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Aromas propios

Aparte de sus hedores morales y físicos (como la vitalicia halitosis de muchas alcantarillas), Madrid tiene también sus aromas propios. Otra cosa es que resulte fácil percibirlos en medio del omnipresente olor a carburantes y otras emisiones propias del progreso. Sin embargo, ahora mismo, en pleno otoño, la fragancia de los mirtos del Botánico trasciende sus verjas y se expande por el tramo correspondiente del paseo del Prado. 0 sea, no sólo les echa un pulso a los tufos predominantes, sino que les vence, un hecho que a mí me alegra el corazón. Amo a los mirtos porque su perfume jamás deja de aportar a mi mente recuerdos y evocaciones de días remotos y luminosos, niño único y algo gótico yo, entonces, siempre con sus papaítos y su tata en estas ocasiones, absorbiendo belleza por los palaciegos jardines de Aranjuez y La Granja. Y si en vez de llamarlos in mente mirtos pienso en su otra denominación, arrayanes, inmediatamente aumenta la magia: se me va el tarro todo a la estética sublime de la Alhambra, a la memoria de la vida poética y sutil que albergó, machacada un mal día por la fuerza superior del incipiente imperio español.El mirto o arrayán (¡qué hermosísima palabra!) es una planta mítica: la diosa Venus se estaba bañando en una charca, muy limpia ella, cuando se vio cercada por unos sátiros aquejados de priapismo y con claras intenciones rijosas. Escondióse la pobriña en un seto de mirtos, salvaguardando su pudor, y a partir de entonces las doncellas del mundo clásico se bañaban siempre con la cabellera ornada de mirtos, por si los sátiros. Y, en fin, estas cosas tan líricas se le vienen a uno a la cabeza sólo con pasar junto a las verjas del Botánico y aspirar la íntima esencia de los arrayanes.

Claro está que este ejemplo no agota ni mucho menos la nómina de los aromas madrileños. El tilo, otro de los inquilinos del Botánico, huele deliciosamente en su época de eclosión, allá por junio, y otros árboles mucho más comunes en Madrid, como la acacia (su flor, el paniquesillo, era para los niños de antaño, tan pobres y tan felices, como las chuches para los de hogaño), aportan su propia fragancia, más débil y, en consecuencia, difícil de apreciar, pero no menos noble. Posee la acacia un hálito sutil, no disimilar al tilo, aunque acaso más próximo a la madreselva -tan mielosa que en Galicia la llaman "chuchamel"-, y está presente en el buqué de los vinos del Ródano, zona vitivinícola donde abunda.

El tilo, por su parte prolifera en las alsacianas tierras de la vid, y no sólo comparece en el perfume del Riesling, sino en el del legendario Santernes, tan dorado, dulce y redondo como una tarde madrileña durante el veranillo de San Miguel. La ligerísima fragancia de la flor del almendro barrunta la primavera en la Dehesa de la Villa con temeraria y muchas veces suicida precocidad, los ubicuos castaños de Indias nos ofrecen la aromática rotundidad de sus racimos florales al borde ya de los ardores del sentido, mientras que la magnolia, más sosegada en sus eclosiones, trabaja lo suyo hasta obesas flores blancas y perfumadas, solitarias como gemas entre el brillante y oscuro follaje. Carnosas, con furtivos y aterciopelados recovecos, hermosotas, insinuantes, turbadoras, las magnolias !e hacen evocar cortesanas en la corte de Luis XV, mancebas de casa grande, concubinas eclesiásticas golosas no sólo de lujuria prohibida, sino de chocolates Matías López, barraganonas portuguesas enclaustradas, pasivas y felices, más que simplemente resignadas con su suerte.

Árboles de Madrid. ¡Cuánto saben ellos de podas, talas y otros servicios ... ! Y, sin embargo, ahí siguen, consagrándonos su belleza, su oxígeno, su sombra, su fragancia. Señoras y señores, ustedes que circulan por nuestras calles con tanta prisa, que están tan obsesionados con el trabajo, el dinero, el consumo, acaso el poder, la gloria, la fama, incluso la posterioridad, relájense un poco cualquier día de éstos, "¡se paren, coño!", y dediquen unas horiñas a contemplar la vegetación, a aspirar sus efluvios. Estoy seguro de que vendrán, corriendo, corriendo, a darme las gracias.

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