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Columna
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Votos, usos y abusos

Andrés Ortega

La democracia son las urnas, pero también las libertades y el Estado de derecho, a lo que, en nuestros días, hay que sumar el desarrollo social. Los gobiernos democráticos se legitiman en su origen en las urnas, pero pueden deslegitimarse en su ejercicio del poder. No sólo en Venezuela -donde el presidente Hugo Chávez ha prometido 'rectificar', una admisión de que estaba en el mal camino-, sino en nuestra propia Europa, Oeste y Este. La deriva autoritaria empieza a extenderse, también apoyada en votos.

Demasiadas veces en la historia se ha utilizado la excusa de la defensa de la democracia para intervenciones militares autoritarias, con el añadido, en el caso de América Latina, de la sombra del gigante nordista, Estados Unidos. Venezuela era desde 1958 la democracia más antigua de América Latina. Chávez ganó claramente las elecciones, y las revalidó. Pero se hizo una Constitución a su medida, olvidando de hecho lo que es la división de poderes y otros principios, a pesar de lo cual muchos de sus opositores y críticos querían una salida constitucional, que frustró el golpe confuso y, a su vez, frustrado.

El golpe se inició en Venezuela cuando las alternativas democráticas estaban en gestación, ahora en parte interrumpida. Partidos y grupos de oposición estaban en plena renovación y se había desarrollado un red que se comunica por Internet, la de los 'veedores', cuyo lema es 'observar, registrar e informar para construir un país mejor'. Estos grupos e individuos -los que conozco, de intachable trayectoria democrática- querían esa salida constitucional, no un golpe de Estado impulsado por militares ni barrer, otra vez, todas las instituciones como hizo brevemente Pedro Carmona. Lo ocurrido, el golpe y el contragolpe, la incertidumbre y el miedo de los saqueos y de la reacción es mala noticia para toda América Latina. Y el contragolpe, pese a lo que diga Chávez, no ha sido una 'segunda elección'.

Algunos presentan ahora a Chávez casi como el símbolo de la resistencia a la globalización o americanización. Sin embargo, pese a lo ocurrido, no conviene caer en la amnesia: cómo personas desarmadas cayeron acribilladas por francotiradores de dudoso origen el jueves 11 de abril en una manifestación multitudinaria de críticos -no de enemigos, como ha recordado El Nacional-, con el proyecto de Chávez; cómo éste intervino en las cadenas privadas de televisión; cómo en algunos ejercicios escolares se les pide a los alumnos que pregunten a sus familiares y vecinos lo que votaron en elecciones o en el referéndum o lo que piensan de la revolución bolivariana; cómo Chávez ha flirteado con las guerrillas de las FARC, contra su vecina Colombia; o cómo la corrupción no se ha ido, sino que ha cambiado de manos.

A algunos de los visitantes Chávez les indica que Venezuela ha subido cuatro puestos en el Índice de Desarrollo Humano, cuando, si se comprueba en los informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)entre 1999 y el último de 2001 (que se basa sobre datos de dos años antes) el país ha retrocedido 13 puestos: del 48º al 61º. Su gestión ha sido desastrosa. Pero el éxito popular de Chávez se debía -se debe- a la corrupción del anterior régimen y al desastre social heredado. En el rico cuarto país exportador de petróleo del mundo, el 52% de la población (dato del Banco Mundial) no tendría por qué vivir por debajo del índice nacional de pobreza.

El sueño de muchas personas es fallecer para luego resucitar y ver qué se ha dicho de ellos. Políticamente hablando, eso le ha sucedido a Chávez.

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Tras este despertar, Chávez indica que quiere reconciliar una sociedad que ha contribuido a dividir. El maestro Manuel García Pelayo -que en su exilio tanto hizo por impulsar el desarrollo de los estudios políticos en Venezuela- solía comentar que le impresionaba que en aquel país hubiera diferencias sociales notables, pero no distancia. En los hechos se verá que da de sí el ¿nuevo? Chávez.

aortega@elpais.es

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