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Entrevista:JUAN ANTONIO GÓMEZ ANGULOCONCEJAL DE CULTURA

"La Violetera tendría que estar en un parque"

Antonio Jiménez Barca

Hace una semana, un millar de personas se manifestó en la capital por un motivo estético. La marcha, convocada por el Club de Debates Urbanos y dirigida contra el alcalde, José María Álvarez del Manzano, del PP, protestaba contra la "fealdad" de muchas de las esculturas o monumentos que pueblan la ciudad. Entre ellos destacó uno que se encuentra en la Gran Vía y que ha pasado a simbolizar, para los contrarios al alcalde, la pauta que guía los designios culturales del actual Ayuntamiento de Madrid: la zarzuelera, pequeña y castiza estatua de La Violetera. El concejal de Cultura, Juan Antonio Gómez-Angulo, almeriense de 45 años, amante del cine y de la poesía contemporánea, admite que hay monumentos que no le gustan nada, pero no tolera que la estética del equipo de gobierno se cifre en la dichosa estatua de la Gran Vía. Reconoce, además, que La Violetera "estaría mejor en un parque que frente al Círculo de Bellas Artes". Pregunta. Las asociaciones que se manifestaron califican la estética urbana del Ayuntamiento directamente de "fea".Respuesta. Esa manifestación, a la que fue poca gente, por cierto, protestó sobre todo por tres cosas: por La Violetera, que me he cansado de repetir que se puso antes de que Álvarez del Manzano fuera alcalde; por la estatua de Juan Pablo II, que no la ha puesto el Ayuntamiento, sino el arzobispado, y por las mamparas del Viaducto, que se han colocado por un motivo cívico y no estético .

P. Pero a usted, ¿le gusta o no le gusta La Violetera?

R. No. Y además no está bien colocada. Estaría mejor en un parque que en la Gran Vía, enfrente del Círculo de Bellas Artes.

P. ¿Va a pedir que la quiten?

R. La Violetera se ha convertido en un símbolo. Y quitarla ahora a lo mejor abre una polémica absurda, y repito que esa estatua no la puso el alcalde. Yo quitaría otros monumentos antes.

P. ¿Cuáles?

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R. Con todos mis respetos al Gobierno filipino, el de José Rizal , en la avenida de las Islas Filipinas. Aunque entiendo que el presidente del Club de Debates Urbanos, Ricardo Aroca, no esté de acuerdo.

P. ¿Por qué?

R. Porque él sufre La Violetera todos los días cuando va al Círculo de Bellas Artes, pero yo me chupo ocho veces al día el monumento a Rizal. Además, la estatua de La Violetera es muy pequeña y casi no se ve. Aunque, ahora que se va a levantar la Gran Vía para mejorar las aceras, puede que haya llegado el momento para trasladarla. Pero le voy a decir una cosa. Muchas veces, al Ayuntamiento se le critica cuando en realidad es una víctima.

P. ¿En qué ocasiones?

R. Hace tiempo, el patronato del Reina Sofía nos encargó que diseñáramos la plaza de enfrente teniendo en cuenta la incorporación de una obra de Calder (1898-1976, artista estadounidense famoso por sus grandes montajes) . Luego cambió el patronato y nos dicen que ya no va Calder, y que busquemos nosotros otra estatua.

P. ¿Y qué pasó?

R. Pues que no nos conformamos con una mediocre y encargamos una escultura a Oteiza, pero cuando íbamos a ponerla el patronato nos dijo que lo aplazáramos porque había otro tipo de problemas. Lo mismo pasó en la plaza de Olavide.

P. ¿Qué ocurrió?

R. Mi amigo y pintor Eduardo Arroyo me avisó hace tiempo de que iba a escribir un artículo en EL PAÍS sobre esculturas madrileñas y que iba a ser crítico. Yo le dije: "Ahí tienes la plaza de Olavide, un espacio para ti. Pon lo que quieras". Pero se negó.

P. ¿Por qué?

R. Se explicó de la siguiente manera: "No se puede obligar a los vecinos de la plaza de Olavide a contemplar todas las mañanas una obra de determinado artista, aunque sea una obra mía". Y yo estoy de acuerdo. Lo mismo me dijo el pintor Eduardo Úrculo, amigo personal mío, que iba a pintar una pared medianera en la plaza de la Cebada y que al final no quiso. La polémica llega siempre con los elementos artísticos en la calle. P. ¿Por qué?

R. Porque son más arriesgadas. Con las fuentes en las plazas no ha habido polémica porque son anónimas, aunque a lo mejor hay que lanzarse y hacer algo más arriesgado. Una solución arriesgada puede ser la de poner esculturas rotatorias.

P. ¿Cómo?

R. Sí. Poner esculturas que no siempre tengan que quedarse en el mismo sitio. Que los vecinos de la plaza de Olavide no tengan que soportar siempre la misma escultura y que tras determinado número de años puedan cambiarla por otra distinta.

P. ¿Eso es original?

R. Sí. Pero ya se ha hecho en algunas ciudades. No se trata, claro, de llevarse la Cibeles al Bernabéu, sino de proyectar nuevas esculturas que puedan ser trasladables. Es una forma arriesgada de evitar estas polémicas. P. ¿Le molestan estas polémicas?

R. No. Pero me hubiera gustado que los participantes de esa manifestación hubieran terminado la marcha en las exposiciones de Clavé y Berrocal que organiza el Ayuntamiento en el Cuartel del Conde Duque. Eso también se hace bajo el mandato del actual alcalde. O la edición artesanal de poesía del 27, ilustrada, entre otros, por gente como José Hernández o Luis Gordillo. Se ha acabado lo de que la cultura está en la izquierda.

P. ¿Para cuándo un festival de cine en Madrid?

R. Los festivales de cine no se organizan en grandes ciudades.

P. ¿Y Berlín?

R. Cuando empezó ese festival Berlín no era la capital de ahora. Tienen que ser ciudades pequeñas, como San Sebastián o Valladolid, en las que las salas y los hoteles estén próximos.

P. ¿Le da envidia el Guggenheim de Bilbao?

R. Nosotros tenemos el Museo del Prado.

P. Pero no lo ha hecho el PP.

R. Ya. Pero nosotros estamos planeando la Operación Chamartín, junto con la Comunidad, donde se podrán ubicar edificios emblemáticos.

P. El presidente regional dice que el ruido del tráfico se cuela en el Teatro Real.

R. Es que mi amigo Ruiz-Gallardón tiene un oído finísimo. Yo no lo he percibido.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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