_
_
_
_
LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Shoah'

Martes, 2 de abril. Mientras cocino el almuerzo, echo un vistazo a las noticias de la Cinco. Hoy no sale Arafat -¿lo vieron el otro día con la pistola y la velita?-; hoy sale Sharon. El general dice que Arafat puede abandonar su refugio, previo permiso del Gobierno israelí, siempre que lo desee, pero que una vez se vaya es para no volver. 'Tan sólo un billete de ida', recalca el general.

Tengo amigos que se interesan por lo que ocurre en Argentina, otros que sólo se preocupan de Afganistán, o de Colombia; los tengo también que tan sólo respiran por el trasvase del Ebro, e incluso un par de ellos que se ponen muy nerviosos cuando les hago bromas sobre el consejero en jefe, Mas. A mí lo que me va, desde hace muchos, muchos años, es el contencioso árabe-israelí. Vayan ustedes a saber por qué.

En el Instituto Francés proyectan la semana próxima 'Shoah' y 'Sobibór', dos filmes de Lanzmann sobre el exterminio de los judíos

La cosa pinta muy mal. Sharon cuenta con el apoyo de Bush, que ve en él a un azote de terroristas, para conseguir sus fines: la eliminación -no física; parece que Bush se opone- de Arafat y del Estado palestino. Arafat le facilita las cosas al no condenar, de manera precisa, solemnemente y en lengua árabe, los atentados terroristas de Hamas y de la Yihad Islámica. Según Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur, porque Arafat no tiene la categoría de un hombre de Estado. Total, que más del 50% de los israelíes están con el bestia de Sharon. Manolo Vázquez Montalbán, en su columna del lunes, decía que 'sólo la retirada del Gobierno de los laboristas israelíes podría evitarles una condena histórica por cómplices de terrorismo de Estado sagrado'. Manolo parece olvidar que los laboristas israelíes, desde Golda Meir a Barak, siempre han sido partidarios de la superioridad militar de Israel para imponer a los palestinos una solución del conflicto que beneficie los intereses y las aspiraciones del Estado judío.

¿Qué ocurrirá? Todo parece indicar que Sharon se deshará de Arafat para buscar unos interlocutores más comprensivos y salirse con la suya. Total, que el Estado palestino peligra, mientras resistentes y terroristas palestinos son aniquilados sin distinción por el terrorismo de Estado de Sharon, el cual sigue prefiriendo los terroristas palestinos -que matan judíos y avivan el odio- a las voces civilizadas, israelíes y palestinas, que buscan una solución pacífica al conflicto. En cuanto a Arafat, me temo que, pese a la pistola y a la velita, es un político quemado. La segunda Intifada, ¿contra quién iba sino contra él?

Ustedes se preguntarán a qué viene ese rollo sobre el conflicto árabe-israelí. Muy sencillo: la semana próxima, en el Instituto Francés, pasan Shoah y Sobibór, dos célebres filmes de Claude Lanzmann (8, 9 y 10 de abril), seguidos de un debate en presencia del director.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Shoah es un vocablo hebreo que sirve para designar la catástrofe. Es el término que, a partir de los años sesenta, concretamente del proceso Eichmann, se utiliza para designar el exterminio de seis millones de judíos en los campos nazis. Shoah sustituye a holocausto, que, originariamente, significaba un sacrificio religioso realizado con fuego, lo que venía a suponer una cristianización perniciosa de los sufrimientos judíos, y como tal fue rechazada.

Shoah, el filme de Lanzmann, de una duración de nueve horas y media, nos coloca frente a la mirada de los judíos supervivientes de los campos de exterminio, así como de los testimonios de los polacos que estuvieron próximos al exterminio, que vivieron próximos a los guetos y a los campos, y también escucharemos las impresionantes confesiones de los verdugos, de los SS responsables del correcto funcionamiento de la industria de la muerte.

La shoah desempeña hoy un papel trascendental en la historia del Estado de Israel. Para ser más preciso, desempeña ese papel desde 1967, desde la llamada Guerra de los Siete Días, en que el ejército israelí derrotó a sus adversarios árabes y se apoderó de Jerusalén y de la orilla izquierda del Jordán, de los altos del Golán y de Gaza y el Sinaí. Fue un milagro: la revancha de la shoah. Una shoah que antes de esa fecha no despertaba demasiados sentimientos entre los colonos del flamante Estado de Israel, más preocupados por olvidar penas pasadas, por fabricar un judío nuevo, sin la rémora de la diáspora. Como tampoco los despertaba entre los judíos de Estados Unidos, un país y un Gobierno que sólo empiezan a preocuparse de Israel y de su trágica memoria, de la shoah, cuando se percatan de que el ejército de Moshe Dayan es capaz de oponerse a los soviéticos y a sus aliados del Próximo Oriente. Fue Nixon quien empezó a ayudar al Estado de Israel y a preocuparse por la shoah y su espléndido museo, y no precisamente por motivos sentimentales.

Y si la shoah es la catástrofe milagro de los judíos, Sobibór, el otro filme de Lanzmann, es el testimonio de uno de los pocos momentos en que el pueblo judío se enfrenta a sus verdugos, ataca a los nazis. El testimonio (1 hora y 35 minutos), en hebreo, de uno de los cabecillas. Estremecedor testimonio.

Shoah y Sobibór son, pues, dos caras del actual conflicto árabe-israelí. Aunque, huelga decirlo, los judíos de Sharon no sean los nazis, como no lo son los terroristas de Hamás. Pero el victimismo está ahí, como lo está la respuesta tanto palestina como israelí del matar para que a uno no le maten. Con todos los matices, con todas las trampas, también. Y con todos los odios.

El debate está servido. Los dos filmes son estrenos absolutos (en su integridad) en España. Culturalmente hablando, su proyección es todo un acontecimiento. Veremos qué ocurre la próxima semana en el Instituto Francés de la calle de Moià. Confiemos en que no todo se reduzca a un debate sobre la legitimidad de los testimonios de los testigos de Lanzmann o a una condena de filmes como La lista de Schindler o La vida es bella. Y en que las proyecciones no sirvan para que partidarios de Sharon y de Arafat se líen a bofetadas, como suele ser harto frecuente.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_