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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acaba una pesadilla

Ni furgoneta Chevrolet Astro, ni individuo blanco de alrededor de 25 años, ni solitario sin hijos (de lo contrario, argumentaban, no habría tiroteado una escuela) alejado de intereses crematísticos. Al final, los sesudos perfiles sobre los que han pontificado los expertos para establecer la personalidad del asesino en serie que ha atemorizado Washington desde el 2 de octubre, y que ayudarían a su captura, no cuadran en casi nada con el sospechoso detenido al que la policía considera el francotirador del rifle, después de que las pruebas científicas hayan determinado que el arma hallada en su poder fue la utilizada para matar a 10 personas y herir gravemente a tres.

John Allen Muhammad no sólo se ha burlado de la policía durante tres semanas, sino también de la batería de estereotipos sobre los que se basó su búsqueda. El presunto asesino es un veterano de la guerra del Golfo, negro, de 41 años, entrenado en el tiro de precisión durante sus años en el Ejército y padre de tres hijos. Junto a él, en la furgoneta donde fueron detenidos, un chico de 17 años, jamaicano e inmigrante ilegal. Querían obtener 10 millones de dólares y según la policía de Alabama -ésa fue la pista- habían matado hace un mes a una mujer en el Estado sureño.

Probablemente, esto importa poco ya a los habitantes de Maryland, que por primera vez en semanas envían a sus hijos sin miedo a los colegios o permanecen charlando al aire libre. Mientras se inician los preparativos para que Allen y su acompañante comparezcan ante la justicia, quedan para la reflexión el largo despiste policial y un exceso de mala literatura vertida a propósito del francotirador. Ni parece Superman ni sus poderes mentales igualan los de Hannibal Lecter. Como otros, ha caído al bajar la guardia. Pero ha conseguido demostrar la fragilidad de la seguridad en la capital de Estados Unidos.

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