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Reportaje:MEDIO AMBIENTE

La gran coalición contra Kioto

Bush ha capitaneado una poderosa confluencia de intereses económicos contra el acuerdo ecológico

En el imperio del dólar, el ciudadano ha comprado el mensaje del presidente Bush, para satisfacción de los poderosos intereses movilizados. El vicepresidente, Dick Cheney, ha ido más allá: 'Si se quiere controlar la emisión de anhídrido carbónico, habrá que construir más plantas nucleares, que no emiten gases de efecto invernadero'.

'De hacer caso a lo que dicen los europeos, uno creería que el presidente acaba de enviar al mundo a la cámara de gas, a la cámara de gas del efecto invernadero, se entiende. Lo que ha hecho Bush al repudiar el acuerdo de Kioto es destrozar el sueño europeo de controlar el mercado internacional de la energía, o al menos una parte importante de él'. Es la cita de un comentarista australiano que recibe a quien abre la página web de la Global Climate Coalition (GCC, Coalición para el Clima Global), un activísimo grupo de presión de engañoso nombre que ha batido palmas en cada una de las decisiones presidenciales sobre el anhídrido carbónico, el gas al que la comunidad científica atribuye la máxima responsabilidad en la creación del efecto invernadero.

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Tanto cuando Bush anunció a primeros de marzo que se desdecía de su promesa electoral para reglamentar esas emisiones, como cuando la semana pasada retiró su apoyo a Kioto, la GCC estaba en primera línea de la guerra de propaganda jaleando al presidente, sin tener que dar codazos para hacerse un hueco entre los tradicionales críticos, que están desaparecidos.

El Sierra Club, con más de 600.000 afiliados, es la principal organización ecologista norteamericana, una especie de conciencia medioambiental de la sociedad más consumista y despilfarradora del planeta. Antes de la campaña que llevó a Bush a la Casa Blanca, el Sierra Club alertó sobre las consecuencias de ese voto. Bush ha hecho realidad el pronóstico y el Sierra Club se ha quedado callado. 'La gente todavía no está preparada. El norteamericano es generoso y cree que Bush es un moderado', dice Dan Becker, director de Calentamiento Global y Energía del Sierra Club, para explicar ese mutismo. 'Todavía no nos hemos puesto a movilizar a la gente para que entienda lo que hace Bush: devolver el favor a las industrias contaminantes que le financiaron la campaña y que ponen en peligro a las familias y a los niños'.

Becker reconoce 'si no nos ponemos pronto a ello, la industria acabará por convencer al ciudadano de que Bush en un tío muy majo'. Pero no hay planes de acción inmediata, apenas unos anuncios de radio y prensa en mercados baratos y, por tanto, poco poblados e influyentes. El estadounidense parece haber comprado la idea de que control de gases equivale a correr riesgos indeseables, con el que le ha bombardeado durante años la industria, antes y después de Kioto. 'Respondo a la realidad', salió Bush al paso de las alegaciones sobre su entrega a la industria. 'Y la realidad es que el país tiene un grave problema energético. Necesitamos más recursos. Más centrales. Más gas natural. Y una tecnología limpia para el carbón. Me preocupa que la gente no tenga calefacción ni aire acondicionado en sus casas'. El 30% de los gases que produce EE UU (que con el 4% de la población mundial genera el 25% del total) son fruto de la generación y distribución eléctrica.

Dos sondeos recientes retratan la situación. Uno de ellos indicaba que dos de cada tres norteamericanos están convencidos de que el presidente antepone los intereses de las grandes corporaciones, entre ellas las del sector energético, a los del ciudadano de a pie. El otro revelaba que para el 75% de los estadounidenses el calentamiento global es un problema serio o muy serio. Pero de eso a rascarse el bolsillo hay un abismo. El 55% se opone a que se tomen medidas contra el efecto invernadero si conlleva aumento de paro y el 49% lo rechaza si hay que pagar más por la luz o por la gasolina.

El pasado verano, el precio de la gasolina se disparó en los Estados del Medio Oeste y en particular en Chicago. Entre el aluvión de reacciones se volvió a hablar de la necesidad de fabricar coches que consuman menos. Pasado el sobresalto, silencio. Pese a que los gases de los automóviles son uno de los principales contribuyentes al efecto invernadero, 'muy poca gente está dispuesta a pagar unas 90.000 pesetas de más por un coche limpio', reconoció entonces el responsable de una empresa demoscópica que sondeó a 28.000 compradores de vehículos. La de mayor octonaje, la premium, está a unas 91 pesetas el litro y los analistas de mercado piensan, que sólo a partir de las 100 pesetas la gente cambiaría alguno de sus hábitos con respecto al coche, imprescindible elemento del American way of life.

'Es que la gente se ha creído lo que dicen los grupos de presión de que hay graves peligros económicos en la lucha contra el efecto invernadero', señala Becker. Estudios financiados por la GCC y grupos análogos (tan afines ideológicamente que en ocasiones trabajan con los mismos científicos) indican que la aplicación del Protocolo de Kioto supondría una caída del 2,3% anual en el PIB norteamericano, una exageración salvaje para Becker, quien subraya el efecto contrario: 'Ahorraríamos energía, emplearíamos energía más limpia, gas natural y metano en vez de carbón, y desarrollaríamos nuevas tecnologías que se podrían exportar y crearían puestos de trabajo'.

La mitad de la energía eléctrica que consume Estados Unidos es producida en térmicas alimentadas con carbón, cuyos propietarios están felices con Bush. 'La gente no tiene ni idea de las grandes mejoras medioambientales del sector del carbón', dice Steve Miller, un antiguo colaborador de Clinton reconvertido a la industria y organizador del grupo Americanos por Elecciones Equilibradas de Energía, financiado generosamente por firmas del sector. 'La realidad del mercado ha cambiado y la dinámica política ha cambiado en Washington'.

Los grupos de presión que carecían de fuerza en la era de Clinton se pasean por los pasillos del poder en la capital, donde según The Washington Post 'parece regir el principio de que lo que es bueno para la compañía que financió la campaña de Bush es bueno para el país'.

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