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EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO

El alcance de la conferencia internacional sobre Oriente Próximo fractura al Gabinete de Bush

Los 'halcones' de la Casa Blanca quieren imponer una simple reunión exploratoria

Enric González

La convocatoria de una conferencia internacional sobre Oriente Próximo es una apuesta muy arriesgada para George W. Bush. Las posiciones entre israelíes y palestinos parecen más alejadas que nunca y el conflicto tiene profundas implicaciones domésticas en EE UU, como demostró el jueves la resolución del Congreso a favor de Sharon y en contra de Arafat. Lo peor para Bush es la división que la iniciativa ha abierto en la Administración republicana. Lo que para el secretario de Estado, Colin Powell, es una conferencia de paz, para los halcones de la Casa Blanca es una 'reunión exploratoria'. El presidente se juega su prestigio y, además, las elecciones parlamentarias de noviembre.

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La iniciativa del cuarteto compuesto por EE UU, UE, Rusia y la ONU al convocar la conferencia sorprendió a los sectores más duros de la Casa Blanca, opuestos a una implicación tan profunda en el conflicto e incrédulos ante las palabras de Powell. El portavoz presidencial, Ari Fleischer, se vio obligado a manifestar que el anuncio de Powell tenía 'la aprobación' de Bush, tras una pelea azuzada por el Congreso, cuyas dos cámaras quieren que Sharon tenga las manos libres para combatir el 'terrorismo palestino'.

Los cristianos ultraconservadores, que decantaron la balanza a favor de Bush en las elecciones presidenciales y dominan el Partido Republicano, no quieren ni discutir la posibilidad de hacer concesiones a Arafat. El lobby judío, muy influyente en el Partido Demócrata, llega por otras vías a la misma conclusión. Como telón de fondo aparecen las elecciones de noviembre, en las que los votos cristianos y judíos serán fundamentales para dar la mayoría parlamentaria.

'Descafeinar' la cumbre

El presidente Bush se sintió obligado, el viernes, a descafeinar el alcance de la conferencia y habló de 'una reunión ministerial' y de 'una serie de discusiones para concretar puntos de vista'. Pero eso no fue lo que planteó el cuarteto. El ministro español de Exteriores, Josep Piqué, representante de la UE junto a Javier Solana, habló de 'una conferencia ministerial' que 'necesariamente' debía ser rematada por 'los jefes de Estado y de Gobierno', es decir, por Bush, Sharon y Arafat, cuya coincidencia parece ahora impensable. Piqué añadió, al igual que Powell, que el objetivo era 'una paz duradera' y que el conflicto de Israel con Siria y Líbano debía ser 'incluido en las discusiones'.

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El plan de Powell, avalado por el cuarteto, consta de tres fases. La primera se centra en ayudar a la Autoridad Palestina a reconstruir sus fuerzas de seguridad y, al mismo tiempo, exigirle una actitud clara contra el terrorismo. La segunda es dinero: para satisfacer las necesidades básicas, para iniciar la reconstrucción de las infraestructuras y 'para que Arafat pueda convencer a su pueblo de que hay esperanza y perspectivas de prosperidad', en palabras de Powell. La tercera fase es la conferencia de paz, en la que, en opinión de Powell, países árabes como Egipto y Arabia Saudí deben jugar 'un papel determinante'.

Uno de los 'soportes' del hipotético proceso de paz, la ONU, ha quedado muy frágil tras el fiasco de la investigación sobre Yenín. Más de 50 países censuraron ayer de madrugada la actitud de Israel, que impidió el desplazamiento a la zona de una comisión investigadora. El embajador de Siria ante la ONU, Faisal Mekdad, reflejó la opinión de los Gobiernos árabes al afirmar que estaba 'demostrado' que Israel tenía 'mucho que ocultar y mucho de lo que avergonzarse', y al criticar la actitud timorata del Consejo de Seguridad frente al bloqueo de Israel y EE UU.

La visita de Sharon a Washington, el martes, será decisiva para fijar el alcance de la conferencia y sus posibilidades de éxito. Bush esperaba presionar a Sharon, pero la reciente resolución del Congreso estadounidense coloca al primer ministro israelí en una posición de fuerza: sabe que la Casa Blanca tiene un margen de maniobra limitado y que, en último extremo, debe permanecer sin ambigüedades del lado de Israel.

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