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En la colonia penitenciaria

"Es un aparato singular, dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido". Kafka comienza así el corto relato del que he tomado título. Se trataba de una máquina muy apreciada por el comandante de la plaza; mediante ella, sin necesidad de juicios ni tribunales, el reo recibía científicamente la sentencia al serle aplicada ipso facto en su propia carne. La máquina tenía tres partes, la Cama, el Diseñador y la Rastra. El supuesto culpable era tumbado boca abajo y atado en la Cama. El Diseñador, en un cajón que se elevaba unos metros por encima, transmitía la sentencia a la Rastra, la cual, perforando mediante unos delgadísimos aceros el cuerpo del reo, inscribía a sangre en él la sentencia. Para asombro del oficial, el explorador, un extranjero que había sido invitado a la colonia penitenciaria para presenciar un acto de ejecución de un soldado poco sumiso, no sentía particular interés por la maquinaria, pero a medida que la vio funcionar se fue sintiendo cada vez más inquieto. La cosa no era para menos, pues terminó engullendo al propio oficial, quien, atado por sorpresa, fue desgarrado y muerto por la Rastra según diseño pertinente.Si bien el explorador quiso impedir aquella muerte, nadie le ayudó; no por supuesto el soldado que allí cumplía misión, pero tampoco un reo que, acababa de ser graciado por el Diseñador. Sin embargo, éstos sí le mostraron la tumba del. inventor de la maquinaria, un antiguo comandante de la colonia penitenciaria enterrado en un lugar siniestro. La lápida decía: "Aquí yace el antiguo comandante. Sus partidarios, que ya deben ser incontables, cavaron esta. tumba y colocaron esta lápida. Una profecía dice que, después de determinado número de años, el comandante resurgirá, y desde esta casa conducirá a sus partidarios para reconquistar la colonia. ¡Creed y esperad!". Según entendió el explorador, el oficial había sido uno de esos admiradores y creyentes en el viejo comandante, y repetidas veces había tratado de desenterrarlo para hacer cumplir la profecía.

El extranjero del relato de Kafka logró huir finalmente en un bote de remos de aquella siniestra colonia penitenciaria, impidiéndoles al soldado y al indultado acercarse al bote, ¿para embarcarse y huir también?, ¿o para aprehender al fugitivo? Nunca se: sabrá. Kafka sólo escribió: "Todavía podían saltar dentro del bote; pero el explorador alzó del fondo del barco una pesada soga anudada, los amenazó con ella y evitó que saltaran". Es el final del relato.

La Maquinaria lleva funcionando entre nosotros ya más de treinta años. Euskadi ha llegado a ser altiva colonia penitenciaria donde el miedo implantado por vascos ha generalizado el más cordero de los silencios y donde la crueldad dirigida por vascos dicta sentencias de muerte, tortura y robo. Y todo para ofrecer la creencia en un futuro de askatasuna (el Estado de libertad) con la esperanza en una denominada alternativa democrática. De entre los vascos, bastantes han ido sacando paulatino partido de la maquinaria, unos aumentando plantilla institucional y clientela a cambio de cederles a otros poquitos, los decididos chicos y comandantes de la colonia, el engranaje cultural y el aceite de lo políticamente correcto; es decir, el grueso de creencias y esperanzas que hay en la colonia penitenciaria; y casi todo el resto hemos sido exploradores, auténticos extranjeros a la máquina en cuanto que éramos mirones que hemos preferido creer que con nosotros no iba la cosa. Sólo la víctima quedaba sola, cada vez más numerosa e insólita. La nada, eso es lo que hay aquí, la pena de muerte sin tribunal ni juicio. Y cuando algún explorador logra establecer tribunales y juicios contra funcionarios de la máquina, sus sentencias convierten en héroe al asesino y su hotel penitenciario es denunciado ante los más altos tribunales del extranjero. Aquí se ha venido suponiendo sistemáticamente que por algo operaban carna-diseñador-rastra, cuando operaban; aquí se ha dado sistemáticamente por supuesto que alguna "función añadida" tendría la víctima cuando la rastra lo arrastraba. Aquí se han explorado cien sutiles nombres y hecho gala de mil argucias semánticas para llamar a la máquina por otro nombre, así "el contencioso vasco entre el Estado y los vascos" o "el conflicto entre Gobierno y ETA" o entre "el Estado y Euskal Herria".

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La máquina, pese a pequeñas adaptaciones tecnológicas, sigue siendo la misma que diseñaron los viejos inventores, nuestros hermanos mayores y comandantes. Incluso mucho s de ellos creen y esperan aún, como el viejo del epitafio de Kafka, la tan esperada resurrección que les llevará a dominar completamente la colonia. Por eso insuflan el ánimo de los jóvenes muchachos desde la escuela, alientan el ingenioso invento desde la universidad y hasta ofrecen sus propios hijos para soldado, cupiéndoles a algunos incluso el honor de llegar a ser comandante.

Pero cuando el extranjero mirón, reacio, desde siempre a explorar la máquina por dentro, ha visitado el invento y visto con horror el zulo que le esperaba a él mismo, ha comprendido que hasta el propio oficial de la colonia penitenciaria estaba atrapado por su propio y siniestro invento, puesto que en la colonia la vida solamente servía para ser experimentada y suprimida. Parece que el explorador quiere huir de la colonia del terror; hay indicios de que desde Bilbao y Ermua ha comenzado ya a marchar hacia el embarcadero y dependerá de su tesón por adoptar una vida sin oficiales ni soldados que logre abandonar definitivamente la colonia penitenciaria, Mucho me temo que los gudaris del comandante le perseguirán aún más y le aplicarán más alocadamente todavía la Rastra final; pero he visto ya que el explorador se ha hecho definitivamente extraño a la colonia y amenaza con una soga anudada.

Si me deja el explorador elegir, le sugeriré otro final que el del relato de Kafka, pues, como hemos vivido después que él, visto muchos más horrores que él y consentido más crueldad y sufrimiento inútil que él, no debiéramos evitar que agentes de la colonia saltasen al barco, ni tampoco amenazarles con la soga. A quien quiera abandonarla colonia penitenciaria porque abomina de sus horrores, yo daría albergue en la cubierta. En mi versión de final, el explorador debería dejar abierta una sentina para, con benevolencia, diseñar desde allí una nueva nave solidaria donde quepa huir muy lejos ejercitando la libertad desde los múltiples destrozos del múltiple naufragio en la colonia penitenciaria.

Mikei Azurmendi es profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad del País Vasco.

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