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Columna
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Derechos, según y cómo

Por tercera semana consecutiva, el sábado nos reuníamos en Bilbao unos pocos miles de personas para manifestarnos por una buena causa. El apoyo al centro Hontza y la reivindicación de una sociedad más solidaria, que no oculte bajo la alfombra de la indiferencia la exclusión que ella misma provoca; la condena del atentado de ETA contra Eduardo Madina y la reivindicación de la Humanidad como patria por encima de todas las patrias, territorio común de todo ser humano; la protesta contra un tratamiento de la cuestión migratoria que reduce a los inmigrantes a recurso económico gestionado desde el más rácano interés económico, cuando no a problema de seguridad ciudadana. Tales han sido los motivos que nos han convocado. En el fondo, un mismo y único motivo: ese que Gabriel Aresti dejara plasmado en el poema titulado Zorrotzako portuan aldarrika, (Gritando en el muelle de Zorroza): 'Beti paratuko naiz gizonaren alde'(Siempre me pondré al lado del hombre). Pues la misma dignidad humana es pisoteada en los tres casos. La misma. No por los mismos, pero sí la misma. Por eso fuimos muchos los que hemos coincidido los tres días. Pero también ha habido quienes apoyaron sólo alguna de esas convocatorias, no todas. Uno no entiende esta condicionalidad en las solidaridades. Pero el hecho es que se da.

El pasado sábado fue ocasión para que tal condicionalidad se manifestara con especial crudeza. Por un lado, la coordinadora Harresiak Apurtuz nos había convocado en Bilbao para denunciar la Ley de Extranjería y reivindicar una política de inmigración que no reduzca a los inmigrantes a un mero recurso económico. Decidimos un determinado cupo en función de nuestras propias necesidades productivas (en función de unos determinados puestos de trabajo que no son cubiertos por los nacionales) o, en un futuro próximo, reproductivas (antídoto contra el envejecimiento y el descenso demográfico de nuestras sociedades). ¿Dónde queda el imperativo ético de tratar siempre a las personas como fines en sí mismas, nunca como medios. Por otro lado, el Ayuntamiento de Portugalete nos había convocado a manifestarnos para condenar el bárbaro atentado contra la concejala socialista Esther Cabezudo y su escolta Iñaki Torres. Muchos de los que estuvimos en Bilbao estábamos también en Portugalete. Siendo imposible la ubicuidad, tuvimos que elegir. Pero no pudiendo dividirnos físicamente, nuestro corazón (corazón partío) quiso estar en ambas convocatorias. Y tengo para mí que lo conseguimos. Hubo, sin embargo, quien no tuvo necesidad de elegir. Hubo quienes tenían muy claro que una de las dos convocatorias no iba con ellos. Y así, el Partido Popular se manifestó en Portugalete, pero no en Bilbao. Y Batasuna se manifestó en Bilbao, pero no en Portugalete. No compararé posturas ni propondré equivalencias, pero en ambos casos, cada uno por su razones, cada uno con sus contradicciones, decidieron que sólo se pondrían al lado del hombre según y cómo. Que en esto de la dignidad humana, que en esto de los derechos, la condicionalidad prima sobre la universalidad innegociable. Que no hay obligaciones éticas más allá de lo que cada uno soberanamente decida.

Batasuna se manifestaba en Bilbao a favor de unas personas hoy abocadas a la condición de ilegales por una legislación excluyente, pero si esas mismas personas legalizaran su situación y resultara que alguna de ellas, cosas de la vida, acabara trabajando como guardia civil o como 'ertzaina o representando al PP o al PSE en algún ayuntamiento y fuese asesinado por ETA, todo su apoyo se desvanecería. El PP denunciaba en Portugalete la radical expulsión del ámbito de los derechos que ETA practica contra tantos ciudadanos de este país, pero justifica desde el realismo y el cálculo que miles de personas, por el simple hecho de no tener la nacionalidad española, vivan condenados a la semiclandestinidad, sean víctimas de la explotación laboral más impune o arriesguen sus vidas buscando algo tan básico como seguridad y bienestar. No compararé posturas ni buscaré equivalencias. Que cada cual se busque un oftalmólogo con conocimientos de carpintería y se haga mirar la viga que aloja en sus ojos.

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