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SEGURIDAD CIUDADANA UN CENTENAR DE PERSONAS RECORRE EL BARRIO

Los vecinos de Velluters muestran su repulsa al incendio de su sede y a "convivir con el miedo"

Aunque se le hiele la sangre con los gritos de un joven toxicómano al que están apaleando, Juan Carlos de Miguel se repite mil veces que sería un suicidio salir a ver qué pasa. Cuando anochece, los vecinos de Velluters, en el centro histórico de Valencia, se encierran en casa. Cuesta hallar alguno al que no hayan atracado o forzado la cerradura del coche. Con la oscuridad las callejas se convierten en un zoco de heroína que atrae a un abigarrado grupo de toxicómanos y traficantes. Un centenar de ciudadanos salieron ayer a la calle para mostrar su repulsa por la inseguridad y el incendio de la sede vecinal.

La vetusta finca del número 2 de la plaza de Coll seguía ayer a mediodía oliendo a chamusquina. Los vecinos de Velluters, que se manifestaron junto a ciudadanos de otros barrios, la miraban abstraídos. Recordaban que ese edificio fue una guarida insalubre de camellos y toxicómanos. Recordaban que el propietario les cedió el inmueble y, con ayuda de la Policía, lo desalojaron y llenaron 30 contenedores con inmundicias. Recordaban que habían instalado allí la sede vecinal, que habían puesto en marcha un programa de recogida selectiva de residuos y una cooperativa de viviendas. Y recordaban que su ilusión ardió de madrugada siete días atrás. "Ha sido un golpe muy duro porque ese local tenía un gran valor emocional para nosotros, era la primera batalla que le ganábamos a la droga", lamenta el presidente de la asociación de vecinos La Boatella, Denis Tsaousoglou, un hombre de ascendencia griega que regenta un bar en Velluters. Tsaousoglou asegura que habían recibido numerosas amenazas y que los incendiarios eran una pareja de camellos. En el barrio agradecen el apoyo de la federación vecinal y la presencia en el acto de ayer de representantes de Natzaret y otros distritos. Pero ironizan sobre los políticos que siempre les han ignorado y ahora se solidarizan. "Si el incendio no estuviera extinguido vendrían a hacerse la foto vestidos de bomberos", dicen con sarcasmo. En el recorrido de ayer desfilaron con escolta policial por los "puntos calientes" de la droga. Las calles En Sendra y Tejedores, las plaza de Coll y Juan de Villarrasa, los cruces de Pintor Domingo con Santa Teresa y Villena... José Perelló comenta que hace dos años, no se podía caminar de día por el barrio pero que gracias a la Policía la situación ha mejorado. Eso sí, dice que por la noche todo sigue igual. "Empiezan a traficar a las ocho de la tarde", detalla, "y siguen ahí a las siete de la mañana, cuando la gente se va a trabajar". Redadas ineficaces Tsaousoglou denuncia que las redadas policiales, como la de la pasada semana, no arreglan casi nada. "Crean algo de inquietud en los compradores y vendedores de droga, pero no acaban con el tráfico, porque al ver venir a la policía tiran las bolas de heroína al suelo", protesta. Por ello, ha reclamado al delegado del Gobierno que envíe investigadores de paisano para que localicen a los traficantes, los que se sacan unas 150.000 pesetas cada noche, y los detengan. Mientras, la demografía del barrio sigue sufriendo una fuerte hemorragia. Cada mes se marchan varias familias de Velluters, hartas de "convivir con el miedo". Una universidad británica acaba de trasladar a 14 alumnos que residían en Velluters a Blasco Ibáñez después de que sufrieran reiterados atracos. El 52% de las viviendas están vacías y en el 48% de los pisos ocupados vive un solo inquilino. Denis reconoce que el incendio ha estado a punto de provocar un estallido "a sangre y fuego" contra los traficantes. "Pero somos gente pacífica", atestigua, "no pensamos irnos y aún aspiramos a construir un barrio tranquilo y sin droga".

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