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Tribuna
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Índices

Manuel Vicent

Nikkei tiene nombre de estrella. Nuestros economistas liberales la confunden con el lucero del alba que brilla anunciando el día, pero Nikkei sólo es el índice de la Bolsa de Tokio, que resplandece cuando abren los mercados europeos; en cambio, Dow Jones tiene nombre de músico de jazz y muchos liberales de pajarita creen que este saxofonista actúa en un lugar de Manhattan hasta altas horas de la madrugada, pero Dow Jones no es un artista negro, sino el índice que marca las cotizaciones de la Bolsa de Nueva York. Algunos modernos llaman Dow Jones a su perro, otros prefieren ponerle Nikkei al gato. Existen salidas más románticas. La Tierra acaba de atravesar estos días una nube de basura cósmica abandonada en la constelación de Leo por el rabo de algún cometa. Este detritus celeste ha producido en nuestro planeta una noche muy hermosa y, sin duda, un gran número de amantes habrá formulado muchos deseos contemplando esa lluvia de estrellas fugaces, llamadas leónidas. Si cualquier carne es bella a la luz de la Luna, la de tiburón lo es mucho más bajo el resplandor de este polvo sideral. Esa noche una pareja de brokers neoyorquinos vivió una historia de amor. Al cierre de Wall Street se olvidó de todos los valores y esta vez ni él ni ella pusieron la CNN para saber qué inminente bombardeo influiría en el mercado mañana. Se fueron a oír al saxofonista Dow Jones, que tocaba en un antro abarrotado de Chelsea y mientras Venus era la primera en colgarse de la Luna en el crepúsculo de la ciudad, Dow Jones arrancaba del saxo un sonido de fuego al Blues for Yolanda. Después de una larga noche de jazz, ellos se olvidaron de que eran una pareja de tiburones y, cogidos de la mano por las calles de Nueva York, finalmente se sentaron en un banco como Woody Allen y su novia frente al puente de Brooklyn a esperar la madrugada. Venus y la CNN ya habían dado la vuelta al mundo. Amor mío, le dijo él, esa estrella que ves, la última de la noche, es la estrella matutina, y se llama Nikkei. Bajo su influencia, esta vez la pareja de tiburones se besó tiernamente en vez de arrancarse el brazo de una dentellada. Estrella matutina, estrella vespertina eran nombres atribuidos a Venus por los clásicos. Luego pasaron a ser letanías a la Virgen de los cristianos. Hoy sólo es una estrella que al posarse sobre la Bolsa hace soñar a los marrajos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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