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Próxima estación: esperanza

La autora rompe una lanza a favor de la confianza en un futuro mejor no lejano y en contra de la resignación

Próxima estación: esperanza es el título de un CD de Manu Chao al que José Luis Rodríguez Zapatero hizo mención en el discurso de clausura de la Conferencia Política que los socialistas hemos celebrado hace dos fines de semana. Yo quiero utilizar este título como vacuna contra la resignación. Esperanza es lo que se vislumbra cuando organismos internacionales incorporan en sus agendas o en sus acuerdos políticos algunas de las reivindicaciones de los llamados movimientos de resistencia global. Esperanza también es ver cómo miles de jóvenes se lanzan a la calle a movilizar las conciencias de la ciudadanía mundial denunciando las desigualdades e injusticias que produce un sistema y un orden mundial desigual, donde existen profundas contradicciones. Contradicciones que permiten la movilidad del capital, de las empresas, del comercio y, sin embargo, no posibilitan la movilidad de las personas. Contradicciones que se han impuesto desde instancias económicas e incluso políticas.

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Los recientes acontecimientos de Génova ponen de manifiesto tres cosas: la primera es que algo no funciona bien cuando se fortifica una ciudad porque ocho presidentes de Gobierno se reúnen a deliberar y decidir sobre temas que nos afectan a todos; la segunda es que los movimientos antiglobalización se encuentran en auge, y la tercera es que ese auge coincide con un momento crucial para todas estas organizaciones. El futuro de las mismas depende, en gran parte, de los resultados del debate interno entre activistas y radicales, al tiempo que su legitimidad puede verse condicionada al triunfo o no de la pacificación frente a la violencia, a la distinción nítida entre los distintos grupos.

El movimiento de resistencia global nace como consecuencia de una globalización económica que produce desigualdades, que reduce las posibilidades de desarrollo de muchos países, que obliga a grandes masas de población a emigrar. Es una reacción a un sistema global injusto y es un movimiento reivindicativo y utópico, pero, sobre todo, es una nueva ciudadanía consciente y beligerante con las causas de los más desfavorecidos y comprometida con el futuro de la humanidad.

Que en los aledaños del movimiento existan brotes violentos puede desvirtuar las reivindicaciones y deslegitimar los fines; ahora bien, nuestra expresa condena de la violencia, de la irracional lucha callejera, no pretende encubrir en ningún caso la actitud de las fuerzas de seguridad italianas; son incontables los casos de desafortunada intervención policial, de agresión a los derechos humanos: la desgraciada muerte de un joven italiano, la entrada de la policía en el centro de información del Foro Social de Génova y la situación de muchos de los detenidos, 15 de ellos españoles, son evidencias de esa innecesaria y desproporcionada carga policial.

Una gran parte de estas organizaciones sabe que más que la oposición desbocada, más que el 'anti-lo-que-sea', debe primar la elaboración de propuestas encaminadas a la mejora de nuestro planeta, a convertir la Tierra en un espacio donde los derechos humanos, la democracia, el respeto al medio ambiente, las cuestiones de género, la libertad y la igualdad sean la base de nuestra convivencia en el siglo XXI. El objetivo no puede ser enfrentarse a la globalización, sino su regulación bajo la proclamación de que otro mundo es posible, de que otros valores como la tolerancia y la pluralidad pueden visualizarse por encima del consumo desbocado o del individualismo imperante; de ahí que los encuentros antiglobalización reúnan preocupaciones tan diversas como el control de la especulación internacional de divisas, el feminismo, la deuda externa, el medio ambiente, la renta básica, la defensa de las minorías o los derechos de la ciudadanía. No puede extrañarnos tampoco la afirmación de que hechos como los de estos días, junto a los de Seattle, Praga, Davos y Porto Alegre, empiezan a considerarse como el 'nuevo 68', porque tan irreversible como la globalización va a ser la entrada en la agenda política y moral de muchas de las propuestas de estos movimientos. Los socialistas compartimos con estas organizaciones numerosas inquietudes y participamos de la idea de que, efectivamente, hay un antes y un después de Seattle: se están consolidando las primeras bases de la ciudadanía mundial, ya existe una conciencia: la certidumbre de su necesidad. Veremos venir la creación de instituciones globales o, cuando menos, la reforma de las existentes, a las que pocos se atreven a no considerar como desfasadas.

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En todo este escenario se abren numerosas oportunidades de diálogo para la izquierda; de hecho, ya hemos incorporado iniciativas como la tasa Tobin o la deuda externa, pero creo que es necesario intensificar los cauces de diálogo y de participación con estos movimientos. La política es el único instrumento para canalizar las reivindicaciones de esta ciudadanía, la política siempre ha sido la expresión de la soberanía popular y tiene que seguir siendo así.

Porque 'la política es el arte de lo posible'. Hemos de superar también el enfoque pesimista tan generalizado con que los progresistas han venido abordando hasta ahora la globalización. Existe pobreza, existe desigualdad, pero no son pocas las oportunidades ni tampoco la voluntad de conseguir un progreso global. Es hora de decir: Próxima estación: esperanza.Próxima estación: esperanza es el título de un CD de Manu Chao al que José Luis Rodríguez Zapatero hizo mención en el discurso de clausura de la Conferencia Política que los socialistas hemos celebrado hace dos fines de semana. Yo quiero utilizar este título como vacuna contra la resignación. Esperanza es lo que se vislumbra cuando organismos internacionales incorporan en sus agendas o en sus acuerdos políticos algunas de las reivindicaciones de los llamados movimientos de resistencia global. Esperanza también es ver cómo miles de jóvenes se lanzan a la calle a movilizar las conciencias de la ciudadanía mundial denunciando las desigualdades e injusticias que produce un sistema y un orden mundial desigual, donde existen profundas contradicciones. Contradicciones que permiten la movilidad del capital, de las empresas, del comercio y, sin embargo, no posibilitan la movilidad de las personas. Contradicciones que se han impuesto desde instancias económicas e incluso políticas.

Los recientes acontecimientos de Génova ponen de manifiesto tres cosas: la primera es que algo no funciona bien cuando se fortifica una ciudad porque ocho presidentes de Gobierno se reúnen a deliberar y decidir sobre temas que nos afectan a todos; la segunda es que los movimientos antiglobalización se encuentran en auge, y la tercera es que ese auge coincide con un momento crucial para todas estas organizaciones. El futuro de las mismas depende, en gran parte, de los resultados del debate interno entre activistas y radicales, al tiempo que su legitimidad puede verse condicionada al triunfo o no de la pacificación frente a la violencia, a la distinción nítida entre los distintos grupos.

El movimiento de resistencia global nace como consecuencia de una globalización económica que produce desigualdades, que reduce las posibilidades de desarrollo de muchos países, que obliga a grandes masas de población a emigrar. Es una reacción a un sistema global injusto y es un movimiento reivindicativo y utópico, pero, sobre todo, es una nueva ciudadanía consciente y beligerante con las causas de los más desfavorecidos y comprometida con el futuro de la humanidad.

Que en los aledaños del movimiento existan brotes violentos puede desvirtuar las reivindicaciones y deslegitimar los fines; ahora bien, nuestra expresa condena de la violencia, de la irracional lucha callejera, no pretende encubrir en ningún caso la actitud de las fuerzas de seguridad italianas; son incontables los casos de desafortunada intervención policial, de agresión a los derechos humanos: la desgraciada muerte de un joven italiano, la entrada de la policía en el centro de información del Foro Social de Génova y la situación de muchos de los detenidos, 15 de ellos españoles, son evidencias de esa innecesaria y desproporcionada carga policial.

Una gran parte de estas organizaciones sabe que más que la oposición desbocada, más que el 'anti-lo-que-sea', debe primar la elaboración de propuestas encaminadas a la mejora de nuestro planeta, a convertir la Tierra en un espacio donde los derechos humanos, la democracia, el respeto al medio ambiente, las cuestiones de género, la libertad y la igualdad sean la base de nuestra convivencia en el siglo XXI. El objetivo no puede ser enfrentarse a la globalización, sino su regulación bajo la proclamación de que otro mundo es posible, de que otros valores como la tolerancia y la pluralidad pueden visualizarse por encima del consumo desbocado o del individualismo imperante; de ahí que los encuentros antiglobalización reúnan preocupaciones tan diversas como el control de la especulación internacional de divisas, el feminismo, la deuda externa, el medio ambiente, la renta básica, la defensa de las minorías o los derechos de la ciudadanía. No puede extrañarnos tampoco la afirmación de que hechos como los de estos días, junto a los de Seattle, Praga, Davos y Porto Alegre, empiezan a considerarse como el 'nuevo 68', porque tan irreversible como la globalización va a ser la entrada en la agenda política y moral de muchas de las propuestas de estos movimientos. Los socialistas compartimos con estas organizaciones numerosas inquietudes y participamos de la idea de que, efectivamente, hay un antes y un después de Seattle: se están consolidando las primeras bases de la ciudadanía mundial, ya existe una conciencia: la certidumbre de su necesidad. Veremos venir la creación de instituciones globales o, cuando menos, la reforma de las existentes, a las que pocos se atreven a no considerar como desfasadas.

En todo este escenario se abren numerosas oportunidades de diálogo para la izquierda; de hecho, ya hemos incorporado iniciativas como la tasa Tobin o la deuda externa, pero creo que es necesario intensificar los cauces de diálogo y de participación con estos movimientos. La política es el único instrumento para canalizar las reivindicaciones de esta ciudadanía, la política siempre ha sido la expresión de la soberanía popular y tiene que seguir siendo así.

Porque 'la política es el arte de lo posible'. Hemos de superar también el enfoque pesimista tan generalizado con que los progresistas han venido abordando hasta ahora la globalización. Existe pobreza, existe desigualdad, pero no son pocas las oportunidades ni tampoco la voluntad de conseguir un progreso global. Es hora de decir: Próxima estación: esperanza.

Leire Pajín Iraola es secretaria de Relaciones con las ONG y Movimientos Sociales de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE.

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