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Las pistas del ántrax apuntan a un científico ligado a la CIA

Un científico vinculado a la CIA y al Pentágono, principal sospechoso de los atentados con ántrax

La investigación de los atentados con ántrax que mataron a cinco personas en EE UU cumple hoy nueve meses sin que ni siquiera se haya identificado a un sospechoso. ¿Es el FBI tan incompetente como parece o hay otra explicación más siniestra? La segunda hipótesis la suscribe un número cada vez mayor de científicos y medios de comunicación, que denuncian una trama de encubrimiento al más alto nivel por temor a que el perpetrador pueda revelar programas secretos de guerra bacteriológica si es detenido.

Las voces de denuncia apuntan a Steven Hatfill, un científico ligado a la CIA y al Pentágono cuyo perfil encaja con el del terrorista que se busca y cuya enigmática trayectoria comienza en los setenta trabajando a la vez para el Ejército de EE UU y el régimen racista blanco de la antigua Rodesia (hoy Zimbabue). Entonces fue acusado de causar el mayor brote de ántrax de la historia entre 10.000 campesinos negros.

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Según el perfil que maneja el FBI, el bioterrorista debía de estar resentido. A Hatfill le quitaron el permiso de acceso a altos secretos en agosto, cuando aspiraba a un contrato supersecreto con la CIA, lo que, según sus colegas, 'le enfureció'.

Y luego está la pieza del rompecabezas que desde el principio ha intrigado a los investigadores: la misteriosa dirección en el remite de las cartas a los senadores demócratas Tom Dashle y Patrick Leahy y al periodista de la NBC Tom Brokaw: Greendale School. Hace dos semanas la cadena de televisión ABC News encontró una respuesta: el colegio junto a la residencia de Hatfill en Zimbabue se llamaba Greendale School.

Su presente sigue siendo enigmático. Aparentemente continúa trabajando en misiones especiales del Gobierno en Asia Central, a pesar de la nube de sospecha que le rodea a raíz de que en octubre le denunciaran sus colegas como posible autor de los atentados y de que días atrás hayan salido a la luz otras inquietantes coincidencias, como el estudio que patrocinó hace dos años sobre el impacto de un ataque de ántrax por correo, que parece un guión del ocurrido. El rastro de pistas lleva desde la antigua Rodesia hasta Florida, el Estado donde se detectó el primer ataque con ántrax en la empresa de publicaciones American Media, a pocos kilómetros de donde viven los padres de Hatfill y donde él había alquilado un almacén. (Los demás casos fueron en Washington y Nueva York, siempre dirigidos contra políticos y medios de comunicación, aunque infectaron a empleados de las oficinas de reparto de correo).

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El columnista del diario The New York Times Nicholas Kristof escribía la semana pasada: 'Si el señor Z fuera árabe, ya estaría en la cárcel, pero es un americano de pura cepa muy próximo al Departamento de Defensa, la CIA y al programa de biodefensa'. Además del Times, la lista de medios que ha retado al FBI a que investigue seriamente a Hatfill incluye el Baltimore Sun, The American Prospect, Dallas Morning News y la cadena ABC, así como la Federación de Científicos Americanos, una institución respaldada por más de medio centenar de premios Nobel. La respuesta del FBI ha sido calificar a Hatfill como una 'persona interesante'.

Experimentos secretos

Recientes análisis genéticos han confirmado que las cartas con ántrax dirigidas a los dos senadores más influyentes del ala izquierda de los demócratas -con una dosis tan potente como para matar a la mitad de la población de EE UU- sólo podían ser obra de un experto en ántrax vacunado contra el patógeno y con acceso al Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército en Fort Detrick (Maryland), donde se llevan a cabo experimentos secretos de biodefensa. Hatfill trabajó allí entre 1997 y 1999, pero siguió teniendo acceso hasta marzo como empleado de una empresa contratada por el Pentágono. Steven Block, profesor de guerra bacteriológica en la Universidad de Stanford, sugiere que la razón por la que el FBI está retrasando la investigación es porque 'el autor o bien tiene información sobre el Gobierno de EE UU o bien es el propio Gobierno'.

Otros análisis sostienen que al FBI le han cortocircuitado sus propios colegas de otras agencias federales. El 4 de abril, un reportaje de la cadena ABC afirmaba que 'agencias de inteligencia federales y militares se habían negado a darle al FBI la lista completa de las instalaciones secretas y los nombres de quienes trabajaban con ántrax'. Eso explicaría en parte ciertos palos de ciego, pero no la fragmentación de la investigación, la lentitud con la que operan y el permitir la destrucción de pruebas, que tienen visos de haber sido decisiones deliberadas.

Cómo si no se puede entender que autorizaran la incineración de las cepas de las que se derivaron las esporas de los atentado sin ser analizadas y que hasta hace un mes no hayan hecho la prueba del detector de mentiras a científicos que trabajan en los dos laboratorios que manejan el patógeno; o que esperaran hasta marzo para reunir muestras de todos los laboratorios, se preguntaba la doctora Barbara Rosenberg, directora de armas biológicas de la Federación de Científicos Americanos.

Hasta marzo tampoco registraron el apartamento de Hatfill, y hace tres días un portavoz del FBI aseguraba que no habían encontrado 'ni una espora'. Sus expedientes no los han analizado, tampoco la casa en la que entraba y salía con visitantes que luego han dicho a The New York Times que les daba el antibiótico Cipro (para tratar ántrax). Tampoco lo vigilan y no han encargado a un grafólogo que compare su caligrafía con la de las cartas. 'No lo han detenido porque sabe demasiado', subrayó Rosenberg. Hatfill mantiene rotundamente su inocencia resaltando que es 'de los buenos' y que al perfil divulgado por el FBI se ajustan decenas de científicos. Cierto, afirma la doctora Rosenberg. 'Entre 15 y 20 científicos encajan en la descripción general del sospechoso', pero hay cabos sueltos que sólo parecen conducir hacia Hatfill.

Un policía de los servicios de emergencia de la ciudad de Nueva York fumigaba en octubre pasado varios buzones de la Quinta Avenida neoyorquina.
Un policía de los servicios de emergencia de la ciudad de Nueva York fumigaba en octubre pasado varios buzones de la Quinta Avenida neoyorquina.AP

El hombre que conoce demasiados secretos

Steve Hatfill es un soltero solitario de 48 años, apasionado por su trabajo hasta el punto de la obsesión con un ataque bioterrorista, sobre el que lleva años alertando a las autoridades de Estados Unidos. En 1998, mientras trabajaba en el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército (USAMRIID), en Fort Detrick (Maryland), apareció en una foto del Washington Times en la cocina de su casa con una máscara de gas, afirmando que un terrorista podía cultivar patógenos en su casa y provocar una plaga que matara a millones de personas. El año anterior había aparecido en el mismo periódico comentando unos misteriosos gases que forzaron el cierre de los aeropuertos de Washington y Baltimore, tras enfermar a decenas de pasajeros. 'Este tipo de incidentes pueden ser una forma de hacer pruebas para un futuro ataque terrorista. La próxima vez quizá sea ántrax', dijo. Según The American Prospect, Hatfill ha alardeado de haber sido 'un doble agente en Suráfrica'. El periódico surafricano The Daily Dispatch ha relacionado a Hatfill con Eugene Terreblanche, jefe de una organización paramilitar neonazi, mientras estudiaba en la Universidad de Stellenbosch, a mediados de los ochenta, tras graduarse en medicina en Godfrey Higgins Scholl, en Rodesia (actual Zimbabue).

El puesto que finalmente consiguió en USAMRIID en 1997 había sido el gran sueño para el que llevaba años preparándose y que misteriosamente dejó dos años después de conseguirlo. Hatfill nació en Misuri, se graduó en el Southwestern College, en Kansas, y desde 1975 a 1995 vivió gran parte del tiempo en Rodesia y Suráfrica. Según su currículo, simultaneó el servicio en el Instituto Militar de Fort Bragg, en Carolina del Norte, entre 1975 y 1978, con el Escuadrón Aéreo y los temibles Selous Scout del ejército supremacista de Rodesia, país en el que se quedó viviendo hasta el 84.

En su currículo hay lagunas que supuestamente corresponden a misiones secretas para Washington (que el Gobierno no ha desmentido), hasta su regreso definitivo a EE UU en 1995, para trabajar en los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda. Oficialmente dejó el siguiente puesto en USAMRIID -donde manejó el virus del Ébola y el de ántrax- para trabajar con un contratista del Pentágono, Science Appçlications International, que lo despidió en marzo porque el Gobierno les despojó del permiso de acceso a secretos.

Hatfill sabe muchos secretos. Por ejemplo, pertenece al selecto grupo de científicos que sabía del despido del doctor egipcio Ayaad Assaad en USAMRIID. Una carta anónima remitida días antes de los atentados con ántrax a la base naval de Quantico acusaba a Assaad de estar preparando un ataque bioterrorista, una coartada perfecta para encubrir al verdadero autor. El científico egipcio ha sido exonerado por el FBI.

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