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Justicia travestida

Prácticamente todos los comentarios serios que se han hecho sobre el veredicto del caso Simpson han resaltado la importancia de los prejuicios de la raza blanca y la larga historia de sufrimientos de los negros a manos de policías, jurados y jueces blancos. Debo decir que esto es cierto pero insuficiente, especialmente si nos preocupan los sistemas de justicia como tales. Al principio, los abogados de ambas partes proclamaron que la raza no debería ser ni sería un argumento, y en el testimonio que yo contemplé en televisión, quizá un tercio del total, no hubo absolutamente nada racial en las discusiones de pruebas físicas, en el control de los movimientos de las personas o en la tipificación del ADN.El juez Ito fue incapaz de controlar el circo pero, en mi opinión, habló adecuadamente al jurado en todo momento. Por otra parte, en su alegato final, el abogado principal de Simpson apeló abierta y descaradamente al jurado predominantemente negro para que "enviara un mensaje" a la estructura de poder blanca. Fue la viva imagen de Dios sabe cuántos juicios pretéritos en los que los abogados blancos han apelado a los prejuicios de los jurados blancos.

Me gustaría concentrarme por un momento en la cuestión del detective Fuhrman, cuyo papel colocó inevitablemente la cuestión racial en primer término en la mente de todo el mundo. Cuando testificó en marzo me pareció un hombre decente al que estaban tratando injustamente con indirectas constantes. No sólo negó las acusaciones de encontrar razones espurias para dar el alto a los conductores negros que iban en compañía de mujeres blancas, de utilizar el término nigger, etcétera, sino que declaró haber puesto una querella a dos de los abogados de Simpson "porque: me difamaron en los medios de comunicación acusándome de haber plantado pruebas falsas en un crimen capital".

Cinco meses más tarde, la emisión de entrevistas grabadas con un guionista de cine proyecté graves dudas sobre su honradez personal. Explicaba cómo la policía incrimina con regularidad a sospechosos de las minorías, cómo aterroriza a los barrios de minorías y, por supuesto, se refería repetidamente a los niggers, un término que, en el estrado de los testigos, negó haber usado en los últimos 10 años. Las cintas no demuestran en modo alguno que plantara pruebas falsas, ni siquiera que ésa sea su forma habitual de: hablar -después de todo, un escritor le estaba pidiendo que proporcionara material para una posible película sobre policías racistas- Pero, como poco, demuestran que los policías cometen pedurio frecuentemente, que frecuentemente atemorizan y golpean a los sospechosos negros y que se refieren a ellos con la palabra maldita. Además, hubo otras pruebas verosímiles de que Fuhrman comparte les prejuicios normales de los norteamericanos blancos contra los negros.

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Recuerdo vívidamente mi propia ireacción cuando escuché en televisión extractos de las cintas. Fue de ciega cólera contra un racista perjuro, y la convicción de que la ciudad de Los Ángeles perdería el caso y se merecía totalmente perderlo. Sólo más tarde reflexioné, como indicaba arriba, que el contexto de las cintas era la petición de material melodramático por parte de un guionista cinematográfico.

Pero veamos adónde condujo la posición de Fuhrman. Yo soy un hombre blanco que durante décadas he pertenecido a organizaciones minoritarias de derechos lumanos, que participé en, las manifestaciones pro derechos civiles de los años sesenta, y que dediqué muchas horas a intentar convencer a los banqueros de Galesburg, Illinois, de que deberían conceder préstamos hipotecarios a los negros con exactamente las mismas condiciones que a los blancos. A mí me causó Fuhrman una impresión favorable en su testimonio principal. Le condené automáticamente, y a la acusación, cuando escuché las cintas, y sólo unos días después reflexioné que las cintas documentan un ambiente genérico, pero que sería un juicio precipitado asumir que Fuhrman y sus colegas plantaron el guante ensangrentado y el reguero de sangre que conecta a Simpson con los dos asesinatos. Si intento imaginar la reacción de la mayoría de los negros estadounidenses, para ellos no habría dudas. Fuhrman representa lo que han padecido durante tres siglos: unos policías blancos, correctos o no, que suponen desde el primer momento que todo negro sospechoso es culpable y que utilizan un lenguaje escabroso y la intimidación física con completa impunidad. En un caso de asesinato el acusado no tiene que demostrar nada, no tiene que dar ni la más ligera prueba de su inocencia. Es la acusación la que tiene que demostrar que es culpable "más allá de toda duda razonable". Para la mayoría de los oyentes negros, y para muchos blancos, las cintas de Fuhrman no arrojaron- simplemente "dudas razonables" sobre su testimonio, sino que lo destruyeron literalmente sin examinar sus propios méritos ("basura dentro, basura fuera"). En este punto debo preguntar si la justicia estadounidense se verá enturbiada por varios años, o tres siglos, de venganza por el racismo blanco. La justicia, sea dictada por jurados o por jueces, exige el compromiso sincero de examinar las pruebas específicas en cada caso específico.

Es imposible que el jurado cumpliera sus tareas juradas en cuatro horas. Hago esta afirmación tajantemente sin tener que esperar a las muchas entrevistas pagadas y libros con los que los buenos ciudadanos se resarcirán de su año de servicio. De haber evaluado realmente, las pruebas hubieran tenido que discutir si los errores en el manejo de las muestras de sangre invalidaban las pruebas de laboratorio; si la policía fue chapucera en la recogida de pruebas o bien habían sido conspiradores consumados que en unas cuantas horas habían sido capaces de poner la sangre, cabellos y fibras incriminatorias, introducirse secretamente en el coche cerrado de Simpson sin dejar huellas de su actuación, etcétera. Hubieran tenido que preguntarse por qué Simpson mintió al chófer de la limusina cuando le dijo que se "había dormido". Si hubieran hecho todas esas cosas también podrían haber llegado a la conclusión de que la acusación no había probado su caso "más allá de toda duda razonable" pero la decisión tomada en cuatro horas demuestra que no sintieron la obligación de estudiar cuidadosamente las pruebas que les habían presentado.

En cierto sentido, estuvo bien ver a blancos y negros gritándose mutuamente en las manifestaciones posteriores al veredicto. Fue un contacto más sincero que el que habitualmente hay en Estados Unidos entre razas. Lo que más me preocupa como viejo defensor- de la integración es el daño causado a las relaciones raciales por un veredicto que deja convencido a todo el mundo de que las emociones raciales, y no las pruebas, fueron las que decidieron en un caso tan importante. No cabe duda de que el racismo. es el peor cáncer de la vida estadounidense, y también de parte de la vida europea, africana y asiática. No habrá un futuro decente para la humanidad hasta que la visión integrada de Martín Lutero King se convierta en la norma, hasta que todas las razas se puedan casar -y divorciarentre sí en paz.

Gabriel Jackson es historiador.

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