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Tribuna
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El tramposo de Tirana

Hay cosas que no pueden ser, y además, son imposibles. Y entre ellas está, hoy en día, la celebración de unas elecciones democráticas y libres en Albania. Los comicios se celebran el domingo con el país sumido en el caos y una media diaria de 30 muertes violentas. En algunas partes del país los militantes del Partido Democrático (PD), del presidente Sali Berisha, no han permitido la campaña del Partido Socialista (PS), del primer ministro, Bashkim Fino. En otras zonas ha sucedido otro tanto a la inversa. Y finalmente, en ciertas regiones del sur, unos comités de salvación nacional se lo han impedido a todos. Bandas y mafias, algunas bajo nombres seudopolíticos más o menos improvisados, han seguido ejerciendo el terror en presencia de unas tropas extranjeras que han hecho poco más que escoltar algo de ayuda humanitaria.El único argumento en favor de estos comicios es el expresado por Franz Vranitzky, ex canciller federal austriaco y encargado, por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE): "Con un retraso (le las elecciones no aumentaban las posibilidades de mejoría. Por el contrario, se incrementaban las amenazas de un empeoramiento". Estas palabras denotan tanta desesperanza como realismo en la valoración de la catástrofe generalizada que es hoy este pequeño país adriático.

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El miércoles volaban por los aires tres militantes del partido de Berisha que hacían propaganda electoral en la ciudad de Fiere, mientras en Valona se extendían ayer los enfrentamientos armados entre bandas rivales. Tan sólo dos incidentes, aunque podrían enumerarse cientos. Y en Tirana, mientras, el presidente Berisha, que hace unos meses tenía ya un pie -y a parte de su familia- en el exilio, se ha armado de entusiasmo y pergeñado un decreto-ley que hace prácticamente imposible la investigación de las responsabilidades en el escándalo de las cuentas piramidales que fue detonante de la crisis.

Berisha está convencido de que, gracias a la presencia militar extranjera, ha neutralizado ya los peligros que se cernían sobre su poder abusivo. Y se dispone a continuar después de las elecciones como si nada hubiera pasado. La presencia de 500 observadores internacionales para los cerca de 5.000 colegios electorales no debería ser mayor impedimento para que se celebre una orgía de fraude electoral directo, de unos y otros. Aunque esta vez el presidente sólo podrá ordenar la manipulación allá donde sus fuerzas controlen la situación y no en todos y cada uno de los colegios, como sucedió en las elecciones pasadas, que le dieron la aplastante mayoría absoluta de que dispone.

Pero el fraude está, en realidad, en pretender realizar unas elecciones en estas condiciones. No hay que ser muy perspicaz para adivinar que después de las elecciones sólo aceptarán los resultados aquellos que sean proclamados vencedores por los mismos. Y vuelta a empezar, pero ya bajo la presión que supone la limitación temporal de la presencia de tropas extranjeras.

La solución de una crisis como la albanesa requiere probablemente de fuerzas extranjeras con mandato de desarmar a las bandas. Demanda firmeza en la imposición de un acuerdo de consenso e incentivos y en la restauración de la ley. Pero exige, además, un mínimo de buena fe.

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Y Berisha carece de ella. Como un Ceaucescu cualquiera, utiliza toda oportunidad para hacer trampas a una población que divide en dos grupos: carne de cañón electoral y enemigos a perseguir. Ha abusado con procacidad de los albaneses hasta que algunos, bastantes, se enfadaron. Ahora quiere volver a empezar. Se prevén nuevos enfados. Y mayores. Las tropas extranjeras deberían ir acostumbrándose al clima de Albania.

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