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Tribuna
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Un partido posmoderno

Resulta difícil determinar qué es más sorprendente en los análisis previos al congreso del PP: si la propensión de unos a creerse el contenido de las ponencias y refocilarse en la contemplación en la transfiguración centrista del partido o la tendencia de otros a considerar a las primeras como una especie de sandwich de nada entre empanadas de vacío y la denuncia apasionada de que eso del centro es una tomadura de pelo. La opinión del autor de estas líneas difiere de las dos citadas y se puede explicar en escasas palabras. A mí me parece que el PP ha cambiado a mejor, pero sigue estando lastrado por el pasado y, además, más que centrista, suele resultar posmoderno.Como este último calificativo puede sorprender, lo explicaré con tan sólo unas gotas de pedantería. Se suele tener la idea de que los partidos políticos han sido y son siempre lo mismo, pero la realidad es que cada mutación importante de la democracia a lo largo de su historia ha supuesto un nuevo tipo de partido. Los partidos de masas nacieron con el cambio de siglo y ya entonces fueron objeto de crítica por sus tendencias oligárquicas. Reencarnación modernizada de ellos fueron los surgidos después de la II Guerra Mundial, vertebrados en concepciones de la vida, todavía con una afiliación más nutrida y una burocracia más poderosa, gobernados por una dirección colegiada, con el apoyo de una financiación mediante cuotas y organizaciones sociales paralelas. En esos años, hasta los 60, se llegó a hablar de un "Estado de partido", tal era la importancia que se les atribuía en las instituciones democráticas. Pero ese modelo duró lo que una generación. En los 60 había nacido ya un partido de integración o catch-all, que, desdibujando su perfil ideológico, tuvo ya la pretensión de llegar a todos y no a una sola concepción de la sociedad, se basó en la financiación pública, careció de organizaciones paralelas y en él jugó un papel creciente el liderazgo. La transmutación posterior fue descrita por Klaus von Beyne en un artículo publicado en Government and Opposition en 1996. Ha consistido en un nuevo adelgazamiento ideológico y engordamiento del liderazgo, una financiación que convierte a la dirección en algo parecido a un grupo de amigos y una profesionalización de la política que exige dedicación exclusiva, pero ninguna formación precisa ni solvente. A este tipo de partido se le denomina "posmoderno", "profesional-electoral" o "mínimo". Elijo la primera porque me parece que es la que menos a mal se pueden tomar los reunidos en Madrid este fin de semana.

El PP llega a este congreso entre nubes de gloria, trompetas triunfales y autocomplacencia hasta niveles estratosféricos. Resulta inevitable que sus adversarios recuerden un pasado que durante dos años nos ha proporcionado algunos ejemplos de rudeza derechista difíciles de encontrar en un país civilizado, pero el señor Álvarez Cascos, exhibido hoy achicharrado en una parrilla, como san Lorenzo, resulta funcional para mostrar tiempos que -afortunadamente- no volverán. En su conjunto, el nuevo equipo dirigente del PP es mejor, principalmente porque ha aprendido. Ya se han expectorado todas las necedades ultraliberales hacia las alturas senatoriales o van a serlo a las lejanías europeas. Además, el deseo de agradar a todos es requisito imprescindible para llegar a esa forma de cortesía que consiste en ser moderado y centrista.

Pero el problema ahora es que el PP resulta demasiado posmoderno. Ya que se ha liberado de la mugre derechista, le perdonaremos la indefinición: su programa, en realidad, lo harán las encuestas preelectorales. Incluso se le puede tolerar la autocomplacencia cuando, en realidad, significa -él como todos los partidos- tan poquito en el conjunto de la sociedad. Quienes parecen más difíciles de aceptar son esos eurodiputados que no se han dedicado en la vida a otra cosa, esos secretarios de Estado que no saben de nada o cambian de competencias como si éstas fueran intrascendentes, esos portavoces disléxicos o esos ministros que lo son por desocupados de tareas precedentes. El PP empieza a pasar el control de calidad centrista; le falta aún el control de calidad a secas.

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