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Reportaje:

Turquía, en el hospital

La ausencia en Sevilla de Ecevit, con graves problemas de salud, simboliza la crisis del eterno aspirante a la UE

El gol de oro de Ilhan Mansiz, que metió ayer a Turquía en las semifinales del Mundial, desató la euforia en todo el país euroasiático. Falta hacía, pero que nadie se llame a engaño. Más allá del fútbol, Turquía no está para fiestas. La ausencia de la cumbre de Sevilla del primer ministro, Bulent Ecevit (sustituido por el presidente, Ahmet Necdet Sezer) ha puesto una vez más en evidencia que los problemas de salud de este veterano líder izquierdista amenazan con llevar a su país, eterno y desairado aspirante al ingreso en la Unión Europea, por un camino de inestabilidad que podría romper la frágil coalición de Gobierno, forzar un adelanto de las elecciones, agudizar la crisis económica y resucitar viejos fantasmas como el del intervencionismo militar y el resurgir del islamismo radical.

Más allá de la euforia por el paso a semifinales del Mundial, el país no está para fiestas

Todavía el pasado jueves, Ecevit, de 77 años, suspendió por consejo de los médicos una reunión con la cúpula de su Partido de Izquierda Democrática (PID) y otra con Tansu Çiller, la líder del opositor Partido de la Recta Vía (PRV). Desde el pasado mayo, dos hospitalizaciones y un prolongado periodo de reposo en su residencia han mantenido al viejo dirigente de la izquierda turca casi fuera de la circulación por una suma de dolencias que, oficialmente, van desde una costilla rota a una inflamación de las venas de una pierna y, según diversas especulaciones, mucho más allá: Parkinson y miastenia grave.

Salvando las diferencias, que no son pocas, la situación comienza a ser inquietantemente parecida a la registrada en Rusia durante el segundo mandato de Borís Yeltsin (1996-2000), cuando la mala salud del zar condicionaba y casi monopolizaba la agenda política. Y, aunque sin miles de armas nucleares, Turquía -encrucijada entre Europa y Asia, fiel aliado en la OTAN y valioso ejemplo para Occidente de país musulmán pero de régimen laico- no es un país cualquiera, como simboliza que acabe de tomar el mando de la fuerza internacional en Afganistán.

Como Rusia después del crash de agosto de 1998, Turquía, que no acaba de superar su etiqueta decimonónica de enfermo de Europa, intenta suturar, con ayuda de 16.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional, las heridas que dejó la crisis de comienzos de 2001, que echó por tierra las esperanzas de una pronta convergencia económica con la UE. Y, también como en Rusia en aquel entonces, se observa con lupa cada aparición pública del líder turco en busca de los síntomas que permitan dilucidar si ha llegado ya el momento de pensar en la era pos-Ecevit.

El primer ministro, su esposa, Rahsan (número dos del PID), y los líderes de los otros dos grupos de la coalición (Mesut Yilmaz, del Partido de la Madre Patria, PMP; y Devlet Bahceli, del Partido de Acción Nacionalista, PAN) evitan con exquisito cuidado plantear la cuestión del relevo. Tienen motivos para ello. Si el primer ministro se retirase y se anticiparan las elecciones (previstas para 2004), los tres socios en el Gobierno pagarían con un alto precio en votos el descontento popular por el empobrecimiento generalizado que causó la crisis y la dura medicina administrada para superarla. Cabría incluso la posibilidad de que, al menos dos de ellos (PID y PMP), no superasen el umbral del 10% de los votos necesario para acceder al Parlamento.

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La cómoda mayoría de que ahora disfruta la coalición no se corresponde, ni remotamente, con lo que reflejaba un sondeo de opinión efectuado en abril, que situaba en cabeza, con el 22,8% de los votos, al Partido de la Justicia Democrática (PJD), que dirige Recep Tayip Erdogan y, en buena medida, recoge (aun sin reconocerlo abiertamente) la antorcha y el apoyo popular de dos partidos islamistas que la Turquía laica (que no del todo civil) ha dejado en la cuneta: el Partido del Bienestar, ilegalizado en 1998 tras llegar a dirigir el Gobierno, y el Partido de la Virtud, que no llegó tan lejos y fue disuelto el año pasado. La encuesta situaba inmediatamente por detrás a otros dos grupos de oposición: el Partido Republicano del Pueblo (PRP), de Deniz Baikal, con el 16,8%, y el PRV, con el 14,5%.

La presión desde fuera del Gobierno para adelantar las elecciones tampoco es muy intensa. Erdogan no quiere forzar el ritmo. Prefiere asentar antes su partido, aumentar su popularidad y eliminar las suspicacias militares que, más acá de tres golpes en 20 años (1960, 1971 y 1980), siguen tutelando la vida política turca y frenando el riesgo de que se concrete la amenaza islamista. Los otros partidos opositores parecen también dispuestos a esperar, tal vez confiando en sacar provecho de un mayor deterioro de la situación económica.

Pero si la salud de Ecevit se degradase hasta hacerle imposible continuar en el poder, la situación sería muy diferente. Probablemente se desataría una lucha por el poder, fuera y dentro de una coalición que engloba a socialdemócratas, centroderechistas y nacionalistas, aunque las fronteras no estén totalmente definidas.

Ese explosivo combinado se agita en el actual debate sobre la supresión de la pena de muerte y el reconocimiento de derechos culturales a la minoría kurda, dos de las exigencias de homologación planteadas por la UE, que, en corto, pide convergencia económica, más democracia real, respeto a los derechos humanos y una solución aceptable al conflicto de Chipre, isla partida en dos y ocupada en su tercio norte por el Ejército turco.

En el caso de la pena capital, el PAN presiona para que, antes que nada, se ejecute a Abdulá Ocalan, líder del separatista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y actualmente en el corredor de la muerte. Eso sí, está dispuesto a no considerar casus belli que el Gobierno se salga con la suya apoyado por parte de la oposición. Ecevit y los suyos han hecho cuestión de honor de la aprobación de estas leyes, con la esperanza de que eso ayude a que, en la cumbre europea de Copenhague de final de año, se fije por fin una fecha para el comienzo de las negociaciones de adhesión a la UE. Ahora mismo, Turquía ni siquiera está en la lista oficial de 12 candidatos, aunque se tramita su estatuto como tal.

Si Ecevit dimite, habría una triple lucha por el poder, desde la oposición, su propio partido y la coalición, donde cabe suponer que Bahceli (con un solo diputado menos que el PID) exigiría la jefatura del Gobierno.

Si se adelantasen las elecciones resultaría verosímil una victoria relativa del PJD de Erdogan, que pondría otra vez a los militares en estado de alerta y a la UE con la mosca tras la oreja por el avance islamista.

La cuestión es si no sería mejor despejar la incertidumbre, aunque el precio fuese alto, antes que prorrogar una inestabilidad, extremadamente peligrosa en tiempos de crisis económica y que los mercados financieros acogen con una volatilidad extrema.

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