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Galgos

Rosa Montero

El otro día un tipo llamó a la SER y contó que organizaba peleas de perros. Muy satisfecho él, muy orgulloso de su participación en el cruel asunto. Muy tranquilo en la manifestación de su delito. Porque se trata de una actividad oficialmente ilegal, pero en la realidad nadie les persigue. Por eso andan con esa impunidad, hablando por las radios y pavoneándose. En España siempre hemos tenido unas formidables tragaderas con la brutalidad hacia los animales.También hace unos días aparecieron en la prensa unos aterradores reportajes sobre el destino de los galgos en nuestra tierra. Hablo de esos perruchos flacos, afectuosos y humildes que la gente emplea para la caza. Si la vida del galgo es dura y mísera, su muerte es siempre atroz. Los animales que no destacan en el oficio, los que se hacen viejos y los que enferman son ahorcados o incluso quemados vivos. El sadismo y la frustración personal de los buenos paisanos se ceba con esos pobres bichos de morros temblorosos; hay energúmenos que los cuelgan del cuello de tal modo que les dejan con las patas traseras apoyadas en el suelo, para que el animal tarde mucho en morir (a veces días). Con estos y otros entretenimientos se solaza el honesto lugareño patrio.

Sólo en Extremadura hay 9.000 galgueros, y cada uno tiene entre 15 y 20 animales. Multipliquen por las demás comunidades españolas y calculen el nivel de horror, el silencioso y enloquecedor estallido de dolor que impregna el aire, sobre todo ahora, en enero y febrero, al final de la temporada de caza, que es cuando las arboledas del país se llenan de galgos ahorcados, bosques fantasmales de tortura. Estos espantos están tipificados como faltas, no como delitos. No tienen pena de cárcel, sólo multas ligeras de las que se libran alegando insolvencia. Todo este sufrimiento innecesario, esta perversa ferocidad contra los animales, tan naturalmente asumida por la sociedad, no es un asunto baladí. Porque un pueblo capaz de martirizar de esa manera a unas criaturas inermes e inocentes es también capaz de quemar niños con cigarrillos o de apalear mujeres hasta la muerte. Y el Gobierno que no tome medidas tajantes para impedir todo esto es un Gobierno incívico e inútil, un mero cómplice.

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