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J. A. Fernández Ordóñez, constructor de puentes DANIEL GIRALT-MIRACLE

Probablemente, José Antonio Fernández Ordóñez (Madrid, 1933-2000) es la persona a la que he visto vivir con mayor pasión existencial. Tenía una capacidad vital y profesional incombustible, que sólo la muerte ha podido truncar. Convencido de que la cultura y la inteligencia pueden cambiar y mejorar la sociedad, no se limitó a ejercer de catedrático de Estética en la Escuela de Caminos de Madrid, sino que orientó toda su actividad hacia la renovación, la modernización y la democratización de nuestro país. Así, JAFO, como le llamábamos los amigos, ese constructor de puentes -en el sentido real y en el sentido metafórico de la palabra y no sólo porque su profesión se lo permitía, sino porque su sensibilidad social se lo exigía- nos ha dejado súbitamente a los 66 años habiendo forjado una de las trayectorias más ricas e intensas de la España contemporánea. Movido por una tenacidad y una honestidad que en ocasiones no todos supieron comprender, su actuación siempre fue un revulsivo, ya fuera durante la dictadura, ya con la democracia, y a través de su actividad docente, publicista y activista, contribuyó a acercar la ingeniería y la opinión pública, los colegios profesionales y la vida social, la prefabricación y los sistemas constructivos habituales, el arte y los espacios habitados por el hombre, la ingeniería del pasado y las propuestas del presente y del futuro.

Es imposible sintetizar en un artículo las infinitas actividades desarrolladas por Fernández Ordóñez, y sin embargo no podemos dejar de mencionar sus puentes, que se hallan por toda la geografía peninsular y que son ejemplos de esa pasión suya de transformar la técnica en una auténtica obra de arte; sus libros, entre los que vale la pena recordar Prefabricación, teoría y práctica, el inventario de los puentes históricos españoles, de las presas y azudes de nuestro país o la biografía sobre su admirado Eugène Freyssinet, el ingeniero que como él supo fundir la imaginación y la decisión, el arte y la técnica; su defensa de la figura del ingeniero como la de un profesional al servicio del progreso, lo que hizo a través del estudio y la divulgación de personalidades como Telford, Eiffel, Torroja o Cerdà -cuya rehabilitación pública debemos agradecerle-, su actuación como presidente del Real Patronato del Museo del Prado, cargo en el que en reconocimiento a su competencia e imparcialidad fue reafirmado sucesivamente por gobiernos de distinto signo... y un aspecto más personal, desconocido para todos aquellos que no pudieron disfrutar de su amistad, que considero indispensable para comprender en toda su magnitud su persona: su inteligencia y generosidad. Convivir con Fernández Ordóñez era un auténtico placer, una continua lección. Denostaba a aquellos ingenieros que únicamente atienden a lo objetivo y que no van más allá de la eficiencia de sus construcciones, porque, por el contrario, él siempre se sintió inclinado al cultivo del mundo de las emociones.

Un objetivo que él perseguía desde el mismo origen de su carrera y que sin duda alcanzó. De hecho, tuve la suerte de compartir con él diversas vivencias en las que se puso de manifiesto esta búsqueda incansable. Ya en 1974, cuando le conocí con ocasión de la presentación a la prensa del puente que había proyectado sobre el río Llobregat en la carretera de Martorell a Terrassa, y mientras nos explicaba que el trazado del nuevo puente respetaba el viejo puente romano llamado del Diable y que sus líneas pretendían armonizar con el entorno ambiental, me sentí afortunado por tener la oportunidad de disfrutar de una auténtica lección de diseño, historia y amor al patrimonio. Una sensación que se repitió en pleno tardofranquismo, cuando con Sempere promovió el llamado Museo de Escultura al Aire Libre en el paseo de la Castellana -emplazado bajo el inspirador paso elevado de Juan Bravo, también obra suya-, cuyo montaje provocó una feroz polémica político-artística al negarse el Ayuntamiento de Madrid a colgar del puente la escultura Lugar de encuentros III, de Chillida, argumentando

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