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De Europa al Palau

Josep Ramoneda

José Luis Rodríguez Zapatero ha mantenido puntualmente informado al presidente Pujol de la negociación del pacto antiterrorista PP-PSOE. El presidente respondía a los mensajes socialistas con reiteradas advertencias sobre el PP. "Anden ustedes con cuidado, que no son gente de fiar", entendieron los socialistas que les decía el presidente.La anécdota es un reflejo de la dura realidad cotidiana de Pujol. El PP, desde que tiene mayoría absoluta, le atornilla sin dejarle un palmo de terreno para moverse libremente. Y Pujol se da cuenta de que el panorama ha cambiado: antes, el hipotético peligro de futuro era el PSC, el que podía algún día sacarle de palacio, aunque Pujol lo tuviera bien amarrado durante las últimas mayorías del PSOE, y ahora resulta que el verdadero peligro es el PP. No porque pueda quitarle el puesto, sino porque tiene la fuerza necesaria -y la voluntad de emplearla- para romper el bloque nacionalista catalán en dos o tres piezas y aprovechar su debilidad para tratar de lograr la hegemonía en el centro derecha también en Cataluña. Ahora el PP tiene al Gobierno de CiU pendiendo de una cuerda. Pujol les aguanta todo tipo de desplantes y de exigencias, porque no tiene más remedio. A pesar de ello, en el PP se piensa que Pujol no tiene con ellos las atenciones que merecen. Piqué y su gente confían en someter definitivamente a la coalición nacionalista después de las próximas elecciones autonómicas, forzándole a entrar en una alianza estable de centro derecha. Convergència i Unió perdería así la rentable ambigüedad celosamente conservada durante años.

El escenario que los populares sueñan es bien simple: una situación que obligue a Convergència i Unió a optar entre dejar que Maragall sea presidente o pactar un gobierno con fuerte presencia popular. Lo cual significaría la dinamitación del espacio nacionalista. El PP lo sabe y a ello juega. Pujol también y por eso va todo el tiempo vigilándoles por el retrovisor. Con lo cual lo único que consigue es ver cómo le llega la zancadilla con el tiempo justo para hacer una nueva concesión que le permita aguantar de pie.

Los socialistas -parece que algunos todavía lleven puesto el complejo de culpa por el caso Banco Catalana- apenas hacen oposición. Ni siquiera aprovechan los escándalos -léase caso Pallarols- que la prensa les sirve. No hace falta hurgar en ninguna herida. El trabajo sucio de debilitación de la coalición convergente ya lo hacen el tiempo y el PP. El caballo de Troya pepero está cada vez más cerca de colarse en la fortaleza nacionalista.

Y en esta tesitura, Pujol se encuentra con dos malas noticias, una de carácter político y otra de carácter simbólico. La mala noticia política viene de Europa: cualquier pretensión de los gobiernos regionales de intervenir en la política europea queda aplazada sin fecha. Las resoluciones de la peleada cumbre de Niza, como Piqué no se recató en precisar, dejan la Europa de las regiones para el territorio de los sueños. Quizá para aquel día en que los estados -por las inercias de la historia- hayan quedado tan debilitados que ellos también ya sean sólo regiones. Pero este día no se vislumbra de momento en el horizonte. Los estados han vivido una cumbre de rearme, aunque sea bajo la tutela alemana. Queda siempre la versión para optimistas: el rearme es la antesala de la cesión de poderes, es el último esfuerzo antes de la pérdida definitiva de poder. En cualquier caso, las regiones ni pintan ni cortan. A lo sumo administran fondos. Y se supone que su obligación es hacerlo bien. Lo cierto es que, a pesar de lo mucho que Pujol se ha movido, el Gobierno catalán no tiene una política europea. Y atenazado cada vez más por los compromisos con el PP, Pujol ni siquiera ha desarrollado una política de símbolos de cara a Europa, cosa que en algún momento pareció que podía tentarle.

Siguiendo en el terreno de lo simbólico, otro chasco de fin de semana para el presidente: el españolismo deportivo volvió a desatarse en un recinto catalán. El Palau Sant Jordi durante la Copa Davis, con los cánticos y las rojigualda, fue el equivalente del campo del Barça durante la final olímpica de fútbol. Todas las apoteosis nacionalistas tienen algo de montaje. Y ésta también. Los datos de televisión dicen que la jornada final tuvo en torno a tres millones de telespectadores y fue el cuarto programa en antena. Lo cual confirma el moderado entusiasmo que la Copa Davis -nacional, pero todavía de clase- generó en España, muy lejano del interés que provocan los partidos del Madrid o del propio Barça. Quizá en Madrid eran de la opinión del consejero Mas: este triunfo correspondía a los países catalanes. Y los que estaban en directo en el Palau Sant Jordi no se enteraron.

En cualquier caso, la compleja realidad nacional de Cataluña se puso una vez más de manifiesto. Resistiéndose a las lecturas simples de unos y otros. Cerca del Palau se disputaba un Barça-Espanyol sin acento alguno de rivalidad, como ocurre desde hace años dada la desigualdad entre unos y otros. Hace falta que venga el Madrid para que suba la adrenalina nacionalista. La coincidencia de un Barça-Espanyol descafeinado y un barullo nacionalista español en el Palau Sant Jordi explican coherentemente la realidad de Cataluña. No es autosuficiente ni siquiera para alimentar su propia rivalidad. Y tiene inscrito sobre su piel un doble juego de conciencias, sentimentalidades y pertenencias nacionales nada fácil de deslindar. Ni siquiera para el PP -cuyo presidente no pudo contener su alegría por la Copa Davis en la reunión de Niza-, que se equivocaría si de la apoteosis del Palau Sant Jordi dedujera conclusiones demasiado rápidas sobre el estado espiritual de la nación catalana.

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