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El derrumbe de un régimen de terror

Acogidos al principio como salvadores por un país amedrentado, los talibanes caen después de cinco años de opresión

'Dios te ayudará' fueron las palabras que rompieron el sueño del mulá Omar en el que, por segundo día consecutivo, Alá ordenaba a este religioso desconocido de la madraza de Singesal, a una treintena de kilómetros de Kandahar, que pusiera fin al caos reinante en el Afganistán de 1994. Cuentan que el mulá Omar entregó esa misma mañana a sus talibanes (alumnos) las armas que tenía guardadas en la madraza (escuela coránica) y, ungidos de su misión religiosa, emprendieron la reconquista de Afganistán.

El terreno estaba abonado: la guerra contra los invasores soviéticos y sobre todo la brutal guerra civil habían reducido el país a escombros y sembrado de bandoleros y grupos armados incontrolados los caminos hasta hacer imposible la vida de los castigados afganos. No fue difícil ganar adeptos. Los talibanes proponían una vuelta al purismo más ortodoxo no sólo en materia religiosa, sino también en cuanto a la moral tradicional pastún, la etnia mayoritaria de Afganistán, que puebla sobre todo el sur del país. Precisamente esa moral pastún es la que envuelve a las mujeres en el burka y les impone una reclusión que supuestamente sólo debe romperse cuando la novia abandona la casa del padre para ir a la del marido.

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Los del turbante negro ofrecían ley y orden contra las luchas sanguinarias, la corrupción y el contrabando que se habían adueñado de este país de inaccesibles montañas y ricos valles en los que ya sólo se cultivaba la amapola de la heroína y la planta del hachís. Su mensaje pacifista y purista se ganó las simpatías de millones de afganos que se rindieron a la nueva doctrina confiados en que finalmente podrían llevar una vida normal.

Los talibanes se ganaron también el apoyo incondicional de Pakistán el día en que acudieron a rescatar un convoy de 30 camiones que había sido atacado por una de las muchas bandas que saqueaban el país. Desde entonces se convirtió en la puerta que comunicaba el régimen talibán con el mundo exterior. Pakistán ya era para Afganistán su principal socio comercial, pero, desde la llegada de los talibanes, muchos de los cuales se formaron en las madrazas de la llamada Provincia Fronteriza Noroccidental, la cuarta de Pakistán, se convirtió en su única conexión diplomática y política con el mundo. Especialmente porque los pastunes también habitan en esa zona fronteriza y sobre todo porque, conforme los talibanes iban conquistando Afganistán, se ganaban la enemistad de sus vecinos. Pakistán fue el cordón umbilical de los talibanes, y la caída vertiginosa del régimen se debe a que se ha roto ese cordón.

Los talibanes se adueñaron del sur como quien recoge una fruta madura. Su brutalidad sólo se hizo evidente en la conquista de Kabul. Los salvajes combates entre los muyahidin de Ahmed Sha Masud y los de Gulbudin Hekmatiar habían reducido a esqueletos los edificios de la capital afgana. Tan sólo respetaron la sede de Naciones Unidas, en la que se había refugiado el derrotado presidente Mohamed Najibulá. Pero los talibanes no respetaron la inmunidad diplomática, reventaron el edificio y sacaron a Najibulá, quien sufrió la suerte de otros muchos afganos y fue ahorcado en una plaza pública. Era septiembre de 1996 y los desmanes del régimen talibán no habían hecho más que comenzar. La conquista de Mazar-i-Sharif, al año siguiente, estuvo también teñida de sangre, de matanzas y violaciones.

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Los talibanes controlaban a finales de 1998 más del 90% del país, y la oposición, liderada por Masud, llamado el León del Panshir, estaba constreñida en una pequeña franja fronteriza con Tayikistán. Pero el fervor de los primeros tiempos iba dejando paso al miedo. La escuela quedó prohibida a las niñas, a las mujeres se les prohibió trabajar, se impuso la barba en los hombres, se acabó el cine, la televisión e incluso juegos tan inocentes como volar una cometa. El temor y la desconfianza dominaron a la sociedad.

El mulá Omar, que como los anteriores Gobiernos financiaba la guerra con las divisas obtenidas por la venta de la droga, puso fín al contrabando de alcohol, pero buscó apoyo financiero en el saudí Osama Bin Laden, cuya red terrorista, Al Qaeda, llegó a integrarse en el núcleo del poder talibán. A la violencia fundamentalista de los talibanes se unió la brutalidad de quienes han hecho del terror su método de acción. Tal vez por ello, el abandono de Pakistán y dos meses de bombardeos estadounidenses han bastado para doblegar a los que parecían irreductibles.

Combatientes talibanes y <i>muyahidin</i> extranjeros, hacinados en celdas de la superpoblada cárcel de Sibirgan, cerca de Mazar-i-Sharif.
Combatientes talibanes y muyahidin extranjeros, hacinados en celdas de la superpoblada cárcel de Sibirgan, cerca de Mazar-i-Sharif.REUTERS

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