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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La elocuencia de los mercados

LA RECIENTE devaluación de la peseta en el seno del mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo (SME) no parece haber sido asimilada por el presidente del Gobierno. Al margen de la artificiosa distinción entre devaluación y realineamiento, y de la confusión de entender la depreciación del dólar como una simultánea revaluación de la peseta, Felipe González ha unido su voz a la de quienes reclaman una mayor regulación de los mercados financieros internacionales. Y, sin embargo, ha sido la liberalización de esos mercados lo que ha hecho posible el flujo de capitales hacia España, que ha venido paliando la en deblez del ahorro interno, permitiéndonos financiar la deuda y el crecimiento del aparato productivo.La intensa depreciación que el dólar viene experimentando desde finales del pasado año -estimulada por la crisis de México- ha vuelto a contaminar el área de estabilidad cambiaria que trata de constituir el Sistema Monetario Europeo (SME). El reforzamiento del carácter de moneda refugio del marco ha debilitado, a su vez, a las monedas menos estrechamente vinculadas a la divisa alemana, pero lo ha hecho en mayor medida en aquellas que presentaban mayores factores de riesgo, como la peseta. Los súbitos desplazamientos en las preferencias de los operadores financieros responden a una lógica en la que la percepción de incertidumbre es determinante. Cualquier atisbo de confusión política puede afectar a esa valoración de la capacidad de un país para hacer frente a sus compromisos, ya sean los vinculados directamente al servicio de la deuda pública -sin las amenazas de la erosión inflacionista o de depreciaciones en el tipo de cambio de la moneda- o, en general, la capacidad para garantizar las condiciones necesarias para el normal desenvolvimiento de la actividad económica.

Existen suficientes incógnitas en la situación de España como para alimentar esa percepción de riesgo. Porque un Gobierno tan acosado como el actual transmite inseguridad y porque la única alternativa visible sigue sin ofrecer plenas garantías de credibilidad.

Con todo, y por más que las decisiones de los operadores financieros puedan obedecer a la lógica de sus intereses, es cierto que la discrecionalidad de que disponen puede tener efectos perversos. Pero la solución no pasa por la limitación de su libertad de movimientos, sino por garantizar la eficacia de mecanismos de coordinación supranacional entre las autoridades económicas, y, en todo caso, un mejor conocimiento de las fuerzas que orientan el funcionamiento de esos mercados. Es necesario, en definitiva, reducir esa importante asimetría entre el poder de los mercados -sus crecientes volúmenes transaccionales y su eficiencia en la formación de precios-, por un lado, y el desgobierno internacional existente en ese ámbito, por otro. Instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacional de Pagos y, desde luego, el recién nacido Instituto Monetario Europeo deberían contribuir a asegurar esa coordinación.

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La mejor garantía, en todo caso, para no ser víctima de esas adversas reacciones de los mercados financieros es tener la casa en orden. Sobre todo, ofrecer garantías de compatibilidad entre el crecimiento de la economía. y la reducción de sus desequilibrios, y ello con independencia de la coyuntura política, concreta. Lo que hoy se percibe en España no es precisamente eso. El Gobierno parece centrar todos sus esfuerzos en minimizar el alcance de la crisis, y la oposición, en culpar de ella exclusivamente a la dirección política, sin ofrecer otra salida que las elecciones.

Con un crecimiento que ahora debe de estar en torno al 3% del PIB, confirmado por los datos del cuarto trimestre de 1994 y las cifras del empleo en febrero, y a la vista de las esperanzadoras expectativas para el año próximo, superiores a las de los demás países industrializados, excepto Japón, la economía española tiene fundamentos suficientemente sólidos. Al mismo tiempo, tal vez porque el acoso político obliga a afinar, el Gobierno ha demostrado en el último periodo un mayor rigor en la conducción de la política económica. La paradoja consiste en que esos mejores fundamentos no impiden una mayor vulnera bilidad de la economía española frente a las tensiones financieras. De donde se deduce que, aun siendo externa la causa, la incertidumbre política interna sigue siendo el factor que explica unos efectos más que pro porcionales a la situación económica real.

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