Rejtman y Marsh abordan en sus obras los límites de la ficción
No se parecen en casi nada y, sin embargo, ambas inciden en uno de los grandes temas contemporáneos del cine más inteligente: dónde están los límites entre la ficción y el abordaje documental de la realidad.Un argentino, Martín Rejtman, en su excelente Silvia Prieto, y un estadounidense, James Marsh, en la sorprendente Wisconsin death trip, se sumergen en los engañosos lindes que separan las dos grandes tendencias entre las que ha basculado el cine en toda su historia, y el resultado es impactante: dos propuestas estéticamente en las antípodas, aunque recorridas ambas por un deseo de experimentalidad que hizo que el de ayer se viviese en Donostia como un día de gozoso descubrimiento. Eric Rohmer
Incluida en la sección Made in Spanish, que acoge películas que por alguna razón no pueden concursar aquí, Silvia Prieto, un film generacional sobre personajes que se acercan a la treintena con la sensación de no haber hecho nada con sus vidas, se diría la respuesta bonaerense al arte desinhibido del maestro Eric Rohmer. Como las películas del francés, hay aquí un buen uso del azar, una inteligente disección de ciertas mentalidades a la deriva y un diagnóstico que es cualquier cosa menos indulgente. Hay también, y eso es inusual en un realizador casi primerizo, una clara apuesta por el naturalismo y la férrea construcción de los personajes, esencial para hacer que el barco no naufrague a las primeras de cambio. Y hay, finalmente, una reconfortante apertura hacia la metáfora en forma de unas imágenes documentales que clausuran la función: indagar en la vida de seres reales y crear una ficción forman parte, dice Rejtman, de una operación idéntica.
La opción de Marsh en Wisconsin death trip, incluida en la sección Zabaltegi, parece en las antípodas y, sin embargo, es la misma: reconstruir con paciencia y ojo sensible para la belleza la crónica de sucesos de un diario local de Black Falls River, una población de 3.700 habitantes del Wisconsin histórico, en la frontera entre el XIX y el XX. Así, el idílico paisaje del lugar se puebla de truculencias sin fin: asesinatos, violaciones, ataques de enajenación, suicidios, apariciones fantasmales..., todo ello recreado como si el testigo real de esas noticias no fuese el supuesto periódico, sino la cámara del cineasta. Rigurosamente dividida entre las cuatro estaciones del año, y con imágenes documentales rodadas en color en la actualidad, mientras se reserva el blanco y negro para el pasado, la película,cuya principal inspiración no es otra que el cine de David Lynch, instaura un inquietante punto de vista: jamás sabremos si estamos ante una reconstrucción histórica, una pura estrategia ficcional o una inmensa broma contada con buen pulso por un cineasta al cual la etiqueta de posmoderno no añade, por una vez, un matiz peyorativo.
Babelia
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