_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ocaña y todo lo contrario

He visto cosas que jamás podrías imaginar. Mis primeros recuerdos de Barcelona son una ciudad repleta de cacas de perros. Un puesto de sandías en la plaza de España. Gente riendo mientras arrojaba tomates a Samarach a la salida del Liceo. Una pareja haciendo el amor en la plaza de Catalunya. Un hombre desnudo caminando por La Rambla y riéndose de la luna. Con ese hombre comienza esta historia. Ese hombre era Ocaña. Y esa Rambla era la de la década de 1970. La regla del juego de esta sección es que va de construcciones y de destrucciones barcelonesas acaecidas desde 1982 hasta esta mañana. Mi historia hace un poco de trampa. Empieza antes de 1982 y finalizará, si hay otra, varios años después de esta mañana. La historia habla del gran cambio cultural que ha sucedido por aquí abajo en los últimos 25 años. Bueno. Al tajo. La Rambla. Ocaña. Desnudo.

Ocaña murió abrasado; muchos de su grupo, de sida. Otros consiguieron reciclarse
A finales de los setenta Barcelona vivía un pitote cultural que buscaba una liberación a gogó
Más información
DE LA ACRACIA CULTURAL AL DIRIGISMO DE ESTADO

- Los hombres desnudos. A finales de los años setenta, Barcelona vivía un pitote cultural. El modelo cultural franquista -es decir, antifranquista- se había agotado. Aún no estaba dibujado el modelo democrático vigente. En ese despelote, ciertas tendencias radicales, contraculturales y provocativas, que buscaban en la cultura una regeneración moral del franquismo y una liberación a gogó, campaban a sus anchas por la ciudad. Aunque le cueste creerlo, ese pitote no era cosa de la Gene, el Ayuntamiento o/y la gauche divine, sino de todo lo contrario. Personas con apellidos de guía telefónica, de extracción y hábitos poco burgueses. Eran libertarios. Les tiraba la cosa homosexual. Posiblemente son el último grupo intelectual programático e independiente en Barcelona. Su desaparición ilustra la derrota de un modelo cultural. Y la victoria de otro. Los miembros de aquel grupo se agrupaban en torno de Ocaña, un señor que vino a hacer la mili a Barcelona y se quedó. Pintaba cuadros de vírgenes, se paseaba -lo dicho, desnudo- por La Rambla. Su provocación, tal vez poco articulada, pero bella, feroz y emblemática, quizá fue lo que convirtió a Ocaña en el epicentro de un grupo de artistas y escritores que apostaban por una cultura provocativa, no dirigida, enfrentada a la derecha y a la izquierda y que recibió palo de la derecha y de la izquierda. El grupo, por lo que he hablado y escuchado, estaba formado por artistas plásticos pasados de vueltas como Nazario y el joven Mariscal, escritores y periodistas como Lluís Fernández -autor de L'anarquista nu (1979), una novela durilla sobre travestidos valencianos-; Juanjo Fernández, director de Quimera en la década de 1980; Federico Jiménez Losantos -sí, sí, el de la COPE, sólo que entonces llevaba el pelo por la cintura y militaba en la CNT- y, fundamentalmente, Alberto Cardín. Cardín -'la Cardina', como le llamaba Ocaña- es tal vez quien mejor apunte la propuesta de todo el grupo. Antropólogo, profesor universitario, usuario de la alta cultura y de la contracultura, de cierto radicalismo vital, sus puntos de vista culturales quedaron patentes en la revista La Bañera, que dirigía con Jiménez Lozanitos -sí, sí, el de la COPE-, una revista de humor, que chirriaba entre el apacible rumor que iba creando el naciente modelo cultural posfranquista. En 1981, Cardín lanzó un panfleto analizando el cierre de su revista. El valor de ese panfleto es, tal vez, el de ser el primer texto que empezaba a describir el nuevo modelo cultural alertando ante la 'aparición de una política de Estado de la cultura que eliminaba las diferencias y el debate teórico en nombre de un clima de concordia y convivencia política' -la cita es de Julià Guillamón en su libro La ciutat interrompuda (La Magrana, 2001), no se lo pierdan-. En 1982, ese proyecto se consolida. Ese es el diagnóstico del artículo Barcelona es el Titánic, de Azúa, publicado en este diario aquel mismo año. Dos años más tarde, Azúa, en este diario y en otro artículo, ya dibujaba que 'con un disfraz mercantilista, se está llamando política cultural a lo que es pura y simplemente un soborno libidinal' -la cita es de Guillamón, again.

- Soborno libidinal / buen rollismo. Ocaña murió en 1983. En su pueblo. Se disfrazó de hada con un cacho del papel al que puso unas bengalitas. Se abrasó. Nazario, aquel profesor de EGB que daba clases en el cinturón con las uñas pintadas, sigue fiel a su obra, que ahora no es el cómic, sino la pintura. Mariscal optó por trabajar para instituciones de izquierdas. Lluís Fernández, me dicen, está vinculado a las políticas culturales del PP en Valencia. Jiménez Losantos, ni te digo. Juanjo Fernández le dio un tute a Quimera, de la que fue despedido coincidiendo con su diagnóstico de sida. Colaboró con la prensa radical vasca. A finales de los años ochenta, un juicio por ultraje a la corona le supuso el exilio en Londres. Murió en la década de 1990 en Barcelona. Alberto Cardín murió también de sida e igualmente en Barcelona. El albacea de sus textos, por cierto, es Ignacio Echevarría, crítico en esta casa. El grupo desapareció biológicamente o en la nueva estructura de la cultura que ahora disfrutamos. Una estructura en la que los intelectuales no se separan mucho de los partidos, instituciones o empresas que les dan trabajo. Una cultura que crea emblemas como el Fòrum 2004, una operación inmobiliaria no contestada, decorada con un programa cultural que no será contestado. Participarán en él los profesionales de la cultura -todos; quien no participe no existirá-. Y ningún hombre desnudo. Se han extinguido.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_