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Mosaico

Miquel Alberola

MIQUEL ALBEROLA Uno de los pasatiempos favoritos del cineasta Luis García Berlanga durante su juventud consistió en buscar espacios en Valencia que pudieran ser universalizables. En algo había que emplearse en aquellos tiempos. El móvil era, por supuesto, cinematográfico. Y quizá económico. Se trataba de localizar rincones que pudiesen pasar por otros lugares más o menos remotos y rodar como si se estuviera en un escenario natural sin necesidad de desplazarse. Ahora un arquitecto japonés, Kyoshi Takeyama, acaba de proclamar que El Cabanyal y uno de los barrios de Kioto, Takemise-hei, son idénticos. Algunos finos observadores, con mucha antelación, ya habían visto a Palermo en estas mismas calles, a menudo semisicilianas. En realidad, Valencia se deja jugar a este juego que ahora adquiere dimensión científica con las observaciones del profesor Takeyama. La ciudad, y también el resto del país, está conformada por un mosaico de abundante aleación. Hay muchos fragmentos del mundo esparcidos por las calles y los paisajes valencianos, hasta configurar un gran parque temático donde se pueden reconocer varios trozos de planeta. Por eso es posible viajar lejos sin moverse del sitio. Sólo hay que pasear un poco y hacer turismo introspectivo. En media hora se puede ir de Kioto a una Holanda muy usada en la Finca Roja. O pisar el césped hipodérmico del Bronx en el barrio de Velluters. O impregnarse de algunas vibraciones californianas en la Malvarrosa y luego comer en uno de los restaurantes cairotas de la playa de Las Arenas. También es posible perderse en el valle suizo de Bixquert, en Xàtiva, vagar junto a un embarcadero de Saigon en Cullera, cegarse los ojos con la luz del paisaje cisjordano de Monóvar o descansar en un oasis de Gaza en Elche. Subir a Naxos en Altea, extraviarse en el altiplano del Colorado, incluso bajo un cielo de John Ford, en el paisaje arizoniano de Fontcalent, serenarse en el Tíbet penitencial de Les Useres o estimularse en el Mánchester alcoyano. Muchas de estas opciones se pueden realizar sobre la N-340, que es nuestro Nilo. Sólo falta que el Takeyama de turno venga a constatarlo con su ciencia y consagrar que somos esta dispersión.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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