Protagonistas anónimos
A. A. / V. G. O.A Inés, de 51 años, la esposa de un mecánico de Alcorcón, le levantó el cardado el aire que movió el helicóptero real al aterrizar en la improvisada pista del parque de Polvoranca. El asfalto, aún fresco, no parecía capaz de resistir la fuerza de las aspas de la aeronave. Alguien gritó a los congregados: "No miren al helicóptero cuando baje, no vaya a saltarles una piedra a la cara. Acabamos de asfaltar". Un policía perdió para siempre su gorra y dos barcas surcaron el cielo impulsadas por el viento formado por las aspas del ingenio. Pero Inés, que todos los días acude a caminar al parque, con su chándal y sus amigas, no se desanimó, se colocó justito enfrente del autocar que tomarían los Reyes y se desgañitó gritando vivas.
La gira estuvo llena de protanistas anónimos. Como dos niños de preescolar del colegio Jesús María, de Alcorcón, quienes lloraban tras las vallas, atrapados por el gentío que las vencía: el Rey les vio de reojo, se agachó y dijo a uno de ellos: "¿Por qué lloras, bonito?" Sus maestras, que llevaban allí con los críos desde hacía dos horas y media, se quedaron transfiguradas. Una mujer blandía una revista del corazón: "Mire, señor, es la infanta y su futuro yerno. ¡Qué guapos están!", señalaba. El Rey respondió con una sonrisa en los labios: "¡No me enseñe eso, que me hace viejo!".
Suerte en el control
Una limpiadora de portales se topó en la plaza Cuartel Huerta de Móstoles con el Rey de casualidad, lejos de la muchedumbre.: "¡Vivan sus majestades! Está usté muy guapo", le dijo. El Monarca le dio las gracias y ella, con su marido en paro, con sus tres hijos, con su cara de mujer trabajadora, tan contenta se fue para su casa. Otra mujer, gruesa, gesticulaba con un ramo de flores allí mismo, pero los claveles no pudieron llegar a las manos de la Reina.
En Parla, y también en primera línea de valla, agitaban los brazos unos cuantos chavales con chupas y pendiente. "Ya somos coleguillas del policía éste", decían Eloy, de 15 años, el hijo de una asistenta, y José Carlos, de la misma edad, hijo de un mecánico. El policía que vigilaba la valla no soltaba ni mú. "Queremos que. nos dé la mano el Rey porque así nos da suerte para aprobar el control de matemáticas". No hubo fortuna. Sí pudo decirle al Rey un concejal de Parla que lo recordaba de hace tiempo, cuando vendía periódicos en Puerta de Hierro y algún domingo se acercaba don Juan Carlos a por los periódicos.
Getafe ganó a las demás ciudades en banderas y en pancartas. Hubo una especial, la que blandía un grupo de padres de minusválidos psíquicos leves. El Rey se acercó cuando María Luisa, de 51 años, la madre de uno de ellos, se echaba a llorar. Y le dijo: "Tranquila, mujer, que estamos haciendo todo lo posible". Cuando la visita llegó a su fin, a María y Dorotea, dos señoras maduritas, se les saltaron las lágrimas cuando se acercó el Monarca y les dio la mano.
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