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Putin, presidente de Rusia con mayoría absoluta Moscú advierte de su poderío con el lanzamiento de tres misiles nucleares desde submarinos

Llegó la hora de la verdad. Tras una noche de infarto, y convertido ya en presidente electo, Vladímir Putin se puso ayer al tajo. Todos los ojos están pendientes de él, en Rusia y fuera de ella. Ha dicho que no cabe esperar milagros, pero su país los necesita para salir del abismo. Su victoria del domingo por mayoría absoluta le deja un amplio margen de maniobra. Como Borís Yeltsin al tomar las riendas de Rusia mientras la URSS saltaba en pedazos, este antiguo espía del KGB tiene ante sí una tarea titánica. Si su predecesor debía hacer tabla rasa del comunismo y sentar las bases de la democracia y la economía de mercado, Putin debe traer la prosperidad a su pueblo y devolverle la dignidad perdida sin que haya vuelta atrás

Al lograr el 52,6% de los votos emitidos, Putin, de 47 años, evitó una segunda ronda electoral y propinó un severo varapalo a su principal rival, Guennadi Ziugánov, que obtuvo el 29,3%, un resultado digno que evita mayores problemas al líder comunista para mantener el liderazgo del principal partido de Rusia. Tras ellos se sitúa el liberal Grigori Yavlinski (5,8%), cuyo mensaje modernizador y occidentalista parece adelantarse unos años a la realidad social de Rusia. El ultranacionalista Vladímir Zhirinovski (2,7%) ni siquiera pudo obtener el cuarto puesto que le atribuían todas las encuestas, ya que fue superado por Amán Tuléyev, gobernador de la región minera de Kemérovo (3%). La participación fue del 68,9% del censo.El recuento empezó con los votos del extremo oriente, a nueve husos horarios de Moscú, y dio un primer susto a Putin, que sólo obtenía allí el 45% de los sufragios. Al final se concretó en una mayoría absoluta que, aunque no demasiado amplia, supone un claro respaldo popular para el hombre que Yeltsin se sacó de la manga el pasado agosto.

Ayer, mientras el jefe de la diplomacia, Ígor Ivanov, prometía cambios en la política exterior, Putin daba la primera muestra de que no dejará que el mundo se olvide de que Rusia merece un respeto, aunque sólo sea por su impresionante arsenal atómico. Tres misiles nucleares de largo alcance fueron lanzados ayer desde otros tantos submarinos Delta-4.

Toda una demostración de fuerza dirigida, tal vez, a hacer ver a EEUU que no aceptará por las buenas la revisión del tratado ABM sobre misiles balísticos, que Moscú considera la base del proceso de desarme. Ivanov, durante una entrevista mantenida ayer con un congresista norteamericano, insistió en que la versión de la guerra de las galaxias que pretende Bill Clinton supondría un "grave golpe a la seguridad y la estabilidad internacionales". Los dos grandes del club nuclear tienen además pendiente la negociación del tratado START III de reducción de arsenales estratégicos, aunque antes de entrar en faena es preciso que la Duma ratifique el START II, lo que Putin intentará pronto.

El presidente electo tiene suerte. En sus tratos con Occidente ya no se verá forzado, como Yeltsin durante años, a mendigar ante al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, al Grupo de los Ocho o a los principales socios de éste: EEUU, Alemania y Japón. Hace meses que apenas se habla de la necesidad de que el FMI desbloquee un tramo de 100.000 millones de pesetas de un crédito de 700.000 millones del que durante mucho tiempo parecía depender el ser o no ser de Rusia. El milagro de una recuperación que aún tiene los pies de barro ha venido de la mano del aumento del precio internacional del petróleo, principal fuente de divisas de Rusia.

A corto plazo, Putin podrá permitirse alegrías como pagar atrasos salariales y aumentar pensiones y sueldos de los empleados del sector público.

Putin podrá contar con un periodo de gracia que le dé tiempo para diseñar su fórmula para que Rusia salga del caos. Una fórmula de la que se sabe poco, excepto que intenta combinar la continuidad del proceso de reformas económicas de carácter liberal con el aumento del papel regulador del Estado. Eso supondría una mano fuerte que controlase unos revitalizados servicios secretos y unas Fuerzas Armadas envalentonadas por la guerra de Chechenia, aunque ésta no vaya tan bien como se dice.

Para terminar de cuadrar el círculo necesita meter en cintura a los oligarcas que se enriquecieron a la sombra del poder durante el decenio de Yeltsin, y que se profundice en el desarrollo democrático que, mal que bien, puso en marcha el anterior presidente, aunque los rusos estén más preocupados en estos duros tiempos de llenar todos los días el puchero que de tener, por ejemplo, una prensa libre.

Si como candidato no quiso o no pudo presentar un programa claro de gobierno, como presidente Putin debería sentirse obligado a hacerlo. Sin embargo, en su primera comparecencia ante los periodistas, en la madrugada de ayer, se limitó a asegurar que estaba muy contento de no haber hecho durante la campaña promesas que no podría cumplir, y advirtió de que "no cabe esperar milagros" teniendo en cuenta la grave crisis económica y social.

Ayer se reunió con sus viceprimeros ministros y con responsables de los servicios de seguridad y pidió ideas para una reestructuración del Gobierno que, previsiblemente, no se producirá hasta la toma de posesión. Como fechas probables para ésta -que tanto puede marcar una nueva era como el inicio del yeltsinismo sin Yeltsin- se habla del 5 y 8 de mayo. El día 9 presidiría ya en la plaza Roja el desfile conmemorativo de la victoria contra los nazis, como comandante supremo de unas Fuerzas Armadas que han forjado en Chechenia su ascenso.

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