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La cuestión de Taiwan

EDUARDO AZNAREl autor sostiene que el problema de fondo suscitado por las maniobras militares de China ha permanecido en la penumbra

La tensión que se ha vivido en el estrecho de Taiwan ha suscitado algunos problemas de fondo que han permanecido relativamente en la penumbra ante el fragor del ruido de sables. Por una parte, lo que la opinión pública internacional está negando a China, y evidentemente a cualquier otro país, es la posibilidad de resolver sus asuntos internos mediante la fuerza. Es decir, la cuestión de Taiwan personifica el conflicto entre un Estado que entiende que tiene el derecho del recurso a la guerra para prevenir la secesión de una parte de su territorio y la opinión pública internacional que defiende la necesidad de resolver estas controversias por medios pacíficos. Es decir, se extiende al ámbito interno del Estado la prohibición del uso de la fuerza en el terreno de las relaciones internacionales. Podría aducirse, sin embargo, que la opinión pública internacional, ajena a las sutilezas jurídicas, no aprecia el carácter interno de este conflicto. De hecho Taiwan vive separado del continente chino desde hace casi medio siglo, se ha dotado en los últimos años de un sistema político democrático y ha desarrollado entre su población más joven un sentido de identidad cuasi nacional. Pero, lo cierto es que la comunidad internacional considera que hay una sola China. Incluso la veintena de pequeños Estados que mantienen relaciones con el Gobierno de Taiwan reconocen una sola China al entender que las autoridades de Taipei representan al conjunto del territorio. Por otra parte, la fuerte reacción de Pekín tiene su razón de ser no en unas elecciones presidenciales directas, sino en el intento de modificación del actual statu quo de la isla. Es decir, en el cambio del discurso del Gobierno de la República de China sobre la unidad del país. A Pekín le preocupa la ambigüedad con la que se expresa Lee Teng-hui. Éste reafirma, por una parte, la tradicional política de una sola China, tal y como ha venido manteniendo su partido, el Kuomintang (KMT), desde que en 1949 Chiang Kaichek se refugiara en Taiwan; pero al mismo tiempo reclama para la isla un status internacional que la saque de su actual ostracismo político y la conduzca a un eventual ingreso en las Naciones Unidas. El Gobierno de Lee ha venido desarrollando en los últimos años una abierta ofensiva diplomática que combina viajes privados y visitas oficiales con iniciativas promovidas en el seno de la ONU para tratar el ingreso de la isla. La posibilidad de que el presidente Lee, políticamente reforzado por su reelección directa, redoblara sus esfuerzos en una línea que pudiera desembocar, de descontrolarse, en la independencia de Taiwan ha quitado el sueño a más de un dirigente de Pekín.

Recurso a la fuerza

Los recientes ejercicios militares constituyen una seria advertencia contra toda tendencia independentista o separatista de Taiwan. Es un rotundo no a la idea de crear dos Chinas o una China y un Taiwan. Pero al mismo tiempo Pekín ha querido dejar bien claro dos cosas. Primero, como ha venido reiterando desde el Comunicado de Shanghai de 1972, que la cuestión de Taiwan es un asunto interno cuya resolución no excluye el recurso a la fuerza. Y segundo, ha intentado recordar la inviabilidad del proyecto de un Taiwan independiente. En este tira y afloja entre Pekín y Taipei, las iniciativas diplomáticas de Lee han contribuido, paradójicamente, a frenar el avance del secesionismo duro propugnado por el Partido Democrático Progresista (PDP). Por otra parte, al ofrecer a una sociedad que reclama un papel en el concierto internacional acorde con su peso económico una alternativa más sutil que la mera independencia, el KMT ha respondido igualmente a la amenaza que supone el PDP a su tradicional hegemonía política en la isla.

En conclusión, Pekín ha reafirmado su droit de regard sobre el status internacional de Taiwan. El Derecho Internacional respalda las tesis de China, pero Pekín no debe ignorar que la sociedad internacional está desarrollando, con mayor o menor éxito, la noción de injerencia humanitaria. Algo que ha permitido la intervención de la ONU en recientes conflictos internos (Somalia, antigua Yugoslavia, Ruanda) para hacer valer el principio de solución de las controversias por medios pacíficos. Pasada ya la crisis, se impone la reanudación de los contactos entre Pekín y Taipei. Hace cinco años era impensable que Taiwan pudiera llegar a convertirse en el primer inversor extranjero en China, hoy no es descabellado esperar que ambos lados del estrecho negocien con imaginación una fórmula que permita la participación de Taiwan en la comunidad mundial y el respeto al principio de la integridad territorial de China.

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Eduardo Aznar es diplomático.

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