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Entrevista:RAFAEL MARQUINAARQUITECTO, DISEÑADOR Y ESCULTOR

"Lo que funciona se vuelve hermoso"

Anatxu Zabalbeascoa

Vive en Serinyà, un pueblo cercano a Banyoles, donde lo llaman "el hombre de las vinagreras". En el mundo del diseño se le conoce con idéntico sobrenombre: Rafael Marquina es autor de unas vinagreras de más de 40 años, posiblemente el modelo más plagiado del mercado y posiblemente, también, el diseño que con mayor frecuencia se encuentra en las casas de los arquitectos. Ahora, este arquitecto y diseñador se estrena como escultor en una exposición abierta hasta el 29 de abril en la Sala Vinçon de Barcelona.Pregunta. A usted le ocurre como a Manuel Jalón, el inventor de la fregona. Ambos han escrito con mayúsculas sus nombres en la historia del diseño español por ser autores de un único producto.

Respuesta. Nosotros éramos una raza de diseñadores que diseñaba lo que necesitaba, porque en Barcelona no había nada. Si querías puertas sin molduras para un proyecto tenías que dibujarlas.

P. ¿El diseño siempre nace de una necesidad?

R. Si el diseño no responde a una necesidad es una frivolidad. El diseño por el diseño es tan estúpido como el arte por el arte o la belleza por la belleza. La belleza es con frecuencia relativa.

P. ¿Nunca le preocupó la parte estética de los productos?

R. Nunca. Sólo me preocupaban cuestiones prácticas. En el caso de las vinagreras, que no gotearan, que se pudiera ver el color del líquido que contenían, la cantidad que quedaba, etcétera. Entre las innumerables imitaciones que han hecho, las han llegado a copiar de porcelana blanca, perdiendo parte de su función. Sin embargo, nunca han alterado la forma cónica del conjunto. ¿Sabe por qué? Lo que funciona se convierte en hermoso. La mente llega a considerar hermoso lo que responde a un planteamiento lógico.

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P. ¿Por qué abandonó el diseño?

R. Uno no puede ponerse en contra de la sociedad de consumo. El mercado necesita cambiar de modelos para fomentar el consumo. Como diseñador no puedo hacer productos por el simple hecho de surtir al mercado, no me parece bien. Cualquier producto que hago obedece al intento, exitoso o no, de mejorar otro anterior. A nadie se le ha ocurrido diseñar de nuevo las agujas de coser, por ejemplo. Las que hay funcionan bien, ¿para qué hacerlas de colores o de otra manera?

P. Llegó al diseño de una manera casual. Fue expulsado de la Escuela de Arquitectura por motivos políticos.

R. Mi padre estaba exiliado en México, y hubo un grupo que a Cirici Pellicer y a mí nos hicieron la vida imposible. El momento de las reivindicaciones ha pasado, lo dejé pasar. De todas formas, me he ganado la vida haciendo diseño y arquitectura. Siempre he pensado que la arquitectura podía hacer feliz y desgraciado al hombre.

P. ¿En arquitectura también es fundamental la funcionalidad?

R. Cuando yo empecé a trabajar, aquí no había más ejemplos que la arquitectura herreriana de El Escorial y, claro, esa información no servía para hacer una casa. Sin embargo, hubo un grupo de personas, entre las que me cuento, que caminaban por el mismo sendero sin saberlo. Lo que tenía en común nuestra manera de trabajar era la necesidad de diseñar desde la utilidad: una vinagrera o una casa. Por eso realizamos muchos diseños que tienen una apariencia elemental, de sentido común.

P. Ha sido diseñador, arquitecto, interiorista y ahora, a punto de cumplir 80 años, decide iniciarse en la escultura, ¿por qué?

R. Por ilusión. Buscaba algo que he buscado toda la vida y que siempre he llamado "espacio increado". Me refiero a los espacios no planificados, los que aparecen por casualidad como restos entre edificios. Como no he tenido nunca ocasión de fabricar estos espacios como arquitecto he decidido hacerlo en esculturas de 30x30x30.

P. ¿Sus esculturas entonces tienen algo de maquetas?

R. Eso para mí sería un fracaso. Todas ellas son un pretexto, una insinuación para que el espectador invente su propio espacio.

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