer. Ha logrado equilibrar muy bien la tremenda presión que debe soportar de los militares retirados. Pero he de decir también que me preocupa que asuma un protagonismo excesivo. No es bueno que haga tantas declaraciones que rozan el límite que separa a unas Fuerzas Armadas no deliberantes de unas que deliberan. Prefiero un perfil más bajo. Él ha establecido la diferencia con el criterio anterior, los principios de que el Ejército colaborará con la justicia, de que nunca más los políticos deben golpear las puertas de los cuarteles. Está bien. Por lo que se refiere a los cambios, no pueden ser más evidentes: habría que terminar con los senadores designados, cambiar un sistema electoral perverso, anular la ley de amnistía... Pero será muy difícil conseguirlo. En lo inmediato me preocupa conseguir la reforma constitucional para ratificar la Corte Penal Internacional.

P. La estabilidad económica en Chile parece un valor en el que existe coincidencia. Y, ahora, hasta la derecha se ha interesado por los derechos humanos lanzando una propuesta...

H. B. Nunca fuimos durante la Unidad Popular buenos en economía, las cosas como son. Nuestros ministros no acertaron. Es cierto que hubo desabastecimiento y que Estados Unidos hizo una política de bloqueo económico, pero hay que admitir que se cometieron errores. Salvador se equivocó al emprender unos cambios tan grandes con una base electoral muy pequeña. Y, además, la izquierda, a pesar de una victoria electoral mínima, todavía se fraccionó más. Encuentro que ése fue el mayor error de Salvador...

I. A. La UDI, que es una mezcla de populismo y audacia, sale con el tema de los derechos humanos en el mes de mayo como resultado de unas reuniones que han mantenido con familiares de víctimas que se quejan -y con razón- por la falta de reparación económica, por la ausencia de una política del gobierno de la Concertación. La UDI, pues, pide indemnizaciones para las víctimas. Nunca habló de otra cosa. No digo que sea un tema menor, pero sólo se refieren a ello. El Gobierno, que estudiaba desde finales de 2002 una propuesta, acelera y sugiere varias medidas. Ahora creo que hay que levantar el acelerador. En el partido Socialista no estamos dispuestos a sacar adelante el asunto a toda velocidad. No hay espacio para ninguna idea que puede abrir las ventanas a la impunidad. Aun cuando la propuesta de la Concertación sea bienintencionada, hay que estudiar iniciativas como, por ejemplo, la de conceder la "inmunidad penal" para aquellos que aporten informaciones sobre violaciones de derechos humanos.

P. ¿Recuerda usted, Tencha, cuando conoció a Salvador Allende?

H. B. Fue por un terremoto, el de Chillán, que Salvador y yo nos conocimos, en enero de 1939. Yo había ido al cine Santa Lucía de Santiago y, cuando empezó el temblor, un amigo, Manuel Mandujano, y yo, como todos los demás, dejamos la sala. Por su parte, Salvador, que participaba en una reunión, también se echó a la calle. El amigo común nos presentó. Fuimos a tomar un café. Y Salvador nos contó que los terremotos le daban pánico y que había abandonado una reunión de la masonería. Cuando escuché que era masón, no me gustó nada. Le pregunté cómo era posible que a estas alturas del siglo XX podía alguien pertenecer a una logia como nuestros antiguos próceres, que eso era cosa de los libertadores. Y le enumeré a varios de ellos, empezando por José Carrera. Me explicó entonces que él era masón por agradecimiento a la ayuda que los masones le habían ofrecido en un momento difícil a su abuelo Ramón Allende Padín, un médico masón que había sido senador por el partido Radical. Ya nunca más volví a hablar con Salvador de la masonería.

Hortensia Bussi, con su hija Isabel, en Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 2000.

 / ASSOCIATED PRESS
Hortensia Bussi, con su hija Isabel, en Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 2000. / ASSOCIATED PRESS

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