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Reportaje:Estampas y postales

Guiños electrógenos

Miquel Alberola

Las noches junto al mar resultarían un muermo para los enamorados si no fuera por los faros. Una vez asimilada la métrica del oleaje y la coreografía de luces muertas del firmamento, para lo que apenas son necesarios unos diez minutos, a las parejas no les quedaría otra salida que sumirse en esa apasionante monotonía introspectiva o irse a casa y meterse en el sobre. Sin embargo, el guiño electrógeno de los faros facilita las cosas. Evita que se dispersen considerando su insignificancia frente a ese resplandor sideral apabullante, cuya misión no parece ser otra que recordar con insistencia a los seres humanos su ignorancia respecto a su origen y destino, lo que invita a la mística y al celibato. Los aguijonazos luminosos de faro, en cambio, hacen la noche agradable, laica. Incluso reconfortan y reconcilian al hombre consigo mismo por haber sido capaz de haber dado una respuesta tecnológica a un problema físico.

Estas torres con un potente foco luminoso en la cúspide tuvieron su origen en la isla de Faros, situada a la entrada del puerto de Alejandría, donde se levantó una de estas primeras barbacanas con una hoguera en lo alto para guiar a los barcos que llegaban a ese fondeadero por las noches. Durante la dominación romana estas señalizaciones prosperaron por toda la costa mediterránea, con el objeto de facilitar la navegación de los barcos en la proximidad a la costa, salvar los peligros en las zonas de arrecifes y, asimismo, proporcionar información sobre la situación exacta en la que se encontraban en todo momento los navegantes.

La prolongación litoral del territorio valenciano propició la edificación de faros a lo largo de la costa, incluso impulsó la fundación en el siglo XIX de una empresa especializada en la señalización marítima, como es el caso de La Maquinista Valenciana, que ha llenado el mundo de estos monolitos cada vez más sofisticados. Primero, la sillería cedió ante la mampostería bañada con cemento portland. Y enseguida el fuego dio paso a la lámpara, lo que permitió a los faros incorporar distintas coloraciones a su luz blanca a través de cristales de colores. Luego, el uso de aparatos catóptricos, dióptricos y zonas catodióptricas con rotación dio a los faros un juego muy ameno de luces fijas, fijas alternativas, fijas con destellos, de ocultaciones, de relámpagos o asociadas, desplegando un lenguaje luminoso que, más allá de su argumento específico, ha entretenido en las noches de verano a los amantes.

Bajo estos guiños del faro de Peñíscola suspiraron las muchachas por Charlton Heston, cuyos genitales adquirieron una celebridad casi gótica por todo el Maestrazgo durante el rodaje de la película El Cid. Y las mismas sensaciones inundaron a los chicos, abstraídos en el tórax de Sofía Loren, con los ojos clavados en ese resplandor. Ésa fue la primera luz psicodélica que vieron muchos adolescentes valencianos cuando las playas empezaron a llenarse de extraterrestres que nos contagiarían con sus modos y comportamientos. Entonces la música cobró entidad junto a la arena bajo el efecto hipnótico de los faros, cuyas ráfagas descubrían a unos melenudos sacando ginebra de una botella de MG para luego inyectarla en una sandía que enseguida iba a ser devorada en comunión mientras sonaba A whiter shade of pale de Procol Harum.

El faro de Peñíscola destaca por encima de los tejados de la localidad.
El faro de Peñíscola destaca por encima de los tejados de la localidad.JESÚS CÍSCAR
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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.
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