Chuky y la rata
Profundamente conmovido por los descubrimientos arqueológicos del Born, me he acercado al viejo mercado y he contemplado las nobles ruinas. Haced lo mismo que yo, venced la pereza, no temáis tiznaros con la mugre, visitad esas ruinas. ¡Y pensar que aquí hubieran construido una biblioteca! ¡Suerte que semejante peligro se ha podido superar, y ahora, en Barcelona, dispondremos de otra magnífica atracción para el parque temático Catalunya Maltractada que el difuso (¡pero democrático!) nacionalismo catalán va construyendo para deleite e instrucción de las sucesivas generaciones de escolares: aquí la expo sobre Unió en el Museo de Historia de Cataluña; aquí, la llama del Fossar, aquí las ruinas...
Las ruinas del Born: una acequia, dos pesebres, tres letrinas y el esqueleto de una rata, acaso muerta por Felipe V
Con lo que me divierte la lectura de Nietzsche contra Wagner, que acaba de editar Siruela, ¿por qué he abandonado el libro boca abajo en el brazo del sillón? ¿Por qué he pospuesto la misericordiosa tarea de visitar a un amigo enfermo, por qué demoro mil tareas perentorias, para ir a visitar las ruinas, las ruinas, las ruinas del Born?
No es que me haya conmovido la fabulosa noticia de que se han encontrado allí restos de calles del siglo XVIII, pues la verdad, calles y casas de ésas las tenemos a patadas en el Casc Antic y, gracias a Dios, muchas de ellas se las va llevando la piqueta, en beneficio de la higiene y de que corra el aire. La verdad es que si Barcelona es lo que ha llegado a ser, una bonita ciudad turística donde hace buen clima y sirven bien de comer, es en buena parte porque a finales del siglo XIX tiramos abajo sin contemplaciones las murallas romanas y levantamos el Eixample.
¿Me ha movido saber que se ha encontrado allí, entre las ruinas, entre el polvo, oculta en la mugre y el hollín de las chimeneas, una bala de cañón? Tampoco ese hallazgo portentoso venció mi natural poltrón, aunque no me cabe duda de que la bala de marras es perfectamente redonda y maciza. Ni la conservación de una acequia, dos pesebres y tres letrinas. Lo que me ha electrizado, lo que me ha hecho correr hacia el Born, ha sido enterarme, gracias a un artículo de este diario firmado por el profesor Culla, de que se ha encontrado el esqueleto de una rata.
Incluso pensé en recorrer el trayecto hasta el Born de rodillas, como penitente en peregrinación, pero mi mamá me convenció de que tampoco hay que exagerar el fervor y la beatería. Tiene razón, ¡pero es que esa rata, amigos, no es una rata cualquiera!... Cierto que a lo largo de la vida os ha sido dado el privilegio de ver muchas ratas, ratas vivas y ratas muertas. Suelen verse en las estaciones de metro de Barcelona, París, Londres, y en las calles nocturnas, cuando aprieta la calor... Pero esta rata, muerta tal vez a causa de un disparo de Felipe V en persona, esta rata asesinada, en fin, por el centralismo, tiene algo heroico, es, por decirlo así, una rata patriótica, una rata venerable, una rata valiosísima para la recuperación de la memoria histórica, tiene mucha razón el profesor Culla en enfatizar el hallazgo, esa rata es sacra como el brazo incorrupto de santa Teresa, reliquia de cuya autenticidad no puedo dar fe cierta, pero cuya visión tanto aliviaba al Caudillo en tiempos de zozobra.
Estaba, pues, contemplando en severo recogimiento las ruinas y mentalmente agradeciendo a convergentes, socialistas y republicanos su celeridad en cancelar el proyecto de la innecesaria biblioteca para preservar semejante tesoro, y buscando ansiosamente dónde estaba esa rata, cuando se despertó en mí Chuky, el muñeco diabólico. Como creo que ya les he contado en alguna ocasión, es inexacta esa cursilada que quiere que todos tengamos un 'niño interior' al que hay que mimar: lo que tenemos es un muñeco diabólico. El mío se llama Chuky, viste levita verde, lleva plastrón y físicamente se parece al honorable Pujol.
Así pues, se despierta el muñeco y masculla:
-¡Venga ruinas, y venga polvo, y venga cutrerío!
-¡Pero cómo, Chuky! -me sorprendo-. ¿Es que no te conmueve la rata?
-Para empezar, se nota que no lees a ése como se merece: no es una rata, sino dos ratas, dos, dos ratas, las que han encontrado. ¿Sabes tú para qué van a servir las ruinas y las ratas?
-¡Qué pregunta! ¡Para recuperar nuestra memoria histórica!
-La rata y las ruinas -replica él muy resentido- sólo van a servir para perder el Born 20 años más, retrasar 20 años más la biblioteca provincial, que es uno de los escasísimos proyectos culturales positivos que podemos esperar, dar trabajo a los arqueólogos en paro y aburrir a los turistas con nuestras jeremiadas.
Me quedo pensativo, contemplando un hoyo venerable, los cimientos de una letrina. Le pregunto qué haría él, si tan listo es, con las ruinas. ¡Y me sugiere esta barbaridad!:
-Las taparía con cemento Portland. Los pedruscos, que se los lleven a casa de Millàs, ese que han echado de Òmnium Cultural. Que las haga visitar y cobre entrada, provisto de gorra de plato y linterna ciega.
Le recrimino su sarcasmo y me replica en latín, como suele:
-Ridendum dicere verum quid vetat? ¿Qué prohíbe decir la verdad riendo? Horacio, naturalmente.
¡Será esnob!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.