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Tribuna:IMPACTO DE LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA
Tribuna
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Ciencia y sociedad: notas autocríticas desde el lado científico

La relación entre la investigación científica y la empresa es un tema de opinión que crece en importancia en las sociedades desarrolladas.Generalmente, la Administración y el mundo empresarial han sido señalados como responsables de la disfunción existente entre ambos medios sociales. Se ha indicado repetidamente, con razón, que la falta de sensibilidad empresarial hacia la innovación y el trabajo investigador es un lastre para el desarrollo económico real y profundo de la sociedad. Creo, sin embargo, que la parte científica, muchas veces considerada más noble, benefactora y cándida, debe también hacer autocrítica y analizar sin paliativos algunos aspectos que generan fracasos en la relación y cuya superación es tarea y responsabilidad de los investigadores.

Desde el lado científico existe un obstáculo que se opone a la fluidez de las relaciones ciencia-sociedad: la dificultad, lógica y justificada, que los investigadores encuentran en hacerse entender. En los países de escasa tradición tecnológica, con reducida interacción entre la investigación y la industria y la investigación y la sociedad en general, hay que añadir la dificultad que encuentran muchos profesionales de la ciencia en romper las paredes del fanal académico en que habitan. Creo que la mayoría de los colegas científicos coinciden en reconocer que aquel investigador que no sabe explicar, en lenguaje inteligible por el ciudadano medio, el tema y la importancia de su tarea investigadora es porque él mismo no los entiende bien. Sin embargo, la divulgación clara de la ciencia de verdad requiere un esfuerzo considerable.

Si bien la comunidad científica expresa con frecuencia la necesidad de sentirse reconocida por la sociedad, no suele insistirse tanto en la recíproca. Esto es, la sociedad también necesita, aunque sea implícitamente, el respeto de la comunidad científica. Respeto que se manifiesta en primer orden de aproximación en dos requisitos para los investigadores: a) expresar de modo comprensible el contenido relevante del conocimiento científico y su potencialidad tecnológica, y b) respetar la actividad propia de las empresas.

Los científicos pertenecen a una clase intelectual conductora y creadora de ideas contenidas en un ámbito del conocimiento al que pocos ciudadanos tienen acceso directo.

La necesidad del lenguaje científico es tan indiscutible como la certeza de que contiene y refleja lo más característico y lo mejor del conocimiento, el rigor y la profundidad. En términos comerciales se diría que es la propia naturaleza de la mercancía del científico -mezcla de su actividad, objeto y método de conocimiento, y su lenguaje- lo que dificulta notablemente el contacto con el cliente. Por tanto, el científico se queja de cobrar poco con razón, o mejor, con doble razón, primero porque ciertamente cobra poco y segundo porque cobra poco, pero con razón desde la perspectiva del ciudadano. La contradicción entre el alejamiento, originado por el carácter minoritario y de excelencia, y la demanda de proximidad gobierna un romance tenso y eterno entre la comunidad científica y el resto de la sociedad.

Algunos científicos, más acusadamente en países en los que la importancia de la ciencia es reciente, como sucede en España, han encontrado en la dificultad intrínseca de hacer inteligible a los profanos su lenguaje un signo de distinción. En lugar de intentar esforzarse para hacer comprensibles sus tareas y resultados han exagerado quizá inconscientemente, hasta la caricatura, el uso de tecnicismos y formalismos para aumentar el distanciamiento incluso con sus colegas científicos. La sociedad difícilmente puede apreciar su mercancía en la totalidad, pero para ellos es bueno, ya que ésta perdería parte de su valor según se hiciera más apreciable por el ciudadano. Aquel científico que intentara presentar su actividad investigadora de forma clara y atractiva, renunciando al distanciamiento, correría el riesgo de ser tachado por algunos de estos colegas de poco profundo, en el mejor de los casos, o, lo que es más fuerte, de impuro e interesado. El divulgador lúcido podría arrastrar así un estigma de clase. La tentación de mal uso del lenguaje proviene de que estos investigadores reconocen como su único talismán el dominio de la jerga. Les debe resultar intelectualmente angustioso poseer una joya cuyo mejor escenario es la tiniebla.

La confusión, que tantos científicos mediocres han utilizado para encumbrarse como mandarines en las facultades de ciencias y centros de investigación de las sociedades poco científicas, y que consiste en identificar la oscuridad con la profundidad, ha sido denunciada recientemente con lucidez por Peter Medawar, premio Nobel de Medicina, en su libro Pluto's republic. La oscuridad es, en general, el manto que cubre la banalidad de las ideas que exponen. A estos científicos se les reconoce por su afán de erigirse en árbitros del saber y su tendencia a distribuir en categorías a los miembros de la comunidad según criterios que no coinciden con los generalmente aceptados por la propia comunidad. Esta actitud, que tiende a aumentar la dificultad de comprensión mutua, ha contribuido, y aún contribuye, muy desfavorablemente a la relación entre la ciencia y la industria. En este punto es ilustrativo indicar que la actitud oscurantista de algunos científicos ha trascendido las fronteras de las ciencias duras y se ha constituido en moda característica del posmodernismo, como se analiza con humor y profundidad en el libro de Sokal y Bricmont Les impostures intellectueles.

Si se permite una analogía con el mundo musical diríamos que los científicos debemos interpretar nuestra partitura ante la sociedad. ¿Se imagina alguien qué pasaría si al comienzo del concierto se repartiera la partitura y se diera la sesión por concluida? Es obvio que no todos los asistentes a un concierto con capacidad de gozar de la música comprenden en profundidad el lenguaje musical, tanto al menos como para disfrutar con la partitura igual que con la interpretación. Mientras los científicos no tengamos un medio de comunicación equivalente a la orquesta, difícilmente encontraremos el eco deseado en la sociedad.

Una característica importante del tenso romance comunidad científica-sociedad se detecta en las solicitudes mutuas. La comunidad científica reclama reconocimiento e inversión. La sociedad pide resultados útiles para el bienestar y la salud. Al solicitar financiación, los científicos corren el riesgo de introducirse en el mercado. Para evitar la contaminación que esto representaría suelen argumentar, de hecho creo que con toda razón, que la investigación científica, como la salud o la educación, debe estar garantizada por los ciudadanos independientemente de las leyes de ese mercado. En este sentido, la comunidad científica apunta maneras, diríamos, esencialmente socialdemócratas.

Sin embargo, su hipersensibilidad elitista le dificulta aceptar con dignidad las contrapartidas que la sociedad demanda a los sanitarios y educadores y le coloca en cabeza de los reivindicadores de esos argumentos que justifican y estimulan el liberalismo más agudo. Los conceptos de libertad de cátedra y libertad de investigación, por otro lado completamente comprensibles, apuntan en esta dirección. Como pasaba con el lenguaje, los científicos sufrimos contradicción política permanente.

Es común que la sociedad, representada por las empresas que compiten en el mercado, solicite a los científicos servicios técnicos concretos caracterizados por ser urgentes o a muy corto plazo. Esta propiedad, "corto plazo", es la que más disgusta a los investigadores que vemos en el largo plazo, aparte de una especie de derecho asociado a la trascendencia de nuestra labor, una garantía de que el financiador se habrá olvidado de las "pequeñeces" que representaron los objetivos e hitos iniciales del proyecto financiado. Aún más: muchas demandas de las empresas hieren la sensibilidad de los investigadores por su contenido, para ellos generalmente superficiales, excesivamente aplicadas y de poco calado científico. Creo no equivocarme afirmando que en muchas ocasiones los científicos y técnicos no estamos cualificados por nuestra formación para abordar problemas reales de las empresas sin notables esfuerzos, al menos los mismos que requiere la investigación pura. Porque no hay duda de que cualquier problema real surgido de la investigación, de la industria o del medio ambiente requiere idénticas dosis de intuición, inteligencia y estudio para ser resuelto de la forma más eficaz y elegante. Es indiscutible que el valor de una solución no depende de la naturaleza del problema sino de su dificultad.

Hay un rasgo adicional de máxima importancia. Las élites tradicionales de la sociedad del mercado, banqueros, grandes empresarios y altos profesionales no requieren apoyo financiero de la sociedad, porque son ellos mismos precisamente el apoyo financiero de la sociedad. La comunidad científica, por el contrario, se mueve insegura por su ambivalencia en el ámbito social. Somos élite, pero élite económicamente dependiente, y de ahí la tendencia a reaccionar incrementando la conciencia elitista, lo que genera la profunda contradicción que gobierna la complejidad de nuestras relaciones con la sociedad. A mayor elitismo, mayor dificultad en la obtención de la financiación.

Como las monarquías de los países democráticos, dependemos de la voluntad de una sociedad en la que la mayoría de sus miembros desconoce las delicias del lenguaje científico o de las cenas de palacio y sólo decide su apoyo en función de los beneficios que cree recibir de las instituciones. ¿Sabremos dar beneficios a la sociedad democrática? Estamos seguros de que continuamente los damos, y no sólo eso, sabemos que sin investigación científica es difícil mantener plenamente la democracia en la sociedad, pero ¿sabremos convencer suficientemente a los ciudadanos para que nos financien con cierto entusiasmo y generosidad? En muchos aspectos depende de nosotros, y creo que deberíamos apresurarnos a sacar a concurso las plazas de la orquesta y a incrementar nuestra afición por la realización de al menos algunos trabajos a "corto plazo".

Antonio Hernando es físico y director del Instituto de Magnetismo Aplicado.

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