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Queridos candidatos, den la cara de una vez

Xavier Vidal-Folch

La campaña empezó como un múltiple partido de frontón, nada de tenis. Y así continúa. Las paredes son los votantes. Y los principales jugadores no se devuelven directamente las bolas sino a través de alejadas canchas múltiples, los mítines. Con dos excepciones. Anoche hubo debate televisado en Andalucía y los cinco primeros espadas catalanes se enfrentaron jugosamente el lunes.Los ciudadanos reclaman un debate directo ante las cámaras. Sobre todo, los votantes del PP, revelan las encuestas. Y sin embargo, de momento, cero patatero.

¿España es todavía diferente, como predicaba el joven Fraga? Sí, al menos en esto.

Existe un lugar en el mundo de visita más que recomendable, aunque inocule a los españoles envidia o melancolía. Es el Broadcasting Museum, de Nueva York, muy cerca del mítico MOMA. El interesado puede, mediante pago de unos pocos dólares, pasar toda una mañana siguiendo los largos vídeos que registraron un legendario y decisivo debate. El de Richard Nixon y John Kennedy, en 1960, moderado por el no menos legendario Walter Cronkite.

Fue el inicio de una era en la comunicación política democrática, en la mercadotecnia electoral, en la aproximación de los ciudadanos a los gobernantes. Una era ininterrumpida hasta la última partida, a tres, de Bill Clinton, Robert Dole y Ross Perot.

Una era a la que enseguida se apuntó Europa. Francia, en primer lugar, desde los duelos Valéry Giscard D'Estaing-François Mitterrand, hasta el último, que enfrentó a Jacques Chirac y Lionel Jospin. Debates de gran altura que han servido a los franceses, sin distinción de filias, entre otras cosas para reconfortarse al comprobar que disponen de líderes con categoría para el diálogo, la esgrima, el lenguaje claro.

También en Alemania han marcado hitos los cara a cara de un Helmut Kohl pletórico tras la unificación con el sanguíneo Oskar Lafontaine, o con el altanero Rudolf Scharping, rivales socialdemócratas a los que deglutió cual choucroute. Ya en pleno declive de su carrera, Kohl se negó a encararse con Gerhard Schröder, e inició su mutis.

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La tradición parlamentaria del Reino Unido supera con creces el debate televisado único por legislatura. No en vano los líderes se enfrentan dos veces por semana en los Comunes, a cara de perro. Pero ha habido intentos. Jubilada Margaret Thatcher, el laborista Neil Kinnock, a quien los sondeos proclamaban vencedor, pecó de soberbia, negó el debate, y el conservador John Major le batió contra pronóstico acabando su ingeniosa campaña sobre una humilde caja de cartón de detergente.

Italia también se apunta, aunque a su sfumato modo, superpluripartidista, en el que los candidatos a presidir el Gobierno se fabrican en cónclaves más que en la calle. Aún así, los patrones de ambos bloques, como Massimo D'Alema y Silvio Berlusconi -acompañados de dirigentes menores- cotejaron sus propuestas durante la última confrontación en el trepidante programa semanal de debate Porta a Porta que dirige en la RAI el incombustible Bruno Vespa.

¿Y nosotros? Miseria y compañía. La historia apenas registra algunos debates sectoriales entre segundones y un único partido -de ida y vuelta- entre Felipe González y José María Aznar. Fue en 1993. Sólo entonces cambió el tradicional gesto desdeñoso de los socialistas negando el encuentro en un intento de disminuir la altura del oponente. Se veían apurados. El aspirante ganó la ida en Antena-3 y el presidente, la vuelta, en Telecinco.

Le sucedió en 1996 una similar altivez del PP, en la cresta de la ola. Ahora el cara a cara casi ni se discute en campaña, aunque las buenas gentes lo reclamen en los sondeos. Quizá por timidez, del lado socialista. Y por distancia olímpica, del lado popular: la misma que conduce a Aznar a no mezclarse ni un segundo con los periodistas de su caravana. ¿O por esa inseguridad que relegó a las catacumbas la transparencia democrática durante la guerra de Kosovo, mientras los Gobiernos de Washington y Londes ofrecían explicaciones en rueda de prensa diaria?

Pero los ciudadanos lo desean, para aclararse. Reclaman mensajes interactivos en vez de unidireccionales. Tenis, no frontón. Los expertos añaden razones científicas. Los debates televisados son "un factor clave para movilizar al electorado", concluye Josefina Elias, del Instituto Opina. Y eso es algo de lo que todos andan necesitados.

"Crean un impacto mediático inmediato, sitúan a la gente que menos ha seguido la campaña ante la realidad de las ofertas y provocan un efecto mancha de aceite", gracias al cual los que no lo contemplaron en directo "se enteran luego" en el bar o en la oficina, describe.

"La teoría de que quien va delante en los sondeos nada tiene que ganar en un cara a cara es inexacta", sostiene José Ignacio Wert, de Demoscopia. "Le puede servir para fijar la distancia y para mejorar sus expectativas si cree disponer de mejores cartas", argumenta. Recuerden el infausto caso de Kinnock.

Ciudadanos y expertos están de acuerdo. No les contraríen. Queridos candidatos, den la cara.

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