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Columna
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Alternativas mortales

Juan José Millás

Parece que el Gobierno ha tomado como modelo a Estados Unidos a la hora de planificar soluciones para combatir el botellón. Está muy bien, porque el presidente de aquel país es un ex alcohólico presuntamente rehabilitado (aunque no ha sido capaz de recuperar una sola de las neuronas que se dejó en el camino de Damasco), cuya hija tiene problemas con el alcohol y cuya sobrina ha sido detenida recientemente por beber y vomitar en la vía pública con la naturalidad con la que su tío lanza misiles sobre el Tercer Mundo. Quiere decirse que en EE UU tienen una experiencia antialcohólica que sin duda nos será de gran utilidad. Uno, que es aficionado a la literatura y al cine de aquel país, ya ha visto cómo funcionan allí las prohibiciones antialcohólicas que pretenden implantar aquí. Hace tiempo, me tocó acompañar a un novelista norteamericano de viaje por Madrid. El hombre era completamente alcohólico e iba todo el día con una bolsa de papel en cuyo interior guardaba una botella de vodka que se bebía a sorbos sin sacarla de la bolsa. Ustedes habrán visto esa imagen en las películas.

-Es que nuestro cine es muy realista- me explicó el autor alcohólico ofreciéndome un sorbo.

No lo acepté, porque detesto la bebida, pero nos extendimos sobre el asunto y me explicó con todo detalle cómo las prohibiciones antialcohólicas han funcionado siempre en EE UU, desde la célebre ley seca, en la dirección contraria a la pretendida.

-Pasa lo mismo con las drogas ilegales- dijo: cuanto más se persiguen, más se forran los traficantes.

Quizá por eso, el propio Bush ha sido alcohólico, como lo son de momento su hija y su sobrina. Ahora bien, Bush constituye un loable ejemplo de superación, tal vez porque en su día le ofrecieron alternativas al botellón. De hecho, sustituyó el whisky por la afición a la pena de muerte, que, al contrario de la marihuana, es completamente legal y no conlleva ningún riesgo. A aquellos jóvenes, en fin, convencidos de que es difícil encontrar experiencias más fuertes que las del alcohol, hay que decirles que está la cámara de gas, sin ir más lejos. Yo no sé qué sentirán los chicos cuando beben, pero no puede ser más heavy que el espectáculo de un negro chamuscándose en la silla eléctrica.

-Pero es que aquí no tenemos pena de muerte- dirán algunos con toda la razón.

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De acuerdo, no tenemos pena de muerte, pero si crees en ella, lucha por conseguirla. ¿Pensáis que a Bush le ha salido gratis? Quizá su padre le regaló las primeras ejecuciones, no digo que no, pero todas las demás se las ha ganado a pulso y lo cierto es que lleva años sin beber, aunque haga cosas raras (el alcohol destruye el sistema nervioso, y llega un momento en el que, aunque no bebas, te apetece hacer las mismas atrocidades que cuando te emborrachas de verdad). El problema va a ser rehabilitar a la hija y a la sobrina, porque tampoco es fácil dar con experiencias autorizadas que superen la de la muerte.

Pero ése es el problema de Bush, no el nuestro. Nosotros no hemos llegado al límite de aquella sociedad. Todavía podemos ofrecer alternativas al botellón que continúan prohibidas por un humanismo mal entendido. Además, hoy por hoy, contamos también, gracias a Dios, con minorías étnicas a las que maltratar desde todos los puntos de vista posibles. Quiero decir que el Gobierno español, al fijarse en EE UU para copiar maneras de evitar el consumo de alcohol entre los jóvenes, ha elegido el modelo adecuado. Bien por él. En ese sentido, nos felicitamos también por el viaje a aquellas tierras de Ruiz-Gallardón con un grupo de empresarios que quieren aprender a despedir según el modelo estadounidense, para modernizar las relaciones laborales.

Cabe esperar que Pilar del Castillo vuelva sus ojos hacia Norteamérica cuando emprenda en serio la reforma de la enseñanza secundaria. La verdad es que los conflictos de disciplina que aquejan a los institutos españoles en general, y a los madrileños en particular, son de risa en comparación con los de aquel país. Allí, los chicos van a la escuela con pistola, cuando aquí, como mucho, llevan una navaja. ¿Es que nuestros hijos van a ser más nenazas que los de los americanos, sobre todo ahora que les vamos a prohibir que beban utilizando el mismo modelo del que ha salido ese paradigma de sobriedad que es la familia Bush? Pues no, no es lógico. O lo copiamos todo o no copiamos nada, que éste es el problema que tenemos aquí, que lo dejamos todo a medias y así nos luce el pelo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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