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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Continuismo

El Gobierno se ha apresurado a definir, antes de irse de vacaciones, las grandes líneas del cuadro macroeconómico previsto para 2002, que servirán de base para la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado del próximo año.

Aunque haya mantenido la costumbre de anticipar en esta época las grandes cifras por las que discurrirá la economía española el año que viene, en esta ocasión las revisiones se antojan demasiado prematuras, porque la visibilidad de la evolución de la economía en los próximos trimestres está muy lejos de ser perfecta. Todas las economías industrializadas, incluidas las principales del área euro, están sufriendo, como reconoció ayer el vicepresidente económico, un proceso de desaceleración del crecimiento cuyo alcance y profundidad son inciertos todavía. A Europa llega el enfriamiento estadounidense con más intensidad de la prevista y algo más tarde. Alemania y Francia revisan significativamente sus previsiones para el año en curso y difieren la esperada recuperación. El Banco Central Europeo, lejos de tratar de neutralizar los riesgos recesivos, como su homólogo estadounidense, se muestra más pendiente de reconducir la inflación de la eurozona.

En ese contexto, el Gobierno español se ha limitado a conceder tardíamente las revisiones a la baja que casi todos los analistas habían realizado sobre la tasa de crecimiento del PIB para el año en curso (del 3,2% ha bajado al 3%) y a reducir sólo una décima ese ritmo de crecimiento para el año próximo; es decir, mantiene como premisa fundamental la preservación del diferencial de crecimiento frente al resto de Europa en torno a un punto porcentual.

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Esta previsión no resulta descabellada, aunque llama más la atención la ausencia de decisiones y reformas destinadas a aprovechar ese mayor potencial de crecimiento de la economía española, aunque sólo fuera por la disposición de factor trabajo pendiente de empleo. En este punto, el Gobierno también se cura en salud y anticipa una previsión de crecimiento en la creación de empleo significativamente inferior a la de la producción nacional, del 1,8% para 2002. Tampoco es excesivamente optimista acerca de las posibilidades de reducción de las tensiones inflacionistas, asignando al deflactor del PIB una tasa de variación del 2,9%, frente al 3,8% con el previsto para 2001.

Un cuadro macroeconómico, en definitiva, continuista en el que no se asume una diferencia cíclica significativa en las economías de Europa con las que mantenemos una mayor sincronía, y se confía en una recuperación de la inversión privada menos amparada en la expansión de la construcción de lo que ha estado hasta ahora.

Queda por ver lo más importante: cuáles serán los instrumentos de que echará mano el Gobienro para influir en esa hipotética realidad económica a través de los Presupuestos Generales del Estado para el ejercicio del año 2002, más allá del ya tópico déficit cero. Los cuadros macro, como el papel, lo aguantan todo; el dinero, no tanto.

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