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Sin noticias del pasado

Francisco Veiga

Por primera vez en muchos años, las lecciones del pasado no sirven para ser aplicadas en los Balcanes. El mapa de Europa oriental ha cambiado de forma radical en la última época hasta convertirse en el más complejo de su historia. Han aparecido multitud de nuevos estados sin precedentes históricos cercanos, a no ser que nos remitamos al complejo diseño que elaboró Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Sólo en Europa, sin irnos al Cáucaso o Asia central, hay diez nuevos estados. Sin embargo, los problemas no vienen exactamente de su mera existencia, sino de la errática política que están aplicando las grandes potencias occidentales hacia ese conjunto. El caso de los Balcanes es proverbial porque, como afirmó Ralf Dahrendorf hace meses en una inteligente entrevista concedida a este mismo diario, "no tenemos ni idea" de lo que queremos allí. Y llevamos diez años así.En 1991, la línea política consistía en repetir a machamartillo que Yugoslavia era inviable, que la convivencia interétnica entre los diversos pueblos en un mismo estado era un "error histórico". En 1995, los puntos de vista occidentales con respecto a los pueblos yugoslavos habían cambiado radicalmente. Entonces se hizo imprescindible preservar en Bosnia la convivencia interétnica entre serbios, croatas y musulmanes, y en Dayton se recreó una maqueta a pequeña escala de la Yugoslavia titista. Incluso Carlos Westendorp hizo de Tito durante un tiempo.

Llegó la crisis kosovar, se resolvió por la vía militar, sin hacer planes políticos para el día después, y a la larga terminó imponiéndose una nueva línea que ha llevado a contradecir la política aplicada hasta el momento en Bosnia. Así que las potencias occidentales están gestionando dos protectorados en los Balcanes, separados entre sí por un centenar y pico de kilómetros y en los cuales se aplican soluciones opuestas. En Bosnia se respetó que los contendientes conservaran parte de su fuerza militar para evitar que el desequilibrio propiciara abusos de unos sobre los otros. Ese balance no se permitió en Kosovo, y la absoluta supremacía albanesa, protegida por la OTAN, ha terminado con una penosa limpieza étnica de población serbokosovar. ¿Cuántas personas han abandonado ya su región de origen? ¿200.000? ¿350.000? Los medios de comunicación occidentales, tan dados a hinchar cifras en otras contiendas, callan sobre esa cuestión. Sólo los muy detallados informes de la OSCE, que nadie quiere consultar a pesar de su perpetua presencia en Internet, dan una idea de la magnitud de la tragedia. Veremos cómo arregla la UNMIK el espinoso asunto del voto de los refugiados en las elecciones que habrán de celebrarse en Kosovo, quizás antes de octubre.

La provincia ha devenido ingobernable, es un verdadero Far West, los incidentes interétnicos van a más en la ciudad de Mitrovica y el UCK está trasladando sus actividades al sur de Serbia, donde queda una pequeña minoría étnica albanesa, con el objetivo de terminar planteando un último intercambio de poblaciones: los albaneses del triángulo Bujanoc-Presevo-Medvegje por los serbios de Mitrovica. Los partidos albanokosovares, con Thaçi y el UCK en la sombra, se mueren literalmente de ganas por liquidar los últimos restos de población serbia en Kosovo, hacerse con el poder incontestado e imponer su independencia a las potencias occidentales. Una solución provisional a esta situación de desgobierno podría pasar por la federalización, es decir, la cantonalización coordinada por un gobierno pluriétnico. Desde un punto de vista occidental parece imposible, porque se considera una salida "proserbia". Sin embargo, Bosnia está dividida administrativamente en once cantones, algunos con mayoría monoétnica, otros con poblaciones nacionales mezcladas. Y nadie dice nada. Y no se le ocurra a ningún viajero pedir en las librerías de Sarajevo algún compendio legal sobre el funcionamiento de esos cantones. No hay, no existe.

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Para colmo de males ha entrado en juego un nuevo factor distorsionante: las elecciones norteamericanas. La intervención en Kosovo, como continuación de la acaecida en Bosnia, fue uno de los activos en la política exterior de la presidencia demócrata, como la guerra del Golfo lo fue para la republicana. Es más: la presencia de tropas norteamericanas en aquel rincón de los Balcanes es fuertemente criticada por los sectores duros del Partido Republicano. Sólo faltaría que ahora, en medio de la campaña electoral y en pleno aniversario de la ofensiva aérea desencadenada por la OTAN, tuviera lugar algún desgraciado percance en Kosovo. Además, Washington está cada vez más desinteresado de un problema que amenaza con convertirse en un pudridero político y que no coincide con las grandes líneas de la geoestrategia norteamericana. Por si faltara algo, la intervención en Kosovo enfrentó a los EEUU con China y Rusia, y ahora esas superpotencias vuelven a estar peligrosamente unidas, algo que no se veía desde hace unos treinta años. Eso en un momento en que las relaciones entre Pekín y Washington van muy mal por causa de Taiwan. De ahí que ya en enero los norteamericanos comenzaran una ofensiva diplomática para cargar el muerto de la ineficaz administración sobre las espaldas de los socios europeos, y de paso traspasar de la OTAN al Eurocuerpo la iniciativa de la presencia militar en Kosovo.

Lo malo del asunto es que los partidos albanokosovares, con el UCK en la sombra y Thaçi al frente, conocen perfectamente esta situación, saben que los norteamericanos tienen las manos atadas y están aprovechando para presionar con campañas de agitación. Aunque datan de noviembre, los atentados de la UCK en el sur de Serbia se han incrementado y Thaçi se ha paseado por Bosnia y Bulgaria como si fuera un estadista reconocido, poniendo en aprietos a los políticos locales. De ahí también algunos de los incidentes de febrero en Mitrovica, atizados por grupúsculos albaneses aún más radicales, como el Partido Republicano de Skender Hoti, el PPK, el LKCK o el UNIKOMB. Ante tal contingencia, los norteamericanos recurrieron inicialmente a mantener la línea oficial: Milosevic tiene la culpa de todo. Los halcones se ocuparon de hacer ruido: Robertson, Holbrooke y especialmente el general Wesley Clark, que anduvo desmelenándose por la zona, denunciando confusos complots organizados desde Belgrado y presionando para poner en estado de alerta el Ejército macedonio. Pero el montaje ha sido tan evidente que casi ha dejado en ridículo a Washington ante los aliados europeos y a Clark le ha costado un rapapolvos del Pentágono por comportarse como un nuevo general McArthur. De ahí recientes y más serias advertencias a los albanokosovares más radicales, combinadas con discretas reuniones con los líderes serbios de Kosovo en Sofía y hasta en Washington. Sea lo que sea para que hasta noviembre las cosas no se pongan feas.

Mientras tanto, queda en la manga el as de la situación en Montenegro. Si esta república se separa de Serbia, Milosevic podría caer. La posibilidad de que el final político de Slobo sea la panacea a todos los males balcánicos es otra de esas consignas que no aguantan muchos análisis serios, aunque de momento sería la huida hacia delante ideal. Pero ¿y si no ocurre tal cosa y la situación degenera en una nueva guerra, más incontrolable que ninguna de las anteriores? ¿Y si a Milosevic le sucede alguien mucho peor? Nadie parece saberlo, y sobre la progresiva pulverización de los estados balcánicos no pueden ya decir nada los precedentes de 1878, ni de 1918, ni de 1945. Bosnia tampoco es ya un precedente para Kosovo, sino una víctima potencial de esta nuevas situación de desgobierno. Todo se hace sobre la marcha. Sin noticias del pasado. Ni siquiera el más reciente.

Francisco Veiga es profesor de Historia de la Europa Oriental en la UAB y autor de La trampa balcánica

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