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VUELTA 97

Chiappucci y Cipollini, el viejo y el bello

Carlos Arribas

Había un corredor en la salida luciendo, como un niño con zapatos nuevos, una flamante maglia ciclamino [maillot fucsia en español], el tradicional atributo de los hombres más rápidos del pelotón. "Hacedme fotos", pedía a cualquiera que se acercara con una cámara. Según denotaba su idioma era italiano, como no podía ser de otra manara. Pero no era alto y espigado, tampoco al viento ondeaban rizos rubios a su alrededor; más bien era bajito y renegrido, una gorra encasquetada hasta las cejas, estilo boina calada. No no era Mario Cipollini, el hombre más rápido que su sombra, era Claudio Chiapucci, el escalador destroza pelotones. Pero cómo, Claudio.-Ah, soy Chiappucci y siempre seré Chiappucci hasta el final. En sprint y en montaña.

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Y una sonrisa de oreja a orea, de hombre que se ha encontrado a sí mismo.

Sí, es Chiappucci, el hombre sorpresa, el Diablo; el único capaz de ser generoso en cualquier situación, hasta en un sprint en un circuito automovilístico. "Iba como Schumacher en la Ferrari. Y no gané porque me encerraron por la izquierda". Chiappucci, el viejo de otra época -34 años cumplidos- superó sorprendentemente hasta al rápido Jalabert y terminó segundo. Como el líder de la regularidad, Michaelsen, tiene que llevar el maillot amarillo, al segundo le toca el fucsia, el de la clasificación por puntos. "Es la primera vez que lo visto en España", dice orgulloso.

Evidentemente no podía ser Cipollini, porque, entre otras razones, llegó a 12 minutos del primero en la etapa de Estoril y, argumento más convincente aún, porque no apareció por la salida. A esa hora debía de estar ya aterrizando en Milán. A las nueve de la mañana había cogido un vuelo sin vuelta en Lisboa. No para la resaca de Miss Italia, sino para meterse en la cama y cuidarse. Lo más que se le vio en la Vuelta fue solo y descolgado, empujado a veces por su compañero Di Basco. En un comunicado hológrafo de Claudio Corti, mánager de su equipo, el Saeco, se explica que estaba con fiebre, vómitos y náuseas. Que no podía seguir. Un parte médico que no es más que un mero formulismo justificatorio para que se le permita correr después en las carreras coincidentes con la Vuelta. Llegó a la Vuelta gordo y mal de forma. Pero con su punta de velocidad de siempre. Su previsión era sencilla. "Esperaba", dijo el sábado tras la etapa, "que el primer día fuera tranquilo. Pero se corrió mucho en un terreno duro y no aguanté". Y la solución fue bien sencilla.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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