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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Relevo en la Iglesia

LA ELECCIÓN del arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco, como presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) es un ejemplo de cómo los métodos de democracia interna al uso en la Iglesia pueden sincronizarse con los deseos del Vaticano. El hombre sobre el que Roma había manifestado sus preferencias, según llegó a traslucirse incluso en una asamblea episcopal nada propicia a desvelar sus "secretos", obtuvo a través de las urnas el plácet mayoritario (44 votos de los 80 contabilizados) de los miembros del episcopado español.Rouco Varela sucede a Elías Yanes, arzobispo de Zaragoza, un hombre que ya ocupó cargos de relevancia en la Conferencia Episcopal con el cardenal Tarancón y de la que ha sido presidente en los últimos seis años. Seguramente esta veteranía, unida a la dificultad de alcanzar los dos tercios de votos exigidos para un tercer mandato, ha sido factor determinante en el ánimo de sus colegas para no renovarle por tercera vez su confianza. Hay que tener en cuenta que la mitad de los obispos españoles han sido nombrados por el Vaticano en los últimos años, bien en la época del nuncio Tagliaferri, bien a partir de 1996 en la del actual nuncio Lajos Kada. Esta hornada de nuevos obispos ha valorado sin duda de modo positivo la imagen pastoral y espiritualista que proyecta el arzobispo de Madrid.

El nuevo presidente de los obispos españoles simboliza, pues, el cambio generacional habido en los últimos años en el episcopado español. Y lo sitúa en la cúspide de una Conferencia Episcopal que nada o muy poco tiene que ver con la de hace dos o tres lustros, con menos poder y funciones y con una autonomía que ha ido diluyéndose en la medida en que aumentaba el control del Vaticano. Pero ésos son asuntos internos de la Iglesia. Lo significativo desde un punto de vista social sería que el cambio no implicara un deseo de interferencia o presión sobre la esfera privada de los ciudadanos. Sería deseable que, una vez concluido su largo periodo de transición, la Iglesia española entrara en una etapa de plena normalidad y se desprendiese de la visión catastrofista que todavía se expresa a veces frente a la sociedad secularizada en la que vive. Si surge algún conflicto, la Iglesia debe resolverlo desde el diálogo, y no desde la prepotencia, sin recurrir a métodos que recuerden el confesionalismo pasado.

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