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verano 99

Saldos en el semáforo

Tereixa Constenla

Las encrucijadas de las grandes urbes albergan centros comerciales propios, edificados sobre los pilares de la desigualdad y la pobreza, que crecen burlando el planeamiento urbanístico. Junto a los semáforos se improvisan ofertas al aire libre donde el automovilista puede surtirse de artículos de última generación como cigarrillos sin presión fiscal, fármacos de celulosa excluidos de la financiación sanitaria por su naturaleza fugaz -la vida de los pañuelos de papel es breve como un moco-, verduras a veinte duros o cachitos de suerte de numeración distinta aunque se vendan como iguales. En el intervalo que va entre el rojo y el verde, uno puede comprar un acicalamiento rápido y mediocre del parabrisas delantero. Y eso cuando el filón de las encrucijadas como escenario de trueques minoristas se encuentra en una fase incipiente, en la génesis de un fenómeno donde apenas se intuyen las posibilidades comerciales. Los periódicos alternativos, los que nacen sobre los mismos pilares de desigualdad y pobreza que los vendedores callejeros, también se han abrazado a los semáforos y a las vías peatonales. Nada coherente sería adquirir un ejemplar de La Calle en el quiosco de un aeropuerto; poco serio, comprar La Farola en unos grandes almacenes. El sector tradicional celebra la canícula con rebajas, el comercio callejero mantiene sus saldos de todo el año. El todo a cien nació en el cruce entre cuatro calles: a veinte duros el paquete de tres lechugas, el trío de pañuelos de vida efímera, el cupón primitivo. Junto a los semáforos también hay quienes sólo venden una imagen y quienes ofrecen palabras, como Paul Festus, uno de los múltiples vendedores de periódicos que inundan Sevilla de quioscos improvisados, una salida airosa para inmigrantes como este nigeriano que abandonó Lagos en 1997 por algún trasunto político que desea olvidar. Vender frases no es fácil en un mercado sobrado de palabrería y atiborrado de mensajes. El hito de Festus aún sigue marcado por aquella jornada en la que logró dar salida a 10 ejemplares de La Farola. Sabido es que el automovilista común tiene la palabra ágil y procaz mientras permanece al volante. Suelen preferir obsequiar al prójimo (también automovilista) con su verbo escatológico que pagar por adquirir sustantivos neutrales. Paul Festus, de 29 años, los vende casi sin hablar. Cuando el semáforo enrojece, abandona la acera y la sombra escuálida de cuatro arbustos demasiado jóvenes para disimular los sofocones termométricos, y comienza su peregrinación entre vehículos. El vendedor exhibe una media sonrisa, mira a los ojos, musita algo indescifrable y blande el periódico ante cada parabrisas. Cada vez, los coches y sus conductores resultan menos anónimos. "Ya conozco muchos carros, hay una clase que no compra y habla bien, y otra que ni habla ni compra", describe. Paul Festus eligió su encrucijada en Sevilla, entre las avenidas del Cardenal Bueno Monreal, Manuel Siurot y Borbolla, porque le pareció estratégica. Ya conoce a los asiduos y tiene su clientela fija, pero el tráfico aleatorio hace que las ventas suban y bajen a su aire, sin estudios de mercado que expliquen las curvas de rentabilidad en los supermercados que afloran en el intervalo que separa el ámbar del verde.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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