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Columna
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Las ruinas de Gomila

La plaza de Gomila, dique de la noche de Palma, donde alternaban turistas selectos y nativos en tiempo de ocio, ha caído en el abismo con toda su historia. Ahora habita en la categoría de ruina contemporánea con una oferta marginal, clausuradas sus mitificadas barras, terrazas, salas de fiestas y restaurantes solventes.

Nada queda de su crónica de un siglo sino relatos de época con destellos de siluetas tanteando el disparo del dry-martini en el Joe's de don Pep, los nombres de las estrellas del mundo que venían a la discoteca del acantilado de Tito's de Ferrer y las peroratas en la madrugada ante unos 'raors amb tumbet' en el Palace de Tarrí.

El lugar abierto, con la ladera de chalés de El Terreno, fue cosmopolita por ser refugio para desaparecidos internacionales que siempre acaban una traducción o un cuadro. Aquellos bares y noches fueron escuela de ligones y bebedores locales y escenario de reiterados episodios de artistas del blanco y negro.

Tres generaciones atrás, Rusiñol dijo que la plaza era un palco para ver dormir el mar
Gomila era fiesta y vanidades, ahora es oscuridad, basura, escombros, droga y 'botellón'

Gomila es de otra civilización, ha sido ocupada por el vértigo y ha desaparecido de las guías y mapas urbanos. Algunos de sus nómadas se han extinguido o apuran su suerte, otros están empleados con horario y los empedernidos han ganado los enclaves de la ciudad baja y los que orillan con el mar.

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Los aledaños del paseo del Born, maltratado por los jerarcas, atraen los restos de la dispersión. Pedrito controla el mostrador de cócteles del actual hito, el Solleric -palacio de arte- donde a veces oficia el viejo barman del Joe's. Con urgencias y bocatas-langostas subsisten la terraza del Bar Bosch; también el vasco Brondo y las dependencias casi judiciales del Central y el Gran Hotel. Son lugares de relajo y exhibición a deshoras, no sólo nocturnas.

La conquista de espacios abiertos se da en los bares y discotecas con portal del Paseo Marítimo, en los bajos de Gomila. El Tito's juvenil, Pachá, Garito, Victoria, Nu, barras exteriores de madrugada, más el Capuccino y el Vips, desbordan la oferta que tenía feudo en la breve plaza.

El paseo fue un atentado que liquidó el litoral. Creó una muralla de torres que cegó la mirada al vientre de la bahía desde el Terreno y cuarteó con clubes náuticos privados el espejo del puerto, la bahía, casi todo el mar.

Los isleños sienten su mar, pero lo viven poco. Indígenas y turistas que escancian el placer en el círculo de una copa ocupan el Pesquero, sede de progres y terraza de diseño barcelonés.

El Pesquero en el muelle viejo y el Solleric en Es Born son territorios modernos. En la lejanía de Palma, el Puerto de Portals acogió a tránsfugas expulsados del paraíso de Gomila. La migración fue llevada al barrio de la Lonja de imbricados callejones portuarios. El éxodo también se encaminó hacia los desclasados Santa Catalina y Es Molinar.

En sus últimas miradas Andrés Ferret, gomilero durante tres décadas, recordó: 'Sentarse en la plaza al caer la noche equivalía a alquilar una butaca en el mejor de los teatros'. Santiago Rusiñol, tres generaciones atrás, dijo que era un palco para ver dormir el mar.

Usuarios clásicos de Gomila restan solitarios o en ninguna parte, un poco a la deriva, jubilados de sí mismos y abatidos por la nueva Palma-Ciudad Rodríguez, que impone el capataz político y cerebro urbanístico José M. Rodríguez a golpe de adoquín y de retorno al pasado. No encaja la estética diletante del bebedor en un bosque agobiante de farolas de imitación del siglo XIX.

Gomila era fiesta y vanidades, ahora es oscuridad, basura, escombros, droga y botellón, restaurantes de quita y pon, discos after de bebida sin fin. En el corazón de la ruina hay dos oficinas bancarias, rótulos a brochazos y puertas valladas; una iglesia evangélica, tiendas de ultramarinos y locales telefónicos, todos para inmigrantes. Una mísera tienda de souvenirs parece salida de una ciudad comunista de la década de 1970. Borrachos indigentes han tomado la plaza y los okupas asaltan ex casas de putas y un colegio religioso abandonado.

El sitio arqueológico no consta en las guías. La leyenda ha quedado barrida y el despojo exige una excavación literaria y la interpretación de los desastres perpetrados. No hay tesoros que hallar, acaso generaciones perdidas.

El foro de los placeres del siglo XX ha dejado de ser el ombligo de Palma, el punto de encuentro. El célebre El Terreno, ex barrio de veraneo y residencia de culto por sus vecinos mundiales, está en abandono.

La nueva realidad provisional -tribus de jóvenes, bares de ambiente y duros- es compleja. La expresión del desperdicio sobreviene los fines de semana, cuando de día se desparraman los excesos y los cuerpos de los adictos. Las calles huelen a cuadra de caballo.

Apenas vale la evocación de las glorias gastadas para retener el pasado. Entre cristales embadurnados de cal y negocios sin puerta, subsiste heroico el cabaret Sa Posada de Bellver, de Ramon de la O. Otra excepción es la peluquería-librería de poesía Sagitari, de Xavier Abraham, el último residente. Experto en Rosselló-Pòrcel, recuerda sus versos de bronce: 'Tota ma vida es lliga a tu com en la nit les flames a la fosca'. Las llamas más oscuras de Gomila son de 1691, cuando la Inquisición quemó allí en nombre de la fe a xuetes, descendientes de judíos conversos.

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