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Una capital en ruinas

El desolador paisaje de Kabul es una lección de la reciente historia afgana en una ciudad destrozada por dos décadas de guerra

Guillermo Altares

Es un mercado afgano del centro de Kabul, lleno de ruidos, de puestos con granadas y manzanas, de comerciantes de estufas de hojalata, de niños vendiendo trozos de papel higiénico en una bandeja de paja o trabajando como limpiabotas mientras los coches de caballos cruzan las calles. La pobreza es terrorífica, pero eso no es lo que más impresiona. Detrás de los puestos no hay más que ruinas que se prolongan hasta el horizonte, manzanas y manzanas de casas reventadas, llenas de balazos y de agujeros de obuses. Hasta en la escultura que se levanta en medio de la célebre plaza de Da Mazank se pueden ver tiros por todas partes. Sobre el asfalto se reconocen los impactos de los morteros. El desolador paisaje de Kabul es una lección viva de historia: la ciudad fue destruida sobre todo entre 1992 y 1996, durante la guerra civil tras la expulsión de los soviéticos, en la que se enfrentaron en muchos casos las mismas facciones que la semana que viene van a sentarse en Alemania a discutir la paz para Afganistán y que ahora forman la Alianza del Norte o Frente Unido.

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Más de la mitad de la capital está completamente destruida y, sin embargo, hay vida entre las ruinas. De vez en cuando se ve ropa tendida en una chabola instalada en un terreno cubierto de escombros, por el que caminan mujeres con sus burkas azules, y en una esquina se agrupan niños con garrafas de plástico tomando agua de una fuente en un lugar donde no queda piedra sobre piedra. El portavoz de Naciones Unidas, Eric Falt, aseguró esta semana que 'por primera vez vamos a poder hablar de la reconstrucción de Afganistán'; pero el trabajo no será sencillo, ni corto, ni barato (los primeros cálculos barajan una cifra de 30.000 millones de dólares, cerca de seis billones de pesetas). La ONU y la Cruz Roja han advertido a los refugiados de que tomen todas las precauciones posibles, porque muchos de los terrenos a los que quieren volver pueden estar minados. Nadie sabe cuántas bombas sin estallar ni cuántas minas esconde esta ciudad. Ayer mismo dos niños resultaron heridos cuando estalló el obús con el que jugaban.

Los kabulíes van explicando: allí está el mausoleo del padre del rey Zair Shah, el monarca Nadir -una cúpula azul que apenas consigue mantenerse en pie entre tantos impactos-, un poco más allá una fábrica que daba trabajo a mucha gente y que algún milagro en su estructura ha permitido que no se haya derrumbado con tanta metralla. Y así durante kilómetros y kilómetros. En el Museo Nacional no queda una sola ventana y las dos últimas plantas son una pura ruina. Construido hace un siglo, el palacio de Darlaman, en el que fue asesinado por los soviéticos el presidente Hafizullah Amin en septiembre de 1979, domina una colina en las afueras de Kabul. Ahora está lleno de tiros, con todas sus balconadas caídas por los obuses, y en su interior hasta los cristales de las ventanas han sido saqueados. El estado del patrimonio histórico afgano es un reflejo perfecto de todo el país.

Los destartalados cines, el zoológico en el que han permanecido unos pocos animales hambrientos encerrados en jaulas minúsculas y mugrientas, un viejo aeródromo de los soviéticos... Todo son puros y deprimentes escombros de los que surgen niños para hablar con los extranjeros. Kabul es una ciudad en la que se mezclan las barbaries: en medio de un barrio reventado aparece la estructura, milagrosamente intacta, del Estadio Nacional. Los talibanes lo cerraron para la práctica deportiva y lo utilizaron para las ejecuciones públicas. En muchos casos, nadie se ha molestado en retirar los coches destruidos durante los combates, que ahora son auténtica chatarra llena de agujeros.

Todo esto representa un recuerdo de la guerra civil afgana que en cuatro años destrozó la capital y abrió el camino para la llegada de los talibanes. Unidos durante la guerra contra los soviéticos, cuando llegaron al poder en 1992, empezó un conflicto de todos contra todos. Poco después de que Burhanuddin Rabbani llegase al poder, el líder religioso pastún ultra, Gulduddin Hekmatyar, que había sido el hombre favorito de la CIA durante la guerra de los muyahidin contra la URSS, lanzó una ofensiva a gran escala contra la capital. Entre 1993 y 1995, las tropas de Hekmatyar lanzaron cientos de cohetes sobre el interior de la ciudad. Y eso fue sólo el principio: al final acabaron enfrentándose los hazaras (musulmanes shiíes) con las fuerzas de Rabbani y Ahmed Shah Masud, de la Alianza del Norte, que a su vez también se enzarzaron en combates con las tropas uzbekas de Abdul Rachid Dostum.

Los habitantes todavía describen en muchos puntos de la ciudad dónde estaban las diferentes líneas de frente: una de ellas pasaba por el zoológico y un joven afgano, Sayed Tariq, es capaz de señalar los puntos donde se encontraban cada una de las facciones.

Luego, con Kabul ya reducido a cascotes, los talibanes terminaron la tragedia: durante su asedio machacaron la ciudad. Sólo entre el 11 y el 26 de noviembre de 1995, sus ataques con cohetes provocaron 80 muertos y unos 200 heridos. Hasta que tomaron la ciudad, el 26 de septiembre de 1996, la ofensiva no paró. Y cuando entraron en ella, Masud la bombardeó con cohetes en septiembre de 1998, provocando casi 70 muertos.

Toda esta historia está resumida en las calles desoladas de la ciudad, en sus descampados minados. Lo malo es que muchos de sus protagonistas -salvo Masud, que fue asesinado, Hekmatyar y los talibanes- estarán sentados en la conferencia organizada por la ONU en Alemania para intentar negociar la paz en Afganistán. En 1992 también lo hicieron, y los recuerdos de aquel acuerdo son ahora las ruinas de Kabul.

Dos afganos pasan frente a las ruinas de varios edificios en lo que fue el centro administrativo de  Kabul.
Dos afganos pasan frente a las ruinas de varios edificios en lo que fue el centro administrativo de Kabul.EPA

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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