_
_
_
_
_
ELECCIONES EN FRANCIA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La lepenización de los espíritus

Lluís Bassets

Jean-Marie Le Pen es un excelente orador y parlamentario, un político astuto y maniobrero y también un analista certero. Además es un personaje inquietante y peligroso, pero cargado sin duda de mérito y de voluntad de poder. Su mayor defecto es que los diablos que pueblan su negro corazón se sueltan con frecuencia en forma de insultos y de expresiones de desprecio y de odio hacia los extranjeros, los árabes, los judíos o los socialistas. Todo lo que gana en su dominio de la política como técnica lo arruina en cuanto se deja llevar por lo que piensa.

Otros políticos consiguen ocultar o maquillar su programa, para que los electores traguen la píldora. Le Pen, aunque haga ridículos intentos de modos centristas, no engaña absolutamente a nadie, cosa que es de agradecer, porque no hay forma de esconder ni maquillar su programa. Propone expulsar a los extranjeros, ofrecer la preferencia nacional para todos los puestos de trabajo a los nacionales, terminar con la libre circulación de personas y de mercancías para establecer en este último caso también la preferencia comercial francesa, restablecer la pena de muerte, y en definitiva romper con las instituciones europeas e internacionales, desde la Unión Europea hasta la Organización Internacional de Comercio.

Los diablos que le atacan y le hacen perder todo viso de respetabilidad están también en su cerebro. Los que piensa le convierten en hijo predilecto de los totalitarismos fascistas. La diferencia entre Le Pen y buena parte de los nuevos populismos de extrema derecha que están resurgiendo en Europa es que el presidente del Frente Nacional no es un recién llegado. Su pedigrí le emparenta con la extrema derecha francesa de todo el siglo XX. Y también con la europea: Le Pen pertenece a la misma familia que el mariscal Petain, Oliveira Salazar, Mussolini y naturalmente, el general Franco. Su programa hace pensar en la España de la autarquía franquista y en una adaptación francesa de los delirios de grandeza falangista de la posguerra. Uno de sus méritos es haber sabido reunir en el Frente Nacional, gracias a su carisma de tribuno popular y a su temperamento de caudillo autoritario e intolerante, a todas las corrientes de las distintas derechas extremas francesas.

Le Pen se presta, por sus modos de ex combatiente colonial y de porrista del fascio ya jubilado, a todas las caricaturas. Pero no valen bromas: uno de cada cinco franceses que acudieron ayer a las urnas votaron a Le Pen o a Megret, su ex lugarteniente ahora separado por rencillas de poder pero no por grandes diferencias en su tenebroso ideario. Y ahí es donde entra el Le Pen analista, que saludó las primeras propuestas de Chirac y de Jospin en la campaña electoral como una lepenización de los espíritus.

Bajar los impuestos y poner más policías con órdenes más imperativas en las calles es algo que han propugnado con distintas modalidades tanto el candidato socialista como el neogaullista. La elección de ayer, dijo Le Pen, de nuevo certero, 'es una derrota de Chirac y de Jospin'. Es un garrotazo tremendo al sistema político francés, impugnado en su conjunto por Le Pen durante toda su trayectoria y representado ante todo por el presidente de la República y por su primer ministro. Chirac saldrá reelegido como un mariscal búlgaro -el 80 por ciento previsiblemente- y de la peor manera posible, con los votos de todos los demócratas agrupados y confundidos por la disciplina republicana. Jospin, con su buen balance y su buena voluntad, se retira y pasará a la memoria de los perdedores excelentes, donde reposa Pierre Mendes-France.

La lepenización de los espíritus no es una cuestión únicamente francesa. Toda Europa está aventada por el vendaval que ha llevado a Le Pen a la segunda vuelta de la elección presidencial francesa. Haider en Austria y Berlusconi en Italia son las ventiscas más virulentas de este cambio atmosférico que está desarbolando a la izquierda y dañando a la misma democracia. Le Pen es uno de los últimos y lamentables combatientes del siglo XX pero los votos que le han aupado a la segunda vuelta ya pertenecen al sombrío siglo XXI.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_