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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nadie sin móvil

La demanda de teléfonos móviles en España ha desconcertado las previsiones. Sólo en las últimas navidades se vendieron dos millones de aparatos y un total de ocho millones a lo largo de 1999, lo que supone haber aumentado de 7 a 15 millones el número de usuarios. Sin duda, ningún otro objeto tecnológico ha logrado en su historia una aceptación parecida. Las tres principales compañías de telefonía móvil en España invirtieron más de 255.000 millones de pesetas en 1999, pero no han podido atender la enorme explosión de la demanda. Como consecuencia, el servicio es actualmente irregular, con problemas de conexión y de calidad en las recepciones. Los mayores clientes son hoy los usuarios de la modalidad por tarjeta (hasta un 80% de las nuevas altas), donde se alistan los jóvenes y locuaces.El móvil, más allá de un instrumento de comunicación fácil, está trasformando progresivamente los modos de vida. La relación instantánea para trasmitir hechos, emplazamiento y emociones, su facultad para enviar y recibir mensajes a varias personas a la vez ha ido creando una invisible red de contactos inmediatos como no se había conocido nunca. Unas veces el móvil actúa, por su reducido tamaño, su adaptabilidad a la mano o a la oreja, con el efecto de una prolongación orgánica. El cable, en el teléfono tradicional lo ataba a un lugar externo y objetivo, pero el móvil se apropia y se subjetiviza. Pronto, además, ni será necesario empuñar un artefacto, por menudo que sea. La nanotecnología desarrollará sensores agregados a la ropa que trasmitirán la voz y acaso la indicación de diferentes deseos. La miniaturización actual es un presagio de esa sutil relación sin medios perceptibles y la evocación de una ecología de la comunicación y de la información que apenas se ha inaugurado con el desarrollo de este aparato conectable a Internet y capaz, según las previsiones, de llegar a sustituir las interacciones actuales con la pantalla del ordenador portátil.

Las reuniones de empresa, el seguimiento de sucesos, la compra de entradas, la verificación de las alarmas del coche o de la casa, la recepción de correo electrónico. El teléfono móvil no ha hecho más que comenzar a ofrecer servicios en cualquier lugar y de cualquier especie. En algunos colegios europeos se estudia aplicar detectores de metales ante las aulas para evitar el flujo de información que suele llegar en los exámenes a través de los pequeños aparatos, y, desde luego, se debe impedir que el uso de estos teléfonos perturbe las clases en los colegios e institutos. En California, atendiendo a la desbordada afición de los adolescentes, las playas este verano se poblaron de quioscos donde se alquilaban móviles para sus parloteos a distancia. De hecho, nunca nada ha contribuido más a recuperar la cháchara vecinal de otros tiempos como la red de teléfonos celulares. Contra la tendencia aislacionista de una sociedad urbana, cada vez más solitaria, el correo electrónico ha reintegrado una correspondencia inesperada, mientras, de su parte, el móvil ha generado una impensable profusión de oralidad a través de la mágica invitación que representa el aparato.

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