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Columna
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Petrificaciones

Escribo desde un jardín francés rematado por un palacete de finales del XIX. Entre plantas y arbustos voy encontrando aquí y allá estatuas de piedra con personajes en situaciones bien dispares. A algunos ya les conocí no hace mucho en Bilbao. Parecen haber sido petrificados en algún momento culminante de su existencia, con sus músculos en tensión, casi en movimiento. Pero hay también pedestales vacíos, porque la estatua se ha ido de viaje. Nunca se me había ocurrido que también las estatuas viajasen. Suelen venir a nuestro encuentro y, a veces, en correspondencia, les devolvemos la visita, como estoy haciendo ahora.

Entre las que se han quedado a recibirme, algunas forman parejas que parece que se esconden entre los setos buscando intimidad. A otra, sentada en un lugar apartado, se la ve muy pensativa. Y en el otro lado del jardín hay una puerta grande, cerrada y negra que conduce nada menos que al infierno y nos muestra como en un trailer lo que nos aguarda al otro lado.

Cerca de ella se encuentra un grupo peculiar. Son seis hombres que casi se tocan sin mirarse. Se me ocurre que, por lo menos, uno es un filósofo. Parece imposible imaginar un grupo formado por seres más alejados entre sí, más solos y ensimismados. La placa que hay en la base dice que se trata de burgueses, lo que explicaría el caso, pues todos sabemos, o sabíamos al menos, que los burgueses son gente individualista.

Pero estos burgueses no encajan en la descripción, pues antes de quedar petrificados cuentan que se presentaron voluntarios para ser ahorcados en vez de los habitantes de la ciudad sitiada de Calais. Me he quedado de piedra contemplando sus rostros y sus manos. No hay en ellos nada de heroico ni glorioso: su soledad sería miserable sin la dignidad y resolución que brota de sus ojos. No son mártires agrupados en círculo esperando a los leones. Sólo son seres humanos condenados en sustitución de otros. Pero ¿dónde están esos otros, los que seguirán con vida gracias a su muerte? Por ningún lado se descubre su presencia. Sin embargo su ausencia, esa sí que se descubre y grita en el silencio que rodea y penetra hasta sus almas y las nuestras. Porque me doy cuenta de que son reos de una doble ejecución: una por sus enemigos y otra por los que en ese mismo instante han dejado de compartir su desesperada lucha por la libertad.

No puedo evitar el pensar en esos otros, que les dejaron partir, abandonándoles a su suerte y volviendo la cabeza para seguir disfrutando de la vida. Su corazón hubo de convertirse en piedra aunque siguieran vivos.

Hablando de sitios, me han venido a la mente las narraciones de otros pueblos sitiados por la Bestia, a la que sus habitantes envían doncellas para mantenerla entretenida, calculando porcentajes, y teniendo por éxito que se salve la mitad de la población. Mi predecesor en este viaje, el astuto Ulises, también se encontró con un gigantesco ogro de nombre Polifemo, que veía la realidad con un solo ojo, como todos los fanáticos. Pero Ulises no entregó a sus compañeros para ganar tiempo. En vez de eso, emborrachó al gigante y, una vez dormido, le dejó ciego y escapó junto a los suyos, camuflados con pieles entre las ovejas. Ay, cuánto tenemos que aprender.

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Mientras dejo el jardín para adentrarme en la casa, considero que hay varias formas de quedar petrificado: una, que lo parece, porque dioses o escultores hayan inmortalizado el momento que más ha merecido la pena vivir, aunque sea el último. Otra, que no lo parece, porque el personaje se mueve alegre diciéndose a sí mismo que aquí no pasa nada. Aunque en el lugar del corazón lleve una piedra.

He subido al primer piso. Aquí me aguarda -es un decir- el beso más apasionado que dos amantes puedan darse. Prueba irrefutable de que la vida siempre se abre paso. Un letrero recuerda en francés que está terminantemente prohibido tocar las esculturas -es que hay tanta necesidad de cariño- y que el infractor será inmediatamente puesto en la salida. Pero yo acabo de tomar una decisión. Si alguna vez he de convertirme en piedra, quiero que me encuentren en ese mismo instante.

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