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Reportaje:AMENAZA DE GUERRA | La postura de Francia

Sólo el fútbol une el Kurdistán con Sadam Husein

Los mismos combatientes dispuestos a defender la autonomía siguen con pasión los partidos de liga en Bagdad

Juan Carlos Sanz

Casi nunca se ha interrumpido el tráfico sobre el puente del río Bichuk, un afluente del Tigris en el norte de Irak. En la orilla que lleva a Erbil, la capital autónoma kurda, hay un puesto de control de los peshmergas (milicianos) del Partido Democrático del Kurdistán (PDK). En la otra, tropas regulares del Ejército iraquí registran los vehículos que se dirigen a Mosul. Nada más lejos de un muro de Berlín o de una línea verde de Beirut que esta frontera dentro de un mismo Estado. "Sólo quienes están vinculados con organizaciones políticas o con las milicias de la oposición tienen prohibido el paso", explica un oficial de seguridad del PDK.

Tres equipos de fútbol kurdos -los de Erbil, Zaho y Dohuk- militan en la Primera División de la liga iraquí. Se sitúan en el centro de la tabla clasificatoria, que comparten con otros 17 clubes del resto del país, y varios de sus jugadores figuran en la fotografía oficial de la selección nacional de Irak que publica en su último número el semanario kurdo Sólo Deporte. Los mismos combatientes dispuestos a defender con su vida la autonomía kurda siguen con pasión los partidos que se juegan en Bagdad, Mosul o Basora.

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Precisamente, el equipo juvenil de Dohuk, en el norte del Kurdistán próximo a Turquía, descendía a media mañana de ayer de un autobús en el puesto fronterizo de Kalak, en el mismo puente sobre el río Bichuk. "Tenemos prisa; vamos a jugar al mediodía con los juveniles de Erbil, por eso hemos venido por la carretera principal [controlada por el régimen de Sadam] en lugar de dar el rodeo por las montañas del Kurdistán", explicaba el profesor de instituto Amir Abdelaziz, de 45 años. "Me temo que la Liga se va a interrumpir este año, al igual que ocurrió en 1991", predice con fatalismo el entrenador del equipo, con larga experiencia en el fútbol de base. Una nueva guerra amenaza a otra generación de iraquíes.

Es viernes, día santo musulmán y festivo en todo Irak. Muchos habitantes de Erbil aprovechan para acercase a la línea divisoria de la región autónoma y comprar gasolina de contrabando, casi tres veces más barata que los 20 céntimos de euro por litro que se pagan en las gasolineras de la ciudad. Los kurdos, que de hecho controlan un Estado independiente de 76.000 kilómetros cuadrados [el tamaño de Castilla-La Mancha], se han empeñado en mantener la bandera del Estado central, las placas de matrícula comunes a la República iraquí, los mismos documentos de identidad o permisos de conducir que otorga el Gobierno de Bagdad.

En realidad, la principal diferencia entre el Irak kurdo y el Irak de Sadam es el valor del dinar. Además de no llevar la imagen del presidente iraquí, la moneda del Gobieno regional se cambia a algo más de ocho unidades por euro, mientras que son necesarias 2.000 de las que emite el Banco Central de Irak.

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Para casi todo lo demás, la Administración autónoma kurda depende del Gobierno central: la gasolina, la electricidad, la red de regadío... Por ejemplo, el hospital de Erbil tiene pocos medios para atender algunas enfermedades.

En el puente de la autopista de Mosul, a unos 30 kilómetros al oeste de Erbil, Ramazan Alí, de 56 años, acompaña a su hija, de 21, al hospital de Mosul. "No sabemos qué le pasa. Pero no puede hablar", susurra Ramazan meneando la cabeza. Viajan en un taxi con tres mujeres aquejadas de diabetes. Otros viajeros -es el caso de Fayruz Sahmsaddin, de 25 años y ya enlutada en túnicas negras- visitan a sus familiares, divididos, como Irak, a ambos lados de la línea de exclusión aérea impuesta por los vencedores de la anterior guerra del Golfo a las fuerzas de Sadam Husein.

En el fondo de su corazón, los cuatro millones de kurdos del norte de Irak desean la independencia, pero se esmeran en no romper los vínculos con una Administración central controlada por un dictador que no ha dudado en masacrarles con gas mostaza, armas pesadas y bombardeos aéreos. Saben que no tienen sitio en el mundo como Estado soberano. Ni Irán, ni Siria, ni mucho menos Turquía tolerarían el nacimiento del país de los kurdos, del embrión de un Gran Kurdistán con demasiado petróleo y tan pocos amigos.

"Aquí son muy amables, nunca tengo problemas en este puesto de control; en el otro lado [señala con el dedo a los soldados iraquíes] es mucho peor", se lamenta Fayezi Joma, de 35 años. Un pañuelo blanco anudado con desenvoltura cubre su cabeza. Acaba de cruzar el puente procedente de Mosul, donde vive, y se encamina hacia Erbil para visitar a su padre. A su espalda deja un país controlado por Sadam y sobre el que pesan graves amenazas.

Mientras se aleja hacia el llamado Kurdistán libre, donde un pueblo en armas parece preparado para lo peor; entre dos aguas, Fayezi reflexiona en voz alta: "Sólo Alá sabe qué va a pasar; pero es seguro que si hay guerra, Irak va a quedar destruido".

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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