Ricardo Oré Rodríguez, cónsul de Perú en España
La carrera diplomática requiere virtudes y defectos que suelen transformar a quienes la ejercen en personas necesariamente impermeables, amablemente distantes, convenientemente calculadoras. No fue el caso de Ricardo Oré, quien, a pesar de haber ejercido distintos cargos a lo largo de 29 años en el servicio diplomático de Perú, mostró siempre el carácter de quien sabe cumplir su papel en salones y despachos sin por ello dejar de lado las modestas actividades de los inmigrantes peruanos. No se endureció. Por el contrario, hacía suyas las carencias y tensiones. Tal vez porque, ante todo, fue un poeta.
Oré fue jefe de misión en algunos países y momentos conflictivos como Israel, en 1974, y Nicaragua, en 1985. En España fue ministro consejero y después encargado de negocios de la Embajada de Perú entre los años 1986 y 1992.
Cuando volvió como cónsul a Madrid, en 1998, tenía claro que su labor no se limitaría a las que exige su cargo. Ricardo Oré fue un apasionado amante de la cultura de su país y su principal objetivo fue el intentar por todos los medios difundirla. Impulsó congresos y encuentros internacionales en torno a figuras como el Inca Garcilaso de la Vega o César Vallejo y fue un incansable promotor de todo tipo de iniciativas que dieran a conocer no sólo la literatura y las artes contemporáneas, sino la riqueza y variedad de las viejas tradiciones andinas. Porque las entendía y las amaba.
También amaba el silencio total del estudio en el que, lejos de las ruidosas celebraciones, preservaba el espacio para la escritura y para unos versos de sutil y elegante belleza.
Ricardo Oré murió hace dos días, el 15 de agosto, en Madrid, a los 52 años. Un cáncer le robó a la cultura peruana uno de sus más inspirados mensajeros.-La carrera diplomática requiere virtudes y defectos que suelen transformar a quienes la ejercen en personas necesariamente impermeables, amablemente distantes, convenientemente calculadoras. No fue el caso de Ricardo Oré, quien, a pesar de haber ejercido distintos cargos a lo largo de 29 años en el servicio diplomático de Perú, mostró siempre el carácter de quien sabe cumplir su papel en salones y despachos sin por ello dejar de lado las modestas actividades de los inmigrantes peruanos. No se endureció. Por el contrario, hacía suyas las carencias y tensiones. Tal vez porque, ante todo, fue un poeta.
Oré fue jefe de misión en algunos países y momentos conflictivos como Israel, en 1974, y Nicaragua, en 1985. En España fue ministro consejero y después encargado de negocios de la Embajada de Perú entre los años 1986 y 1992.
Cuando volvió como cónsul a Madrid, en 1998, tenía claro que su labor no se limitaría a las que exige su cargo. Ricardo Oré fue un apasionado amante de la cultura de su país y su principal objetivo fue el intentar por todos los medios difundirla. Impulsó congresos y encuentros internacionales en torno a figuras como el Inca Garcilaso de la Vega o César Vallejo y fue un incansable promotor de todo tipo de iniciativas que dieran a conocer no sólo la literatura y las artes contemporáneas, sino la riqueza y variedad de las viejas tradiciones andinas. Porque las entendía y las amaba.
También amaba el silencio total del estudio en el que, lejos de las ruidosas celebraciones, preservaba el espacio para la escritura y para unos versos de sutil y elegante belleza.
Ricardo Oré murió hace dos días, el 15 de agosto, en Madrid, a los 52 años. Un cáncer le robó a la cultura peruana uno de sus más inspirados mensajeros.-
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