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FÚTBOL: Primera División

"El Madrid no me dejó ni fracasar"

Dani, máximo goleador del Barça, dice sentir indiferencia por su ex club antes del clásico

"Ahora no lo sé. El día del Arsenal sí tuve la sensación de que podría ser titular. Pero hoy no tengo ni idea de si jugaré o no ante el Madrid". Es Dani García, de 24 años, máximo realizador del Barça, con cinco goles. Seguramente hubiera firmado en junio, cuando llegó al Camp Nou procedente del Mallorca, esa hoja de servicios. Seguramente no imaginó que en tan poco tiempo superara a Kluivert (dos goles) y al propio Rivaldo (tres), y que estuviera a uno del pichichi. Y que encima rompiera la etiqueta de revulsivo, pusiera a Kluivert en un aprieto y, desandando el camino, se sintiera triunfador en casa justo antes de jugar contra su ex equipo, el Madrid.Ni rencor, ni venganza, ni resentimiento. Pero tampoco niega la absoluta indiferencia. Nacido en Barcelona en 1974, Dani ha pasado media vida -la biológica y la futbolística- vinculado al Bernabéu y ya tiene poco que sentir. "Ni siquiera me dieron la oportunidad de fracasar", recuerda ahora dolido. "El último año, el de Heynckes, el de la Copa de Europa, fue horroroso. Yo le decía: "Deje que lo intente". Y él: "Hagas lo que hagas, no puedo. Tienes delante a Mijatovic, Raúl, Morientes, Suker...". Apenas jugué. Y eso que dos años antes me habían traspasado al Zaragoza y me acababan de fichar. Después de eso, decidí que el Madrid me daría exactamente igual".

Hijo de padre segoviano y madre catalana, Dani empezó a jugar en el Monflorit, un pequeño club de Cerdanyola (Barcelona), y a los 12 años pasó al Damm, una de las canteras catalanas por excelencia. Su equipo jugó un final del Campeonato de España de cadetes en Madrid y Gento y Del Bosque le vieron y le ficharon. "Todo fue por azar. Ni sabía entonces si quería ser futbolista. El forofo de verdad era mi hermano", recuerda ahora. Tenía 15 años, mucha ilusión, el alma indiferente y su casa dividida: su padre era madridista y su madre y su hermano, Pablo, culés hasta la médula. Pero él metía goles como churros, La Masia no había llamado a su puerta y sus padres le dejaron marchar. Fue un tiempo difícil. Se marchó en verano y en Navidad ya no quería regresar. Vivió en la pensión del Madrid, en Recoletos, donde los jóvenes convivían con otros huéspedes, y conoció la depresión lejos de su familia. "A un hijo mío no le dejaría ir. Esa etapa no es tan determinante. Un futbolista se la puede ahorrar", dice.

Pero aguantó. Aguantó y goleó en el Castilla. Pero no lo bastante para dar el salto. Fue traspasado en 1995 al Zaragoza y en 1997 el Madrid le repescó. "La impotencia fue inmensa. Perdí toda la confianza", cuenta. No tenía equipo y el Mallorca apareció hace un año. "Tendré hacia Cúper agradecimiento eterno", afirma, calificando de maravilloso su paso por Palma. Y desde allí se acercó a su casa. Goleó al Barça en la Supercopa, Van Gaal apuntó su nombre -12 goles en la Liga- y ordenó el pago de 2.500 millones de pesetas por él. Y ahora, todo sobre ruedas: a meter goles, con la familia -ya toda culé- muy cerca y sabiendo que el miércoles, a diferencia de las otras tres veces que fue al Camp Nou como jugador, no se quedará en la grada confundido entre los hinchas.

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