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Ala en las murallas de la antigua Constantinopla

El Ayuntamiento islamista de Estambul aparca sus reformas antioccidentales ante las críticas del laicismo turco

Juan Carlos Sanz

ENVIADO ESPECIAL La boina de contaminación que ha cubierto Estambul esta semana ha eclipsado el esplendor de la antigua Constantinopla. Sus más de 10 millones de habitantes permanecen casi invisibles en pleno Ramadán, el mes musulmán de ayuno y oración, sin poder encender la calefacción por miedo a los cuatro millones de liras (unas 13.000 pesetas) de multa del gobernador. Para la mayoría es casi el sueldo de todo el mes. Para unos pocos, tan sólo una cena para cuatro. El metro aún no ha dado sus primeros pasos, y los ciudadanos se mueven desorientados a ambos lados del Bósforo al caer la noche, cuando todos vuelven a casa para romper el ayuno. Afortunadamente, durante el mes sagrado no se están produciendo los habituales cortes de agua. Las llamadas a la oración inundan el espeso cielo.

En algunos barrios se dieron demasiada prisa en pintar los bordillos de verde, el color del islam por excelencia, para señalizar la prohibición de aparcar. También se apresuraron a cerrar las terrazas de verano donde se servía alcohol. Pero cuando un dirigente del islamista Partido de la Prosperidad (RP), en la alcaldía de Estambul desde el 27 de marzo de 1994, propuso derribar las antiguas murallas de Constantinopla para construir viviendas sociales, el espíritu la¡ 'co y tolerante de esta ciudad, tan asiática como europea, dio por terminada la discusión bizantina. La ola de protestas llegó tan alto que los ediles islamistas re cularón, pintaron los bordillos otra vez de rojo o amarillo, recomendaron que hubiera cortinas en los restaurantes y comenzaron las obras de rehabilitación.

Huseyin Besli, portavoz oficial del Ayuntamiento de Estambul tras más de 20 años de militancia en el RP, dice que tiene la respuesta. "Desde el día de las elecciones, los medios de comunicación se nos echaron encima para meter miedo a la gente. ¿Medidas contra bares? No interferimos nunca en la propiedad privada. En la calle, nos limitamos a no dar más licencias".

Cada año llegan a esta ciudad desde lo más profundo de Anatolia unas 400.000 personas. El casco urbano no se acaba nunca, como tampoco la! miserables casas de los recién llegados. Son el semillero del descontento en un país que duplica, los precios en menos de ocho meses. El RP controla la municipalidad con apenas el 19% de los votos, gracias a un sistema electoral que beneficia al partido más votado.

Rusen Cakir, periodista del influyente diario Milliyet y escritor especializado en temas islámicos, es uno de los pocos estudiosos que se ha acercado al Corán desde el pensamiento laico. "En este país, el sentimiento musulmán [un 97% de la población se declara creyente] no ha cambiado, porque el laicismo sigue siendo mayoritario", advierte de antemano. "Esperábamos que las cosas iban a cambiar con un Ayuntamiento islamista, pero el Partido de la Prosperidad no ha hecho nada y tan sólo queda la percepción de una actitud agresiva contra las libertades. Pero lo que de verdad preocupa a los ciudadanos es la pésima gestión municipal del tráfico, el suministro de agua y el medio ambiente o, como llegó a ocurrir, que los bomberos no acudan con escaleras de suficiente altura a los incendios". En torno a la mezquita de Fatih (el Conquistador), erigida en memoria del sultán Mehemet II, que consiguió la rendición de Constantinopla hace 502 años, se agrupa uno de los barrios más tradicionalmente islamistas de Estambul. El peregrinaje en Ramadán es incesante. Fatos (diminutivo de Fátima), de 22 años, y dos amigas de su misma edad se cubren la cabeza con pañuelos de colores, que dejan caer con estudiado descuido sobre sus trajes de chaqueta. Endomingadas y en el centro de la ciudad, están encantadas de haber viajado desde su barrio de Kartal, en el lado asiático, invitadas por el Ayuntamiento de Estambul. "Cumplimos el precepto religioso de visitar las mezquitas durante el Ramadán: ¡Ojalá que gane el Partido de la Prosperidad y acabe con tanta degeneración en la política".A su lado cruzan a la carrera tres alumnos de un liceo islámico. Ernret, lliban y Mehinet disimulan sus 18 años encorbatados en un uniforme colegial de corte británico. Pero las alumnas de los colegios coránicos suelen ves tir de luto riguroso y cubren !u cabeza también con un pañuelo negro. Los tres muchachos coincidían por completo ante la mole de la mezquita de Fatih: "El Partido del Progreso es el mejor para Estambul, y el Efez Pilsen va a ganar al equipo de baloncesto del Barcelona".Capas, turbantes, mirada encendida. No hay duda. El líder es Mohamet, de 27 años, más pelirrojo que rubio. "Sí, claro, recomendamos que se vote al partido que esté más próximo del islam. ¿Bares? No creo que se deba servir alcohol en la calle, y el que cree debe respetar el Corán".

El propietario de una tienda de licores del occidental barrio de Nisantasi, donde se ubica el consulado español, también cumple el Ramadán y ayuna aburrido entre botellas de vino turco, licores importados y una infinidad de anises locales. "'Bueno, la venta ha caído un 70%, es lo normal". "¿Cerrarme a mí el local? No creo que eso ocurra en este barrio [es un distrito controlado electoralmente por el gubernamental Partido de la Recta Vía], pero en otros barrios me han dicho que el Ayuntamiento ya no renueva las licencias".

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Mugue Gursoy, de 36 años, es la editora de Salman Rushdie en Turquía. "Aquí fue el Parlamento quien prohibió la publicación de Los versos satánicos. Yo nunca me hubiera atrevido. Al traductor, Aziz Nesin, le pusieron una bomba y murieron 37 personas. Pero esto no es Argelia. A mí, lo que me preocupa de verdad es el problema kurdo", explica esta antigua izquierdista, que aún conserva en la memoria la dura represión militar tras el golpe de Estado de 1980. Ahora cuida a su bebé de cinco meses en su oficina editorial en obras.Señoras cargadas con bolsas de tiendas de lujo y niños de papá comparten la hora de la merienda en el restaurante Keyif -una copia de los locales de moda en Londres trasplantada al corazón occidental de Estambul- antes de la caída de la tarde en el mes de Ramadán. Hilri Saglan, de 27 años, dirige el establecimiento. "Mi padre reza cinco veces al día, y. yo le respeto. Pero creo que si los islamistas llegan al poder en Turquía tendré q ue empezar a preocuparme porque ellos tal vez no me respeten a mí. Muchos nos opondremos si nos obligan a cambiar nuestras costumbres por la fuerza".

Irguvan, de 26 años, se sienta con aplomo en el café Palazzo, cruza las piernas relajada y ordena al camarero una copa mientras continúa hablando a través de su teléfono celular. Esta empresaria del sector textil -uno de los más pujantes en Turquía, con más de 675.000 millones de pesetas en exportaciones al año-, replica con desparpajo: "Yo voy a seguir haciendo lo que quiera y no pienso cambiar mi forma de vida". Acaba de regresar de Alemania, donde ha residido en los últimos años. "No pienso tolerar que las cosas cambien para peor, para volver al miedo. Todo el mundo sabe que si no prospera la Unión Aduanera con la Unión Europea este país dará muchos pasos atrás".

En sus antípodas, Sibel Sezer, militante feminista y periodista del prohibido diario pro kurdo Ozgur Ulze (País Libre), prefiere no esperar a la promulgación de la Sharia (ley islámica) para reaccionar. "Las mujeres tenemos que hacer algo ya. Por ejemplo, tomar las calles de Estambul el próximo 8 de marzo, el Día de la Mujer Trabajadora. La Sharia es la negación de los derechos hunianos". A sus 28 años, hace tiempo que no se atreve a ir sola por el barrio islamistá de Fatih.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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