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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El debate sobre la eutanasia

Es doña Ana Juristo la que en su carta reduce la vida a un fenómeno puramente biológico que necesariamente ha de ser vivido mientras lo dicte la biología [carta al director La vida es algo más, publicada el 28 de enero]. Pero la vida humana es en esencia lo radicalmente subjetivo; por tanto, a su pregunta de quién puede decidir por la vida de un anciano o un enfermo existe una respuesta obvia: sólo ese anciano o ese enfermo.La firmante de la carta cae constantemente en el peligroso dogma del idealismo: considerar la vida, la enfermedad, la ancianidad como ideas absolutas y objetivas que se encarnan en seres concretos. No es así. La vida, la ancianidad o la enfermedad en sí no existen, existen solamente las vivencias y la percepción que de ellas tenga cada individuo concreto, de tal forma que si un individuo percibe su vida como un infierno sólo a él compete tomar una decisión (cualquiera que sea) al respecto, y nadie, en aras de valores supuestamente objetivos o supremos, tiene derecho a oponer ninguna razón a esa decisión, en tanto que ésta quedaría siempre ontológicamente fuera de ese ámbito vivencial. Consecuentemente con esto, sospecho asimismo que es inútil intentar ayudar a nadie a que encuentre un sentido a su vida, porque en última instancia ese sentido puede ser encontrado, percibido y vivido como tal por el individuo que vive esa vida; es decir, no existe un sentido que sea compartible por dos vidas (salvo el amor, pero eso es otro asunto).

Por eso sospecho también que eso de ayudar a otros a encontrar un sentido a sus vidas no es más que un pretexto que muchos utilizan inconscientemente para sostener el sentido de las suyas, lo cual no sería ilegítimo siempre y cuando ese comportamiento no incidiera en la libertad existencial de otros seres humanos. En el caso de Ramón Sampedro, la única posición éticamente correcta hubiera sido la de mantener un respetuoso y solidario silencio.-

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